Por Leonardo Parrini 

De todas las historias de la historia la más triste es aquella que habla de un ser humano admirable, un guía, un amigo perdido, porque nos quedamos más solos en el mundo. Esa fue la sensación que me embargó al enterarme de la muerte de Jorge Núñez Sánchez, director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Un hombre que hizo su vida para la historia, con historia. Un cronista de su tiempo, de un país y un continente, al que dedicó aquilatados talentos y afectos durante una nutrida trayectoria intelectual como escritor, autor de libros, ensayos, artículos y testimonios orales en conferencias académicas y notas de prensa.

Núñez Sánchez, historiador, periodista y profesor universitario ecuatoriano, había nacido en Bolívar. Cursó estudios superiores en Jurisprudencia en la Universidad Central del Ecuador y de Geografía e Historia en la Universidad de Huelva, España. Fue Director de la Sección Académica de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana e investigador asociado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México. También fue profesor de la Universidad Central del Ecuador, de la FLACSO y de la Academia Diplomática, y profesor invitado de varias universidades extranjeras. Miembro Honorario de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC). Colaborador en innumerables periódicos y revistas latinoamericanas. Miembro de las Academias Nacionales de Historia de Ecuador, Cuba, Colombia, Perú, Nicaragua y Paraguay, y de la Real Academia Española de Historia. Es autor o coordinador de 80 libros de historia y ciencias humanas y coautor de otros tantos. Por su obra intelectual ha recibido destacados reconocimientos, entre otros, Premio Universidad Central, año 2003, por su obra La corrupción en el Ecuador, de la Colonia a la República. Premio Universidad Central, año 2001, por su obra El Ecuador en el siglo XIX. Cinco ensayos de interpretación. Condecoración Nacional al Mérito Cultural, del Ministerio de Educación y Cultura, 1992. Condecoración al Mérito Cultural otorgada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1994. Gran Cruz “Excelencia Académica” otorgada por la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias, 2003. Premio Nacional de Cultura “Eugenio Espejo”, otorgado en 2010 por el Gobierno del Ecuador. Entre sus últimos libros figuran los siguientes:Ecuador en la Historia, Archivo General de la Nación, Santo Domingo, República Dominicana, 2011. Simón Bolívar, el Libertador, Eskeletra Editorial, Quito, 2012. El solar de la memoria. Nuestra historia y sus historiadores, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 2013. Ecuador: Revolución Ciudadana y Buen Vivir (Coordinador), Yulca Editorial, Barcelona-Quito, 2014. Eloy Alfaro: pensamiento y acción de un revolucionario latinoamericano (Selección e introducción), Centro Nacional de Historia, Caracas, Venezuela. 

Con lucidez, Núñez Sanchez, hacía referencia a nuestro pasado colonial y a los esfuerzos independentistas del país, cuando escribe: “La hora de la Independencia marcó en muchos sentidos un punto de ruptura con el orden colonial, pero también con muchos usos, costumbres y modos de pensar de la propia sociedad. Y es que la revolución de Independencia no solo pretendió romper la dependencia frente a España y sustituir al régimen monárquico por un gobierno republicano, sino que pretendió también reformar la sociedad desde su base, con miras a eliminar las raíces de sustentación del antiguo régimen y construir un nuevo orden social. Ciertamente no era un objetivo fácil de lograr, especialmente porque había que levantar el nuevo edificio social sobre las realidades socio-económicas y culturales heredadas del pasado y a contrapelo de la mentalidad colonial. En la práctica, fueron infinitas las dificultades que acompañaron a la construcción del orden republicano, especialmente cuando ésta se propuso enfrentar viejos vicios sociales o usos coloniales que atentaban contra los derechos del hombre, la democracia o los intereses públicos. Sin embargo, los mayores conflictos se dieron alrededor de las reformas que buscaron afectar los intereses terrenales de la Iglesia. Esta había sido, durante el régimen colonial, no solo el bastión ideológico de la feudalidad y el tradicionalismo, sino parte sustantiva de la estructura de poder, en tanto que beneficiaria de importantes derechos feudales, copartícipe en la administración del sistema judicial y de policía, responsable única del sistema educativo y censora oficial de toda labor cultural”.

Su destacada trayectoria fue motivo de reconocimiento por el Colectivo Espejo Libertario, en enero del 2019, ocasión en que compartimos en Casa Égüez una mención de reconocimiento del grupo cultural a la labor comunicacional de la revista Lapalabrabierta. Esa noche, con sendos vinos, navegamos la historia pretérita y presente de un Ecuador tantas veces olvidado en sus luchas liberadoras, cuando no traicionado por minúsculos usurpadores de un inmerecido poder.

Jorge tenía una especial sensibilidad para registrar los aconteceres históricos, tanto cotidianos como aquellos de trascendencia capital para el transcurrir y el devenir del país. Apegado a sus principios y fines ideológicos materialistas históricos, fue capaz de construir una gran crónica ecuatoriana desde sus ancestrales fundamentos hasta los más recientes hechos que conforman una historiografía veraz y dignataria de esenciales descubrimientos, no obstante, silenciados en anales de minucias intelectuales heredadas de un pasado oscurantista.

Cotidianamente nos enviábamos señales en palabras y lecturas compartidas en redes sociales; fuente y generoso seguidor de mis artículos periodísticos, Jorge era una suerte de faro intelectual, y yo su asiduo lector privilegiado de tan notable talento suyo. Un día sus señales se apagaron en un silencio inquietante. Al poco tiempo supe de su enfermedad que lo consumía día tras día. Por elemental reciprocidad y respeto le respondí con prudente mutismo, pero me propuse vigilar sus gestos que se fueron extinguiendo por el cáncer terminal.

Este tiempo absurdo, de tanta muerte devastadora, debo con profunda tristeza inclinarme ante la memoria del amigo, del ecuatoriano prominente, del intelectual lúcido capaz de enriquecer la historia con su propia historia. Solidaridad con su familia, en especial a mi amiga Jenny Londoño de Nuñez. Paz en su tumba.          

Tomado de La Palabra abierta

Por Editor