Fernando Buen Abad
Para sintetizar los planes inmediatos con las herencias, económicas, políticas y culturales, que Andrés Manuel López Obrador recoge y cultiva en la etapa nueva de México, se ha dado en caracterizarlas como “Cuarta Transformación”: 1. la Independencia Nacional; 2. la Reforma de Benito Juárez; 3. la Revolución Mexicana y 4. la etapa actual parida por una revolución electoral sin precedentes en lo cualitativo y lo cuantitativo. López Obrador alcanzó la Presidencia de México con una amplia ventaja, afincado en una oferta electoral en la que destaca la lucha contra la violencia y la corrupción, males endémicos. Por tratarse de problemas comunes de nuestra América, todos los Gobiernos dignos de la región deberían asumir la propuesta y generar un movimiento internacional capaz de vencer esta perversión que afecta gravemente a los pueblos y desvía recursos que deberían destinarse al desarrollo de las políticas sociales.
Ahora comienza lo difícil. López Obrador se propone pacificar al país; terminar con la corrupción y recomponer la economía con dignificación laboral y salarial. Lograr la inclusión de los más postergados y la distribución equitativa del presupuesto federal. Eso implica derrotar a las mafias que secuestraron al Gobierno y al Estado, para hacer justicia, por ejemplo, a los estudiantes de Ayotzinapa, a los pueblos originarios y asegurarse perdurabilidad de las acciones para ampliar la participación social en el gobierno movilizado como organizador capaz de sumar fuerza que pueda ofrecer soluciones a la fuerza popular que alcanzó el triunfo.
Tal “Transformación”, enfrenta una realidad extraordinariamente compleja porque López Obrador encuentra un México simplemente desbastado en su estructura económica tanto como en su estructura política y cultural. Han sido muchas décadas y gobiernos de entreguismo y saqueo que hundieron al país en un caldo macabro de asesinatos, despojos, corruptelas y humillaciones que, mezcladas como están, constituyen un desafío aparentemente insuperable sólo con buena voluntad por más que sea mucha. Pero el mismo tiempo López Obrador se encuentra con un país dispuesto a intentar una “Transformación” profunda y, para eso, le ha dado una catarata histórica de votos, y con ellos, una estructura de poder popular inédito y auspicioso. En cantidad y en calidad.
A contrapelo de lo que dicen algunos sobre ese supuesto ‘fin del ciclo (progresista)’ y de aquellos que, con cierto derrotismo, sólo saben ver el alcance de la derecha, los pueblos demuestran que tienen su manera de contar la historia y de hacerla. Ese es el aspecto más sobresaliente de la experiencia electoral de México, experiencia que ha venido cocinándose largamente y no es objeto de ninguna improvisación. Para algunos este triunfo puede ser una sorpresa, pero los que vienen siguiendo lo que sucede en México saben que este triunfo es producto de un trabajo de décadas, de una coyuntura y de un programa. Todo ello pone en evidencia que no hay ningún ‘fin de ciclo’, esto que México vive hoy entusiasma a muchos pueblos de Latinoamérica
Una avalancha de votos sustenta su reconocimiento, los trabajadores harán patente su compañía firme y no son pocos quienes mantienen en vigila la cuadrilla completa de su solidaridad con las decisiones que tome un pueblo dispuesto a luchar y sostenerse en su lucha, dure lo que dure. Pero es urgente oponerse a cualquier tentativa de limitación al campo de acción que la “Cuarta Transformación” para construir un programa de todos hacia la liberación definitiva de toda canallada electoral, laboral, política, económica, cultural… Convengamos que es indispensable lograr acuerdos duraderos y radicales sobre las luchas que faculten a la clase trabajadora a devolverse lo que le pertenece… Convengamos que es preciso crear una nueva solidaridad con la lucha obrera y campesina.
Acordemos que ni científicos, ni intelectuales, ni artistas pueden servir a no ser que estén subjetivamente penetrados por una necesidad organizada, social e individual, que traduzca el sentido y drama de México en sus nervios para que no vacilen en dar una batalla hombro a hombro en el corazón de la lucha del pueblo y desde abajo. Convengamos en no someternos, nunca más, a burocracia o secta alguna. Convengamos en no aceptar la felicidad por etapas o en un solo país. Convengamos en que es de vida o muerte organizarnos, que la organización de la “Cuarta Transformación” debe ser expresión de avance, fuerza nuestra y conquista de futuro mejor. Convengamos, aunque a muchos les cueste, que será necesario someter a crítica atenta ciertos pensamientos nuestros, esos que pudieran impedirnos luchar organizadamente.
El poder usurpador se prepara con todas sus mañas y sus armas para no dejar que avance la “Cuarta Transformación” y su defensa depende de ser mejores en las tácticas y en las estrategias, en las ideas y en los sentimientos. Confiar en la experiencia de los compañeros y compañeras luchadores, los más honestos y más abiertos… jóvenes y no tanto. Y seamos cautos, pero no ariscos. Para eso también hace falta que los líderes no se vendan ni que los movimientos se compren. Algunos artífices del desastre deben andar juntando alcancías para desparramar billetes a diestra y siniestra a cambio de “meter al orden” a todos los revoltosos. Saldrán con cañonazos feroces, con dinero de calibre variado. No sucumbir. No permitir la palabrería ultrista, los sofismas ligth, la lógica de la reconciliación de clases, el revisionismo léxico, el empirismo arribista ni los silogismos de los fantasmas.
No permitir que “Cuarta Transformación”, su programa y su fortalecimiento, caigan en garras del oportunismo, del arribismo ni del sectarismo. Que no la usurpen los del verso fluido, los “licenciados” oficiosos, ni los cazadores de militantes. Que reine el respeto y el debate que construye. Que no gane el silencio impuesto por los vivales… que no faltan.
Ninguna confianza en los noticieros del sistema ni en sus jilgueros periodísticos, se disfracen de lo que se disfracen. “De costa a costa y de frontera a frontera”. Ninguna confianza en los “informadores” que pagan con mentiras y calumnias el precio de las leyes garantes del usufructo mafioso de los espacios radioeléctricos que son patrimonio de la nación… es decir, propiedad de pueblo.
Tampoco podemos caer en una trampa triunfalista que nos ponga a vivir una vida esquizofrénica, en paralelo y engañándonos a todas horas. La “Cuarta Transformación” no puede suicidarse en brazos de un error táctico si desea crecer y transformar la realidad de cabo a rabo, debe saber que su mejor defensa es su triunfo contundente y permanente.
La fuerza ganada para la “Cuarta Transformación” con votos, mítines masivos históricos e ideas profundas y comprometidas es ya un hecho con significado extraordinario para México y para el mundo. Lo que ocurre aquí interesa a todos. Por arriba y por abajo. Pero no basta. Es magnífico pero no alcanza. Es preciso perfeccionar la organización, perfeccionar las consignas y perfeccionar un programa de todos. Este periodo de lucha no puede durar por tiempo indefinido. Corre el peligro de cansarse si no se desarrolla hacia formas superiores y una de ellas es definir qué se debe consolidar a cambio de este muladar de miseria y humillación que recibe López Obrador… y la toma del poder es apenas un primer paso. Lo difícil recién comienza.