Mike Pompeo no duda en “colaborar” con Lenín Moreno en la ciberseguridad. En la práctica diplomática, medio mundo sabe, que el pedido del “Primer Mandatario” ecuatoriano se prepara y se propone para que la otra parte conceda el beneplácito respectivo cuando arriba a la nación que, supuestamente, requiere del apoyo de la mayor hegemonía política, militar y económica.
El secretario de Estado de Donald Trump visita Argentina y Ecuador porque ahí gobiernan presidentes con una agenda muy bien articulada a la de EE.UU. y cada paso que dan para eso gira alrededor de consolidar una estructura de control y seguridad que impida que otras naciones y/o Estados toquen su “patio trasero”.
Hoy no cuentan las posiciones territoriales sino el dato, la información y la regulación a favor del control absoluto. No importa si hay guerrillas o masivas manifestaciones, lo fundamental es tener el control sobre las redes y la internet en general. Eso explica por qué deben ser aniquilados personajes como Julian Assange u Ola Bini. Y por eso nos siguen inoculando la idea de que los usuarios de las redes somos simples consumidores y como tal sobre nosotros actúan en función de nuestros deseos y tendencias, cuando todos sabemos quiénes y desde dónde crean esos “gustos” y “predisposiciones” individuales.
Como afirma Martin Hilbert, experto en Big Data: “Las nuevas guerras no van a ser sobre petróleo. Ocho de las 10 compañías más valoradas en el mundo son de tecnología digital. Hoy ya son más valiosos que las petroleras. Entonces los datos son el nuevo petróleo. Y el que tiene el control sobre los datos, controla el país”, según cita el blog de Antoni Gutiérrez Rubí, y éste último también destaca algo que ya vivimos como una constante y nos referimos como si fuese de absoluta condición técnica y/o tecnológica:
“La lucha por los datos y su interpretación es la nueva geopolítica. Una nueva vuelta de rosca a la tesis de los hechos alternativos de Donald Trump. El choque entre algoritmos e ideas está servido. La competencia electoral es ya, decididamente, una competencia digital de enormes consecuencias políticas y, también, democráticas. De los programas (de propuestas políticas) a los otros programas, los tecnológicos, con los cuales podemos dirimir contiendas electorales con nuevas capacidades. No todas transparentes, y muchas de ellas bordeando el margen entre lo legal y lo no prohibido. Entender los datos es fuente de poder. Poseerlos, adquirirlos o capturarlos es fuente de codicia. Medir es poder. Medir es ganar”.
De ahí que no es una colaboración inocente, ingenua o generosa de Mike Pompeo trabajar con Lenín Moreno en la ciberseguridad. Claro, para eso han implementado una cortina de supuestas amenazas internas, tal cual la Doctrina de la Seguridad Nacional, implementada desde los años 70. Por supuesto, esas amenazas internas pasan por actores y movimientos que con un mínimo de acción en las redes, blogs, portales o medios alternativos generan respuestas y tendencias a favor de frenar el neofascismo en marcha.
La prensa argentina y ecuatoriana celebra la presencia de Pompeo y su injerencia descarada. ¿Qué pasaría si China o Rusia sugeriría colaborar en la seguridad cibernética para garantizar la no intromisión en la vida privada de las personas, empresas y organizaciones políticas atendiendo a un principio elemental y universal como es la reserva e intimidad, la privacidad de los datos y todo lo que involucre a una persona? No solo que unos cuantos pelagatos de baja estopa, sino las mismas autoridades hablarían de intromisión, violación de la soberanía y otras cosas más absurdas.
Pero todo esto es más que eso. Como dice Irene León:
“Ahora que se ha evidenciado que la transición hacia un nuevo momento del capitalismo global está inextricablemente vinculado a este modelo tecnológico, arrecia la disputa por el dominio del modo de producción relacionado y por la propiedad del espacio satelital, los minerales y otros bienes, como también por la hegemonía en la producción de conocimientos”.
Esa ciberseguridad no pasa por garantizarnos protección a las amenazas del narcotráfico o del terrorismo, sino por tener un modelo financiero y militar que precautele los negocios de los emporios estadounidenses. Más allá de la mercantilización de los datos, hay por debajo un entramado de control y vigilancia para impedir movilizaciones digitales, protestas globales, pero ante todo “ataques” para descubrir las operaciones del mayor aparato militar del planeta.
Convencidos de que con EE.UU. viviremos más seguros, los medios ecuatorianos y argentinos (en general muchos latinoamericanos) aplauden los paseos por nuestras tierras de Mike Pence o Pompeo. Enajenados en la lógica del supuesto liberalismo, esa prensa, muchas ONG y líderes campesinos, gremiales de trabajadores, estudiantes y, por si fuera poco, académicos supuestamente progresistas han quedado mudos y maniatados por su genuflexión ante un imperio cada vez más agresivo. ¿Tienen miedo a perder la visa?
Quizá actúan así, sin justificarlos, por lo que dice Gutiérrez Rubí:
“Los datos cambian nuestra percepción de la realidad, definen y modifican el conocimiento que tenemos de nuestro perímetro vivencial más cotidiano y del marco general en el que somos y estamos, ofreciéndonos una visión macro o micro de los aspectos que nos definen como sociedad. Maneras de ver, maneras de pensar. Los datos se transforman en previsibilidad estratégica. Y conocer una determinada realidad, patrón, tendencia… nos permite prever, decidir e incidir. Para ello, el modo en que se presentan los datos, la manera de comunicarlos es clave”.
Por ahora, la visita de Pompeo al Ecuador y a Argentina evidencia el trabajo subterráneo que desarrollan las agencias de seguridad en cada gobierno y el modo en que se afinan los detalles para una estrategia más estructurada de control y persecución. A Brasil ni siquiera hace falta ir porque allá se estructuró un control mucho más poderoso con la colaboración de empresas multimillonarias.
Bastaría con revisar cómo se generan las tendencias para desprestigiar a líderes políticos y organizaciones progresistas para entender qué papel juegan los medios y esos “influencers” de nuestras domésticas áreas digitales. No es gratuito que en los celulares el peso gravitante de un solo modo de pensar la realidad, por la prioridad que nos colocan en esos aparatos los servidores informáticos, tengan a una ciudadanía desconcertada, desinformada y paralizada para reaccionar a la avalancha neoliberal.
Ya lo decía Julian Assange: “Nos estamos dirigiendo hacia un mundo en red de ‘vigilancia total’ marcado por el manejo de datos y la voluntad de control conjunto de los grandes gobiernos y las grandes corporaciones”.