Rodolfo Bueno

Puede ser que a Trump no le pase nada si gana la elección de noviembre o, lo peor, que lo saquen a patadas si la pierde y así lo deciden sus enemigos, tanto demócratas como republicanos. Hasta ahora, nadie sabe con certeza cómo va a terminar su aventura por la Casa Blanca. Pronto se conocerá el desenlace.

Lo que no va a cambiar es la histeria descontrolada en la que ha caído el escepticismo cauteloso con el que la clase política de Washington miraba el panorama mundial cuando creía dominarlo. Típico error que comete todo imperio: creer que el mundo es inamovible, estable y favorece a sus intereses. Por eso ahora, cuando “La rebelión en la granja” es real, actúan convulsamente en todas sus actividades. Es como si dijeran “con nosotros mueren Sansón y los que no son”.

Nadie les desea la muerte y se equivocan cuando ven enemigos hasta en la sopa, es más, todos están conscientes de que si se hunden, arrastrarían con ellos a gran parte de la Tierra a una fosa sin fondo de la cual es muy difícil resurgir; de que el dólar va a mantener parte de su poderío y se lo seguirá usando en las transacciones comerciales; de que tienen garantizado por largo tiempo un lugar privilegiado en la arena mundial, pero no con la hegemonía que acostumbraban. Sucede que el planeta se ha hastiado de su prepotencia, por la que se creen insustituibles. El asunto es grave. Según Irán, el mundo se cansó de que ellos ni siquiera finjan respetar el Derecho Internacional y rompan los acuerdos que han firmado.              

El poderío de Estados Unidos es insuficiente para vencer a Rusia o a China, peor aún a ambas potencias juntas. Y este es su mayor error, declarar sus principales enemigos a estos países e intentar derrotarlos. A Rusia la acusan de todo lo malo que pasa en el orbe y a China, de intervenir en sus elecciones y de “involucrarse en transacciones significativas con Rosoboronexport”, consorcio ruso encargado de las exportaciones de armamentos y materiales de defensa, lo que viola el proyecto de ley de sanciones de EE.UU., pretextos por los que le declaran una guerra económica y comercial y le imponen aranceles a las importaciones de sus productos por un valor de 200.000 millones de dólares. Como era de esperar, sucedió lo que debía suceder, Moscú y Pekín se unieron en lo económico, en lo político y en lo militar, forjando una alianza que los vuelve invencibles, incluso si Europa decidiera continuar, como hasta ahora, vasalla de Washington, aunque, más bien, está pasando lo contrario.

La geopolítica es una idea de Sir John Mackinder, según la cual, el poder global no radicará en el futuro en dominar las vías marítimas sino en controlar una vasta masa de tierra, que él denominó Eurasia. Su teoría establece que en la región que se extiende entre los ríos Volga y Yangtze y desde el Himalaya hasta el Océano Ártico el poder terrestre tiene más importancia que el marítimo. Esta zona, con una superficie de 53.000.000 km², el 36,2% del área terrestre, actualmente habitada por 5.000 millones de personas, lo que equivale al 72.5% de la población mundial, es para Mackinder el corazón del planeta.

Cuando en 1904, el transiberiano cubrió los 9.062 km de distancia entre Moscú y Vladivostok, Mackinder escribió: “Los ferrocarriles transcontinentales están ahora modificando las condiciones del poder terrestre… es inevitable que allí se desarrolle un gran mundo económico, más o menos aislado, que será inaccesible al comercio marítimo”; lastimosamente, las dos guerras mundiales que se dieron en el siglo XX impidieron la realización de esta idea.

Hace cinco años, el Presidente de China, Xi Jinping, anunció la intención de entrelazar Europa y Asia con una vasta red de vías para fomentar el comercio y el intercambio humanitario y económico entre ambos continentes. Esta ambiciosa propuesta concretará en las siguientes décadas la táctica y la estrategia del desarrollo no sólo de China sino de todas las naciones de esta extensa zona.

Los dirigentes chinos, previendo las medidas económicas de EE.UU., diversificaron los mercados para sus productos. Hoy por hoy, el comercio entre China y Europa supera el medio billón de dólares y sigue creciendo. La mayor dificultad estriba en la falta de vías de comunicación, por lo que el megaproyecto del Cinturón y la Ruta de la Seda debe resolver este problema.

Esto se hizo patente durante el Foro Económico Oriental, celebrado en Vladivostok desde el 11 hasta el 13 de septiembre, cuyo tema central fue la realización de este ambicioso proyecto. Por allí viajarán productos que recorrerán los 9.191 km desde Shanghai hasta Londres en tan solo 15 días, menos de la mitad de los 40 días que se tarda en transportar estas mercancías por barco; por allí circularán trenes de alta velocidad con vagones de carga, y el petróleo y el gas fluirán por nuevos conductos, surgirán carreteras y puertos y las empresas se asentarán en nuevas zonas económicas que conectarán a decenas países de Asia, Europa y África, en pocas palabras, se reeditarán las antiguas vías comerciales de la Ruta de la Seda.

China, en lugar de impulsar la globalización mediante la conformación de una costosa armada aeroespacial, ha formulado una variante de un costo de tres billones de dólares, que busca construir una red de líneas de alta velocidad, oleoductos y gasoductos, que unifiquen y conviertan a Eurasia en una vasta zona económica que integre Asia y Europa.

Desde fines del 2007, los alemanes y los rusos se unieron a los chinos para construir el Puente Terrestre Euroasiático, que una el Lejano Oriente con Europa. El 2014, China expuso el plan para trazar la línea de alta velocidad más larga del mundo, con un costo de 230 mil millones de dólares; se espera que tan solo en dos días los trenes recorran los 5.790 km entre Beijing y Moscú.

Por carecer de la visión de Mackinder, los mandatarios de EE.UU. no entendieron a tiempo la importancia y el sentido del vuelco global radical que tiene lugar en el mundo moderno. En cambio, Rusia y China corren los riesgos de remodelar el orden unipolar del mundo. Ambas están vinculando sus riquezas espirituales con sus enormes recursos naturales y económicos. Posiblemente, como en 1904 predijo Mackinder, “un imperio de alcance mundial estaría a la vista”. Esto causa la histeria descontrolada de EE.UU.

 

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