Rodolfo Bueno
Hace 80 años se suscribió en Münich un pacto para traspasar a Alemania la estratégica región de los Sudetes, que pertenecía a Checoslovaquia, en el que las debilidades y las falencias de la política anglo-francesa coludieron con las ambiciones de Hitler. Así, los imperios rifan a su favor el destino de las naciones más débiles.
Checoslovaquia surgió luego de la Primera Guerra Mundial como consecuencia de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro. El Pacto de Asistencia Mutua, firmado entre Francia y Checoslovaquia, garantizaba su existencia. También existía el Tratado Checo-Soviético, según el cual, en el caso de una agresión a Checoslovaquia, la URSS se comprometía a pelear contra el agresor si Francia cumplía con el Pacto de Asistencia Mutua. Por otra parte, Gran Bretaña se comprometió a luchar junto a Francia en el caso de una guerra contra Alemania.
Hitler reclamaba para sí los Sudetes, donde estaban las principales fortificaciones militares de Checoslovaquia, porque estaba poblada mayoritariamente por alemanes. El capitán Wiedemann, su enviado, informó a Lord Halifax, Canciller del Reino Unido, que el Führer estaba iracundo y que, de no resolverse el problema de los Sudetes, habría consecuencias desastrosas. Halifax le respondió: “Trasmítale que espero vivir hasta el momento en que se realice la meta fundamental de todos mis esfuerzos: Ver a Hitler con el rey inglés juntos en el balcón del palacio de Buckingham”.
Chamberlain, Primer Ministro inglés, se entrevistó con Hitler para “lograr un acuerdo anglo-alemán” que resolviera el problema checo. Le explicaba al rey inglés que se proponía plantear a Hitler que Alemania e Inglaterra debían ser “los pilares de la paz en Europa y los baluartes contra el comunismo”. Luego de tres horas de conversación con Hitler, Chamberlain aceptó el traslado de los Sudetes a Alemania. Pidió tiempo para consultar con su gabinete y con París, a los que sostuvo que si se entregaban los Sudetes a Alemania se lograría el deseado arreglo con el Füher y “se podría amortiguar las dificultades existentes y alcanzar acuerdos en otros problemas”. Praga sólo fue tomada en cuenta cuando le recomendaron que cediera a Alemania las partes de los Sudetes donde vivían más del 50% de alemanes y que anulara los pactos de Checoslavaquia con Francia y la URSS; a cambio de ello, Francia e Inglaterra se comprometieron a garantizar las nuevas fronteras. La respuesta debía ser inmediata, pues Chamberlain se encontraría con Hitler el 22 de septiembre.
La Unión Soviética le respondió al Presidente Beneš que estaba dispuesta a ayudar a Checoslovaquia en el caso en que Francia no lo hiciera y que tendría el respaldo de Moscú en la Liga de Naciones en el caso en que Praga solicitara la ayuda a ese organismo. Beneš rechazó la propuesta de Chamberlain. Inglaterra y Francia le presentaron un ultimátum: “Si los checos se agrupan con los rusos, la guerra podría transformarse en una cruzada contra los bolcheviques. Entonces a los gobiernos de Inglaterra y Francia les sería muy difícil quedar al margen”. Los checos aceptaron el ultimátum la mañana del 21 de septiembre, lo que fue rechazado por el pueblo, que derrocó al gobierno. Hitler le exigió a Chamberlain que antes del 28 de septiembre los Sudetes debían formar parte del Tercer Reich y, a pedido de Chamberlain, alargó el plazo hasta el 1 de octubre.
Cuando Lord Halifax entregó esta exigencia al Embajador de Checoslovaquia, Jan Masaryk, le explicó: “Ni el Primer Ministro inglés ni yo queremos darle consejo alguno con respecto al memorándum… El Primer Ministro está persuadido de que Hitler sólo quiere los Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”. El díalogo continuó así, Masaryk: “¿Y usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no le he dicho que el Primer Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum, entonces, ¿cuál es el papel del Primer Ministro?”; Lord Halifax: “El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador, Hitler”; Lord Halifax, un poco turbado: “Pues, si le parece, sí”.
Chamberlain comunicó a Praga que debía cesar toda resistencia, luego pronunció un discurso en el que sostuvo: “Qué horrible, qué increíble es que tengamos que abrir trincheras, ponernos máscaras antigás por la querella de un lejano país, de cuyo pueblo no sabemos nada”. Hitler propuso la realización de una conferencia entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. Checoslovaquia, que en ese conciliábulo perdió la quinta parte de su territorio, la cuarta parte de su población y la mitad de su industria pesada, no fue tomada en cuenta.
El 30 de septiembre se le comunicó verbalmente a la delegación checa, que esperaba impaciente en el piso inferior de la reunión, el destino de su país. Sus delegados reclamaron indignados por la monstruosa resolución, a lo que se les contestó: “¡Es inútil discutir! Está decidido”. El objetivo de esta tramoya lo descubre el historiador conservador inglés Sir Wheeler Bennet: “Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la lograba encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes”.
Chamberlain regresó a Londres. Blandía con mucho orgullo un papel que, según dijo, “aseguraba la paz por una generación”. Para reafirmar sus palabras citó la frase de Henrique IV, de Shakespeare: “De la ortiga de los peligros sacaremos las flores de la salvación”. El periódico Izvestia de Moscú le recordó al día siguiente la réplica que sigue a la misma frase: “La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros, y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves”.
Medio año después, las tropas alemanas entraron a Praga ante la impotente mirada de Inglaterra y Francia, garantes que no movieron un dedo para prestar ayuda a Checoslovaquia; política que hasta ahora no ha cambiado y que favorece al agresor. Actualmente estos dos países, y otros aliados, se suman a las agresiones imperiales que se llevan a cabo a lo largo de todo el planeta.