Jorge Elbaum*
Las elecciones del próximo 7 de octubre en Brasil son relevantes para toda la región porque implican la continuidad del modelo neoliberal implementado por Temer y respaldado por Estados Unidos o la posibilidad de reinaugurar un ciclo de gobiernos progresistas. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México y el capital electoral de Lula son una gran preocupación para las élites regionales que advierten la posibilidad de una nueva ola de proyectos enfrentados al neoliberalismo, basados en la inclusión social, la promoción del empleo y la integración regional. La modificación de la fórmula del Partido de los Trabajadores (PT), luego de la inviabilidad el recurso planteado por los abogados de Lula para continuar como candidato, implicó el lanzamiento de Fernando Haddad y de Manuela D’Avila como referentes del Trabalhismo un día antes del vencimiento de la fecha de inscripción de las fórmulas
La decisión tomada por la dirección ejecutiva del PT fue informada por el ex presidente Lula, mediante una carta pública difundida en la cercanía de la cárcel de Curitiba, donde permanece detenido desde abril de este año, cumpliendo una condena a 12 años de prisión por un proceso jurídico carente de pruebas incriminatorias. El líder del PT en el Senado, Lindbergh Farias, fue explícito al afirmar que “Lula continúa como candidato con el nombre de Haddad” y “Haddad va a gobernar junto a Lula”.
Haddad había sido candidatizado inicialmente a vicepresidente de Lula, esperando que el Tribunal Supremo (similar a la Corte Suprema de la Argentina) haga lugar a una apelación que permitiera al ex metalúrgico de 72 años competir por su tercera presidencia, luego de los éxitos obtenidos en 2003 y 2007. Dada la continuidad de la proscripción, Lula y el PT eligieron a Haddad, quien se desempeñó como Ministro de Educación de Lula y Dilma, además de alcalde de San Pablo, la ciudad más grande de Brasil. D’Avila es una militante de la izquierda radical con quien se pretende alejar los fantasmas de la traición producida por Michel Temer, el vicepresidente electo de Dilma Rouseff en 2011.
Según activistas cercanos a la dirección del PT, la lentitud en la postulación de la nueva fórmula, a escasas cuatro semanas del comicio, se debió a la combinación de dos factores: por un lado, a la especulación sobre la posible aceptación de la apelación ante el Tribunal Supremo, y –paralelamente— a la necesidad de proteger el crecimiento electoral de la candidatura de Lula, con la expectativa de derivar dicha fidelidad de votos hacia Haddad. En las elecciones de octubre están anotados para sufragar 147 millones de brasileños y se eligen 27 gobernadores, 513 diputados y 60 senadores, dos tercios del total.
La embajada estadounidense en Brasil ha puesto en evidencia su preocupación por un escenario que no logra controlar. El candidato de la derecha militarista brasileña, Jair Messias Bolsonaro, cuenta con el 30 por ciento de expectativas de votos, pero con el nivel más alto de rechazo. Según las encuentras difundidas por dos consultoras contratadas por la delegación diplomática de Washington, Bolsonaro pierde con cualquiera de los contendientes en una potencial segunda vuelta. En ese marco, el establishment empresario y financiero brasileño continúa promoviendo a Geraldo Alckmin, pero su candidatura se ve desafiada por el ex capitán del ejército Bolsonaro, quien aparecía como segundo en las encuestas detrás de Lula, mientras este seguía en carrera a la espera de su apelación. Si bien Lula lo doblaba en expectativas de votos, el PT se encuentra hoy ante la preocupación de transferir ese 40 por ciento de preferencias hacia Haddad, en el efímero lapso de tres semanas. Sin la candidatura de Lula, Bolsonaro lidera las encuestas con un 23 por ciento de los votos, seguido por la ecologista Marina Silva con un 13, el socialdemócrata Ciro Gomes con un 8 y Alckmin con un 6.
En la primera semana de septiembre, días antes del atentado sufrido en Minas Gerais, Bolsonaro aceptó la colaboración del supremacista estadounidense Steve Bannon, uno de los jefes de campaña de Donald Trump en la elección que este último ganó en 2016. Bannon está acusado de ser socio de Cambridge Analytica, la empresa acusada en el Reino Unido de utilizar datos privados para interferir en forma ilegal en procesos electorales. Bannon se desempeñó, luego del triunfo electoral, como jefe de asesores de Trump hasta el 18 de agosto de 2017. Con posterioridad se ofreció como colaborador de los candidatos neonazis europeos y como publicista de los grupos británicos del Brexit. Ante la requisitoria de los periodistas, el hijo de Bolsonaro, integrante del comando electoral de su padre, confirmó que “Bannon se puso a disposición para ayudar (…) El apoyo será con sugerencias de internet (…) Él afirmó ser entusiasta de la campaña de Bolsonaro y ciertamente estamos en contacto para sumar fuerzas, principalmente contra el marxismo cultural”. El artículo dedicado a Brasil en la última edición del semanario londinense The Economist consigna que Bannon es un peligro para el sistema democrático y que “Bolsonaro sería un presidente desastroso [dado que] su retórica muestra que no tiene respeto hacia muchos brasileños, incluyendo a personas gay y negras”.
Ruido de sables
El atentado sufrido por Bolsonaro, el 6 de septiembre en una céntrica calle de Juiz de Fora, la segunda ciudad del estado de Minas Gerais, motivó dos intervenciones quirúrgicas y un estado deliberativo al interior del Partido el Social Liberal (PSL), donde se discute la posibilidad de su continuidad como candidato debido a su limitada capacidad para recorrer el país en los escasos 25 día que restan para el comicio. Estos debates incluyen la posibilidad de que Bolsonaro resigne la candidatura –o el peso de la campaña electoral—en su compañero de fórmula, el también ex militar Hamilton Mourao, un general retirado que culpó irresponsablemente al PT de ser el responsable del atentado sufrido por Bolsonaro.
El general Heleno Ribeiro adelantó que el Ejército no estaba dispuesto a aceptar la potencial comandancia de las fuerzas militares por parte de Lula. El propio comandante en jefe del Ejército, Eduardo Villas Boas, constituido en un protagonista de la política brasileña, luego de la destitución de Dilma, dejó trascender la convocatoria del Alto Comando, conformado por los oficiales de más alta graduación, para monitorear el proceso electoral.
Las recurrentes intervenciones discursivas de los oficiales de las Fuerzas Armadas son acompañadas por una deriva crecientemente violenta que tiene a los sectores populares como sus primeras víctimas. Los asesinatos de los activistas Marielle Santos y Anderson Campos en Rio de Janeiro son las expresiones más conocidas de una situación explosiva motivada fundamentalmente por los datos de desocupación y subocupación que el Instituto Brasileiro de Geografía e Estadística (IBGE) cuantifican como 12, 8 millones de población activa sin trabajo (un 13% de la población) y un total de 25 millones de personas subocupadas, con un porcentaje del 24%. El dato más significativo, sin embargo, es que los porcentajes duplican los indicadores de 2014, cuando todavía gobernaba Dilma: en diciembre de 2014 la desocupación llegaba al 6,4 %.
La situación económica de Brasil completa un ciclo de recesión moderada y un estancamiento que, en el mejor de los casos, prevé un crecimiento del 1 por ciento del PBI anual para este año, pero con una desocupación en alza. La desconfianza de los inversores –motivados por la situación económica y la desconfianza política— ha generado una paulatina fuga de divisas, incrementada en las últimas semanas por la incertidumbre producida por la crisis turca, cuya volatilidad generó la repatriación de capitales de cartera desde países emergentes hacia las metrópolis financieras. En el caso de Brasil, los 60.000 millones de U$S de inversión exterior ingresados durante 2017 empiezan a ser repatriados hacia los países centrales con el peligro cierto de debilitar la moneda. Las promocionadas inversiones concluyen de esta manera su ciclo de aves de paso especulativas, retornando a sus nidos en paraísos fiscales o en carteras menos riesgosas, alejadas de los vaivenes generados por la financiarización cíclica.
En 1973, el gobierno del general Agustín Lanusse proscribió a Juan Domingo Perón como candidato. En aquella ocasión, Héctor José Cámpora se presentó a elecciones bajo la admonición del líder del justicialismo. Obtuvo la presidencia y renunció para convocar a unas nuevas elecciones en donde Perón obtuvo su tercera presidencia. La consigna de entonces fue “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”. Sabemos que la historia no vuelve a repetirse. Pero sin duda brinda ejemplos de victoria: es muy probable que Haddad se convierta en Cámpora.
* Tomado de: https://www.elcohetealaluna.com/haddad-al-gobierno-lula-al-poder/#_ftn1