Por Juan Fernando Terán

Los ecuatorianos estamos a menos de 37 días de acudir a elecciones subnacionales que serán decisivas para contener la destrucción del país. Para hacerlo, sin embargo, sería bueno recordar aquello que está en juego.

Hay derechas y derechas… Las derechas cambian con el tiempo. En América Latina, lamentablemente, ese cambio está asociado con las transformaciones que ocurrieron en el campo de lo político durante las últimas décadas del declive de la hegemonía estadounidense.

Para no ponernos filosóficos ni abstractos, vamos al punto. Quienes lideran las actuales derechas no son aquellas viejas elites aristocráticas que adoptaban una posición política a partir de las ideas que sus padres, sacerdotes o maestros les inculcaron en la infancia. “El temor a Dios” no es aquello que motiva a las nuevas derechas cuando pretenden imponer sus intereses a la sociedad.

Nunca han sido santos. Sin embargo, existe una abismal diferencia entre aquellos políticos de derecha que buscaban concretizar un proyecto de país y aquellos derechosos contemporáneos que pelean a dentelladas para saquear a los demás. Los primeros pasan a los libros de historia como constructores, los segundos no llegan ni siquiera a los registros de la Interpol… pues la Casa Blanca los protege.

¿Qué pasó entre ambas épocas y tipos de políticos? La respuesta no se está en el neoliberalismo. Esta doctrina económica no agota la explicación porque aquella no necesariamente produce caricaturas de gobernantes impresentables. ¿O acaso Usted podría imaginarse a Angela Merkel o Margaret Thatcher como líderes pusilánimes e incapaces de saber qué pensar, decir o hacer?

Mauricio Macri, Iván Duque o Jair Bolsonaro, sin embargo, pertenecen a otro tipo de derechosos. Ellos pertenecen a aquella categoría que no puede ocultar su mediocridad e ignorancia… a aquella que solo tiene un “plan de negocios” que aspira a realizar cuando se compre el poder político mediante la manipulación de las masas. Y ni menciono a Guillermo Lasso para no confundirle al lector sugiriendo una tercera categoría aplicable a estos personajes.

Todas estas variedades de la nueva derecha no llegan a la presidencia simplemente para “achicar el Estado”. Repito, ellos no son, ni primaria ni principalmente, meros portadores de doctrinas económicas. Ellos llegan al poder buscando servirse de las leyes y las instituciones para realizar sus anhelos más narcisistas, egoístas y mundanos. Negocio, puro y simple, negocio. Eso es todo.

Esa es la descarnada lección que dejan los cuatro años del “gobierno” de Jair Bolsonaro (2019-2023). Y este diagnóstico no es una exageración resultante de mi desprecio hacia él. No. No porque, para expresar mi desprecio, yo podría utilizar sin tapujos todas las malas palabras brasileras que aprendí oyéndolo.

¿Qué hizo este “vagabundo” y “mentiroso” durante cuatro años? El intentó concentrar todos poderes del Estado para garantizar su “gobernabilidad”… para manipular a la justicia y evitar la cárcel para sus parientes… para ocultar sus redes de corrupción y sus crímenes… para organizar la venta de empresas y activos públicos… para planificar la concesión de recursos naturales a favor de los países que podrían acogerlo durante su retiro… para perseguir a quienes podrían impedir que “su clan” permanezca en el poder durante décadas… Eso fue Bolsonaro.

El político “imbrochável”, calificativo soez utilizado por el Capitán para ocultar sus pequeñeces, ni siquiera hizo el mínimo esfuerzo por disimular la verdadera razón de su paso por el poder.

Como pudo observarse en el discurso inaugural de Lula da Silva, el nuevo presidente brasilero no tiene una agenda de políticas comunistas, socialistas ni “asustadoras”. El gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) simplemente llegó para reinstalar el “sentido común” de lo que se supone debe ser un Estado en sociedades democráticas y contemporáneas.

El 1ro de enero del 2023 fue desgarrador, y a la vez esperanzador, escuchar que Lula da Silva volverá a asignar (y ¡utilizar!) recursos a la salud para que los brasileros puedan asistir al médico y recibir medicinas.  El volverá a asignar (y ¡utilizar!) recursos a la educación para que los jóvenes de Rio de Janeiro tengan otras opciones que convertirse en micro traficantes.

Y digo “UTILIZAR” porque la derecha vaga y mentirosa no ejecuta los presupuestos públicos a propósito… Así ella “se reserva” recursos estatales para pagar la deuda externa que poseen sus compinches, patrocinadores, inversionistas y banqueros criollos o extranjeros. ¿O Usted cree que los intereses de un bono de deuda pública tienen patitas que les permiten caminar por si solos hacia “acreedores desconocidos” que residen en algún lado incógnito en el mundo? ¡¡ Por favor !!

Una vez que llegan al poder, Bolsonaro y similares no disimulan haciendo un puente por aquí, una escuela por allá o un hospital por acullá. Ni siquiera iglesias construyen estos “criminosos”. Por eso, reitero, fue desgarrador, y a la vez esperanzador, escuchar a Lula da Silva re-estableciendo el gobierno en Brasil.

El 5 de febrero del 2023, los ecuatorianos elegiremos alcaldes y prefectos. Yo crecí en Quito, una ciudad donde mi abuelo podría haberse quejado de Sixto Duran Ballén o Rodrigo Paz por ser políticos conservadores pero siempre estimó su valía como alcaldes. Mi caso, empero, es otro.

Hasta el momento, a las nuevas generaciones, yo solo puedo contarles de una ciudad donde un joven político de “buen look” se tomó la alcaldía en 2014. Desde entonces, Quito está controlado por la derecha vaga, mentirosa y criminal.

Desde entonces, Quito apesta física, ética y políticamente… La capital del Ecuador volvió a ser un fortín medieval donde se atrincheran las fuerzas del autoritarismo, el racismo, el conservadurismo, la xenofobia y la intolerancia.

Por eso, yo espero con ansias el 5 de febrero. Yo espero tener un alcalde a quien recordar con gratitud. Cambiar el futuro de Quito será el primer paso para cambiar nuestro país.

Mientras tanto, le invito a no olvidar lo que significa esa derecha vaga y mentirosa. Y si evita recordarlo, por favor, salga a la esquina… ahí las ratas merodean aquello que, alguna vez, antes de que llegaran los alcaldes empresariales, fueron nuevos, buenos y lindos contendedores de basura.

Por RK