Por Santiago Rivadeneira Aguirre

Lo que caracteriza al gobierno del banquero presidente, tendría que ver con lo ecológico (o la sanidad social) antes que con el ejercicio mismo de la política: los lloriqueos obscenos desde que Lasso asumió el poder en mayo del año anterior; y el torrente de basura e inmundicia que ha emitido en apenas un año de gestión, contra diversos sectores y personajes, incluyendo sus propios aliados, contamina la convivencia y la estabilidad democrática. El banquero presidente deviene rápidamente en una amenaza sombría, mientras exhibe su ‘laxismo’ (el comportamiento moral irresponsable) para recomendarle al país el equilibrio entre la paz, la bondad y la sumisión.

En el inicio de la gestión de Lasso se disparó la idea del ‘encuentro’ (como el amor declarado en la penumbra de la intimidad) que tendría la virtud de una reconciliación nacional, pero que se convierte en la gran catarsis pública frente al terror y el miedo como política de Estado. Ese momento aflora el verdadero Lasso, la imagen del elegido repentinamente despojada de la investidura de primer mandatario: ahora es el banquero autoritario, prepotente que pretende suturar las desavenencias sociales mediante la práctica disciplinaria. Es decir, hay que obedecer al poder y sus disposiciones de manera incondicional.

El banquero presidente terminó planteando el dilema entre democracia y caos, en medio de las demandas y la movilización de los indígenas junto a varias organizaciones populares. La alternativa: el regreso del caos (del ‘correismo’ que es el fantasma con el que la derecha se enfrenta a sí misma desde hace cinco años) o el disciplinamiento de la sociedad. Y el deseo libidinoso, vengativo de ‘proteger la democracia’ separándola a sangre y fuego de los ‘terroristas’, que se convierte, como en cualquier dictadura del Cono Sur, en la cruzada antisubversiva del régimen. La reconciliación enfermiza que se plantea Lasso, sin tapujos, es la representación execrable de los ‘cómplices voluntarios’, para que los ciudadanos acepten ser los soportes del respaldo incondicional al gobierno y al presidente.

Para decirlo de otra manera: el ideal de democracia de la derecha está en ‘la fuerza de la espada’. Esa violencia de la dominación que es el sustento ideológico del neoliberalismo y del FMI, Lasso quiso aplicarla a través de ‘meter miedo’, para sostener el ‘contrato democrático’ que es la profundización de las diferencias a través de políticas desigualitarias y asimétricas. En ese desglose del miedo, están en primer lugar el económico o el salto al vacío si no se aceptaban las reglas de juego del banquero. Los otros temores son colaterales, como el miedo a perder el trabajo, el miedo a la desestabilización política, el miedo a la violencia. Miedo al otro, al diferente, que los ‘ciudadanos de bien’ de Quito, vestidos de blanco, lo transforman en expresiones de racismo, de odio al pobre, al marginal.

Entre las formas con las cuales el poder confisca a la sociedad su derecho a la verdad, (frente al correlato de la mentira), también está la participación mal intencionada y repugnante de los medios de comunicación, que dan por sentado que la falsificación de la realidad es uno de los atributos del ejercicio de ese poder. De esa manera, el gobierno del banquero Lasso le explica al país a través de sus voceros de la prensa rastrera, que la movilización indígena y sus justas peticiones, solo se procesan desde la lógica del miedo y el terror, ‘ante un posible despertar de los fantasmas’, que le han obligado al banquero a acudir al ‘uso progresivo de la fuerza’ a través de la policía y los militares, como reflejo de su incapacidad para gobernar.

Las posturas de la CONAIE y de los sectores sociales movilizados, le han permito al país entender la lógica de la violencia, del miedo y del terror del sistema neoliberal, empeñado en imponer un modelo anti democrático, sin matices. Y despojarse de una vez de aquella ‘estrategia pastoral’ del poder que quiere ejercer el control de los individuos, de acuerdo a la moderna concepción del dominio, como la política de ‘otorgar seguridad’. El paro nacional de la CONAIE y de los movimientos sociales, además, le ha obligado al ciudadano común a totalizar su propia experiencia (la de octubre de 2019, por ejemplo) y descartar la amenaza del ‘enemigo interno’ que pregonan los ministros de gobierno, del interior y de defensa, para justificar los asesinatos y la represión de ciudadanos, las violaciones a la Casa de las Culturas, a los recintos de paz, a las universidades, a los albergues de acogida.

El banquero Lasso y su equipo de gobierno instauran la redención de la culpa que se deberá otorgar a los ciudadanos, cuando aprendan, sin resistencias, a aceptar los designios de la autoridad. Esa es la habilidad del amo que persigue, reprime y mata. El mandatario se sitúa como la bisagra de la política, en el exacto límite entre lo espectral (el gobierno es una abstracción) y la institucionalidad (la inexistencia del estado de derecho). A la misma hora que Lasso comunicaba que ‘no me voy a sentar a dialogar con un terrorista’, refiriéndose a Leonidas Iza, el presidente de la CONAIE, la fuerza pública lanzaba bombas lacrimógenas a la población de San Miguel del Común, en la zona de Calderón al norte de Quito, entre otras agresiones directas a la población.

Es la absolutización del bien y del mal como idea teológica. El banquero presidente acaba de sucumbir al uso de la espada. Lasso es el padre moralista que necesita la patria, que insta a los ciudadanos a hacerse cargo de sus propios pecados, para edificar el país del encuentro que nos retorne al amor fraterno bajo la mirada estricta del poder garante. Es de tal envergadura la argucia del banquero presidente, que ya no sabemos si Lasso es el penitente o el confesor. Lo concreto es que el banquero seguirá existiendo y pensándose como amo, al menos hasta que termine el ejercicio del mandato dentro del tiempo y de las nuevas contingencias, o en tanto dure la catarsis colectiva.

Lo innegable es la voraz acumulación del capital que hace más ricos a los ricos, la discriminación social intensa, la mala distribución de los recursos del Estado, la nula inversión en salud, educación, infraestructura, que gracias al proyecto neoliberal del banquero determina las relaciones sociales, porque demanda de un sujeto que solo consuma lo que el sistema produce para sostener la ilusión del país del encuentro. La mala gestión del banquero, suscrita y amparada por Nebot, ya no puede aceptarse como costumbre sino como la impudicia de la política y del poder. Lasso como presidente de la república, más temprano que tarde, terminará estrangulado por sus propias palabras y sus propios actos, o cuando concluya, definitivamente, el efecto ilusorio de su nefasto desgobierno de mentiras, fingimiento y falsas promesas de cambio.

Por RK