Mariela Giler
La marcha de estudiantes de la Universidad Central del Ecuador se tomó las calles del centro de Quito el pasado lunes. Yo, como buena centralina, anuncié en mis redes sociales que estaría en las calles otra vez, tal como lo hacía en la época neoliberal.
Mis padres, por pobreza o por conciencia, siempre me inculcaron amor a lo público (mi madre fue educadora). En el colegio, y luego en la universidad, tuve la oportunidad de involucrarme con la dirigencia estudiantil, desde donde me enamoré de la rebeldía, de la necesidad de no dejar de protestar por el alza de pasajes, en contra de las injusticias, la subida de combustibles, la falta de recursos para asegurar la calidad en la educación pública, y luego protestar en contra del más penoso y triste episodio de la historia económica que ha vivido el país: el feriado bancario.
El lunes, frente al Teatro Universitario, una vez que la marcha comenzó, empecé por recorrer los distintos tramos de la misma. Me sentí reflejada en la energía estudiantil, en cada consigna escuchada, en los gritos, los saltos y en cada pequeño trecho de calle que luego me tocó correr, para “acolitar” y para ser nuevamente una estudiante protestando y luchando por los derechos que como ciudadanos nos corresponden.
Mimetizadas entre los jóvenes, había madres -más que padres de familia- con carteles alusivos a la defensa de la asignación presupuestaria universitaria, que directamente beneficiará a sus hijas e hijos. De manera consciente (o no) saben que la educación es la única vía de movilidad social. Pensé que seguramente para ellas esta no era su primera marcha, quizá incluso habrían coincidido en las calles en décadas anteriores.
En cambio, posiblemente ese no era el caso de las y los estudiantes. Pensé: muy jóvenes para haber estado antes en una protesta social, a lo mejor ni siquiera saben lo que es enfrentarse a las bombas lacrimógenas. Nadie les ha enseñado a “barrer” las pequeñas cunetas entre calle y vereda para obtener el material con el que se armaban las bombas molotov, defensa fundamental para repeler la violencia de la Policía y los gases lacrimógenos, que solían llover sin compasión alguna desde los ya fenecidos “trucutú”.
Pese a mis propias observaciones, sentí alegría. De principio a fin fui testigo privilegiada del entusiasmo con el que se tomaron la calle, como medio de lucha. En la marcha sonaron tambores en muestra de desacuerdo con el gobierno que ha planteado una reducción de un 10% de las asignaciones, lo que significará una supresión de USD 145,1 millones para 26 de los 30 centros de educación superior pública del país. Comentaba con un amigo economista que eso sería como retirar todo el presupuesto asignado a la Universidad Central, que es de USD 149 millones. Los chicos saben que este es un ajuste neoliberal.
Mientras avanzaban hacia el Centro de Quito, gritaron consignas como: ‘la universidad no se vende, la universidad se defiende’; ‘es educación gratuita lo que el pueblo necesita’. Pero lo mejor fue la parada frente del Banco de Guayaquil. Allí, tal como lo hicimos miles de personas en los noventa, los estudiantes acusaron al gobierno de perdonar millonarias sumas al grupo de banqueros, y de negar recursos a la educación. Por ejemplo, Banco de Guayaquil le debe al país USD 6 millones. Banco Pichincha, por concepto de impuestos e intereses, debe USD 39 millones al Servicio de Rentas Internas.
Vi a cierto número de periodistas preguntando a los dirigentes las razones de la movilización. Me sorprendió gratamente que los chicos manejen cifras, sepan en qué exactamente afectaría la reducción y lo que esto implica: impedimento para implementar nuevas materias, o recorte en el aumento de inversión, reducción de las pensiones diferenciadas en las universidades cofinanciadas, reducción de becas… Hablaron de la violación a la Constitución, del Artículo 348 y de cómo ésta prohíbe expresamente el recorte de este tipo de presupuestos. ¡No van a declinar su posición!, explicaban. Eso me dio el termómetro de que, pese a mi pseudo prejuicio inicial, la universidad pública sí es la que sigue generando conciencia social, que sí sigue siendo la cuna de las luchas, que es la llamada a ser la protagonista de los importantes cambios en la estructura social. Tal vez es eso lo que quieren sepultar, a través de la reducción presupuestaria.
Hacia el medio día, la cabeza de la marcha llegó a las inmediaciones de Carondelet. Allí, como era de esperar, un nutrido número de policías impedían el paso a la Plaza Grande. Los carteles que los chicos portaban se agitaban más. En ellos se leía: ‘si no hay paz para el pueblo, no habrá paz para el gobierno’; ‘contra la educación mercantil está la organización estudiantil’. Me di cuenta que esta vez era una marcha más lúdica, más pacífica; lo que no significa que haya sido menos incisiva que las de décadas anteriores. Los jóvenes portaban carteles con leyendas como ‘Moreno es más mentiroso que mi ex’. A más de uno de esos a los que nosotros les gritábamos: ‘mirones y ahuevados, también son explotados’, ese tipo de carteles les sacó más de una sonrisa. Otros -menos mirones- alentaron y aplaudieron.
Me llenó de orgullo ver a los centralinos vestir camisetas con el logo de la Gloriosa Universidad Central. En el ambiente claramente se respiraba olor a lucha, a conciencia, a un despertar del letargo que nos ha traído la tecnología a la sociedad. Que los sacó del WhatsApp a las calles.
Como dije, para muchos será la primera vez que participan en una movilización, pero vi que, en esta, su primera vez, declararon su posición política. Que defienden una causa colectiva en beneficio no sólo de ellos sino de la sociedad en su conjunto.
La última imagen que tengo y con la que quiero quedarme, es su rechazo a no ser recibidos en Carondelet, como sí lo hizo el presidente Lenín Moreno, y con alfombra roja incluida, al ex presidente derrocado Abdalá Bucaram Ortiz.
Por eso, hoy quisiera dedicarles una canción, que alguien en su tiempo nos dedicó en uno de esos días de lucha: ¡Qué vivan los estudiantes (…) que marchan sobre las ruinas, con las banderas en alto, Pa’ toda la estudiantina, son químicos y doctores, cirujanos y dentistas! Caramba y zamba la cosa ¡Vivan los especialistas!