Akángau Viteri Tassi

La Amazonía es invisible. Por ahí hay que empezar. Llamar “oriente” a la Amazonía, no solo es una grave imprecisión histórica, sino una ofensa. Llamar “oriente” a la Amazonía es invisibilizarla, desconocerla. “Oriente” no es más que una mera coordenada, una dirección donde hay muchos mundos, muchas civilizaciones milenarias, que dejan de existir con la categoría de “oriente”. La Amazonía es real.

La Amazonía no existe en la memoria. Tampoco existe en la literatura, salvo “Cumandá”, obra de Juan León Mera. Es cuasi inexistente en la academia, tanto en los libros como en las discusiones. Hay poca bibliografía sobre la Amazonía; la que hay, es muy imprecisa sobre su realidad y su mundo; y ello ha contribuido a su desaparición tanto social, económica, política, cultural, etc. La Amazonía es desconocida y genera rechazo: nadie quiere ir allá porque nadie sabe con qué se va a topar o qué va a mirar. La Amazonía es esa realidad que nadie conoce y que nadie quiere conocer por temor…

La Amazonía ha creado, desde su riqueza natural, enormes opulencias artificiales de aquellos lugares geográficos que se llaman civilizados y se catalogan civilizatorios. La Amazonía ha significado grandes aportes a la ciencia hegemónica, tanto natural como social. La Amazonía es el lugar estratégico para el desarrollo del mundo, de la humanidad. Pero nadie lo sabe ni lo reconoce.

La Amazonía, en su inexistencia, ha sido desconocida desde la época de la colonia mientras era invadida por la codicia europea… y por su cruz. Los pueblos originarios de la selva se vieron irrumpidos por una lógica de existencia que se materializaba en cuanto se acumulaba riqueza material, artificial. Mientras que la riqueza de la Amazonía es espiritual, un puente entre lo tangible e intangible, una vida común con el cosmos, la lógica hegemónica que habita nuestra mente proyecta a la Amazonía como el sitio donde habitan seres (otros) extraños al mundo artificial.

La Amazonía existe como un espacio vacío, es decir, está ahí pero nada ni nadie la habitan, entonces hay que ir a poblarla llevando un pico y una pala. Hoy, la Amazonía es vista como el reservorio del erario nacional de donde sale aquella substancia negra y viscosa que ha producido guerras, pobreza, exclusión, desigualdades y exterminio de pueblos, idiomas y visiones del mundo en nuestro tiempo. Antes, fueron la canela, el oro y el caucho… ¡Oh, el caucho! Desde el Congo, hasta Ecuador, fue ese árbol –como hoy lo viscoso subterráneo– la maldición que cayó sobre esa tierra verde, extensa y misteriosa, con matices que ni geógrafos, botánicos, pintores o filósofos pueden describir. ¿Cómo se puede describir algo natural si eso mismo es su esencia? ¿Cómo describir el olor de la tierra cuando se moja, si al mismo tiempo surge el aroma del papangu y todo ello se mezcla con el olor del kambi o el japíu? Ese entrelazamiento de aromas de la tierra, flores y frutas no necesita descripción, necesita sentirse.

La Amazonía no ha sido ajena a las consecuencias de las políticas implementadas desde uno de los centros políticos del país (la capital, por ejemplo) que han ido al compás de intereses ajenos, no solo de la región amazónica sino del país mismo. El servilismo político, la ambición, un falso sentido de progreso han herido gravemente a la Amazonía durante su historia. Es la visión colonialista la que ha relegado, y relega, siempre a la región más grande del país, y más diversa. Es la visión colonialista sobre la Amazonía la que produjo esa paradoja histórica aún irresuelta: a pesar de ser el lugar de donde sale la mayor riqueza del país, sigue siendo la región más pobre a nivel nacional. Es la visión político-colonialista la que ha convertido a la Amazonía en la última rueda del coche: su población no representa electoralmente, por eso los políticos miopes e ignorantes no ven en la Amazonía un riesgo numérico, como sí lo hacen con Guayas o Manabí; en cambio ven el mayor porcentaje del PIB. Es el clientelismo político el que ha abandonado a la Amazonía en la miseria, dejándola para que luche sola contra invasiones poderosas que llegaron, conquistaron, explotaron y se fueron dejando secuelas que se verán aún por 50 años más. El caso de Chevron-Texaco es el ejemplo más reciente que refleja ese clientelismo político y abandono, tanto a nivel del gobierno central como de gobiernos locales.

Pero el país le debe mucho a la Amazonía. Se ignora que la Amazonía ha sido históricamente determinante en la política nacional, lo cual pone sobre el tapete del debate temas estructurales que ni los eruditos de la academia y la ciencia hegemónica han logrado siquiera comprender. Es gracias a la Amazonía que hoy la naturaleza tiene derechos; es gracias a la Amazonía que hoy se reconocen derechos ancestrales; es gracias a la Amazonía que hoy Ecuador se reconoce como un Estado Plurinacional y Multicultural. Todos esos son conceptos que nacieron en las entrañas originarias de la Amazonía.

En la Amazonía nació el Sumak Kawsay como visión política alternativa a la visión occidental colonialista, atacando y desmenuzando así los problemas estructurales que aquejan al Ecuador; modelo que quiso cimentar el anterior gobierno pero que terminó siendo mercantilizado, malinterpretado y mal traducido.

Luego del petróleo, la Amazonía seguirá siendo estratégica y vendrán otro tipo de recursos que dejarán su huella en la historia así como lo hicieron la canela, el oro y… ¡oh, el caucho! Seguir pensando en el petróleo como única fuente de riqueza es coyuntural; creer que solo ese modelo de desarrollo es el que existe, denota la carencia de visión política. En el futuro, después de la riqueza viscosa, los recursos de la biodiversidad significarán la nueva fuente de fortuna del país; y esos recursos se encontrarán mayoritariamente, casi en su totalidad, solo en la Amazonía. Por eso, debemos dejar de pensar coyunturalmente, y empezar a pensar una nueva visión política que encare los problemas estructurales de nuestra sociedad.

Pero el primer paso es reconocer a la Amazonía y no relegarla. Hay que reconocer que la Amazonía es un lugar geoestratégico, de trascendental importancia para el desarrollo del país.  Hay que impulsar y profundizar el conocimiento amazónico de la biodiversidad, de la cultura, etc. Hay que reconocer a la Amazonía como un espacio de vida, de vida política, cultural, económica y, a partir de ello, elaborar una agenda amazónica para proyectar el país desde la Amazonía. Pero hay que primero entender que el Ecuador es amazónico… “desde siempre y hasta siempre”.

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