Por Jorge Elbaum
Entre el 13 y el 15 de junio, se desarrollará –en la región de Apulia, en Italia– la Cumbre de Líderes del G7, la organización responsable de las políticas neocoloniales y financiaristas instauradas a nivel global. En dicha reunión, posterior a las elecciones de los europarlamentarios, se abordarán la derrota bélica que sufre la OTAN en Ucrania, la debilidad productiva frente a China y la estrategia de alianzas necesaria para enfrentar a los BRICS+, que continúan de forma persistente y paciente con su paulatino proceso de desdolarización y autonomización soberana.
Esas encrucijadas explican la insistencia del Departamento de Estado por garantizarse el control estratégico de la región a la que siguen considerando su patio trasero o “delantero”, según la redefinición aportada por el actual presidente Joe Biden. El Comando Sur y las diferentes agencias estadounidenses son las encargadas de que dicho espacio cercano permanezca sometido. Para garantizar ese objetivo, se dedican a empoderar a funcionarios políticos, empresarios, lobistas o propagandistas que se encargarán de reconvertirse en delegados y embajadores de sus intereses en la región. Sus tareas básicas –en la actual etapa de pérdida relativa de poder hegemónico del Occidente neocolonial–, tendrán como objetivo básico la demonización de los líderes políticos a los que se les ocurra privilegiar la soberanía por sobre la globalización trasnacionalizada y financiarista. A estos últimos se los etiquetará de autocráticos y se los catalogará como enemigos de la democracia.
El intento de asesinato del primer ministro eslovaco Robert Fico brinda un ejemplo de cómo deben ser tratados aquellos que osan cuestionar la política guerrerista de la OTAN, que cercó y amenazó a la Federación rusa hasta 2022: el New York Times, en su edición del 16 de mayo –un día después del atentado– redujo el hecho a un epifenómeno previsible por la práctica populista instaurada por la propia víctima: “La política eslovaca era tóxica mucho antes de que dispararan a su primer ministro”.
La guerra híbrida que caracteriza al enfrentamiento global entre el globalismo unilateral y el soberanismo multilateral posee ocho dimensione medulares: (a) el acceso a los recursos naturales, (b) la disponibilidad bélico-estratégica, (c) la productividad económica, (d) el control de los circuitos financieros, (e) las capacidades científico-tecnológicas, (f) la influencia propagandística, mediática y noticiosa, (g) el control de los circuitos logísticos, y (h) el dominio de los datos, materia prima básica para la configuración de algoritmos y despliegue de la Inteligencia Artificial.
Varias de esas dimensiones han sido abordadas por militares que se arrogan oscuras responsabilidades diplomáticas: en su último periplo por América Latina, la generala Laura Richardson afirmó que la región “no se beneficia” con la cooperación con la República Popular China. Los periodistas presentes no lograron consultarle acerca de las ventajas que brindan los bloqueos y las sanciones unilaterales ni el apalancamiento otorgado a los gobiernos más reaccionarios de la región. Respecto a la inversión de Beijing en infraestructura crítica –ejemplificada en el puerto del Chancay, Perú–, los expositores de la Conferencia de Seguridad adujeron que supone una peligrosa presencia china, utilizable, en el futuro, con fines militares. Beijing suele responder en forma insistente que Estados Unidos carece de autoridad para opinar sobre aprontes bélicos al contar con “800 bases militares en el extranjero, con 173.000 uniformados, estacionados en 159 países”.
Mientras se desarrollaba el evento en Florida, las agencias internacionales ligadas a la información energética difundían la noticia de que la empresa naviera rusa RosGeo habría detectado en la Antártida una reserva de 511 mil millones de barriles de petróleo, lo que duplica las reservas sauditas. El descubrimiento fue abordado por el Comité de Auditoría Ambiental de la Cámara de los Comunes británicos, interesado en apropiarse de dichos recursos.
Otro de los aspectos que preocupa a la lógica globalista es el control comunicacional cada vez más asociado a los algoritmos. Esa es la causa por la que Washington ha aprobado una normativa para prohibir la red social Tik Tok, la única de las diez más utilizadas a nivel global cuyas oficinas centrales no tienen sede en su territorio. Es sabido que las plataformas cumplen un papel cada vez más decisivo en la configuración cognitiva de la población mundial: “¿Quién va a contar con todos esos datos?, se preguntó Richardson en forma retórica, para responderse sin sonrojarse: debemos “promover alternativas democráticas en la ciberseguridad, que protejan los derechos humanos y aseguren los datos”. Palabras de un norte civilizado, siempre atento a los grandes valores de la humanidad.
Tomado de Página 12