Por Erika Sylva Charvet
Bastó una frase para que Lasso devele su concepto sobre la universidad pública y su rol en la sociedad ecuatoriana. En efecto, en su comparecencia con los/as rectores/as de las universidades y los institutos técnicos y tecnológicos el 17 de junio de 2021, dijo: “Voy a decirles algo que lo he pensado y reflexionado mucho, pero voy a ser audaz y se los voy a decir […], y lo digo en el extremo para ilustrar una idea: Yo prefiero ver a un joven con una nota mediocre sentado en un pupitre y no deambulando por las calles del Ecuador, cayendo en las drogas o algunos de ellos siendo coptados (sic) por el sicariato” (Pichincha Universal, 17-06-2021).
De acuerdo a esta confesión del presidente, los y las jóvenes humildes, populares, del Ecuador, son potenciales delincuentes, drogadictos o sicarios. El mundo de la marginalidad que acompaña la miseria sería el camino ineluctable para dicha juventud. Imposible, desde esta visualización, pensarlos como futuros grandes científicos/as, académicos/as, técnicos/as, artistas, intelectuales y gente que lleve a la universidad ecuatoriana a otro nivel de desempeño.
No. La universidad pública no está para eso. Debe ser el albergue temporal de estos potenciales delincuentes, dañados y violentos que amenazan a la sociedad, a la “gente bien”. De ahí que, mientras más casas de estudio de ese perfil existan, más resguardados estarán los miembros de su clase. No extraña, por ello, que ya se escuchen voces que demandan la “reapertura” de las universidades e institutos “de garaje” cerrados por su pésima calidad educativa en 2012. La universidad pública, pues, debe volver a ser el colchón neutralizador de las contradicciones sociales, como históricamente lo fue para la oligarquía dominante, rol funcional al modelo neoliberal, pues, con ello se desembaraza de la real solución a los problemas fundamentales del país: pobreza, desigualdad, desempleo, subempleo, discriminación, subdesarrollo, etc.
Pero, si la universidad pública, sería, desde estas visiones, un albergue temporal de potenciales delincuentes juveniles, ¿cuál sería el rol de la docencia universitaria? Pensar en docentes de excelencia académica, con formación de PhD, carrera universitaria, salarios dignos, publicaciones científicas, estándares de calidad en la enseñanza y niveles de exigencia a su alumnado, sería sencillamente inconsistente, un desperdicio. La docencia, entonces, se reduciría a una especie de asistencia social con niveles de complacencia extrema hacia el rendimiento mediocre y hasta deficiente de un alumnado que estaría más para “calentar pupitres”, que para deslumbrar con sus inventivas, iniciativas o creaciones a sus maestros/as.
¿Qué perspectiva de futuro tiene la universidad pública desde esta concepción degradante de su academia? ¿Qué mejoramiento de la calidad de la educación superior puede promover un gobierno para el que la disyuntiva de la juventud popular es la delincuencia o una educación mediocre? ¿Qué posibilidades profesionales se pueden abrir para ellos/as? ¿Cómo puede la universidad pública constituirse en eje fundamental del desarrollo económico y social del país en el marco de una visión que le asigna un rol asistencial y hasta marginal? Preguntas que la comunidad académica de la universidad pública debe hacerse seriamente para enfrentar la asfixia financiera solapadamente anunciada tras esta confesión de Lasso.