Santiago Rivadeneira
Hay un feriado financiero y moral que se perfecciona bajo la mirada impune de los organismos de control y de justicia. Porque Moreno y sus mesnadas (ya casi no importan las tendencias y las ideologías de los ocupantes de Carondelet) tienen sus objetivos definidos, siempre en función de los tiempos y los plazos. Aprovechar las condiciones y las circunstancias actuales y consumar los negociados y los acuerdos establecidos, cumpliendo con dedicación y entrega, una carta de intención firmada con los sectores hegemónicos. Eso tiene un solo nombre: latrocinio.
Podemos estar haciendo referencia, con este enunciado, tanto a las transacciones o negocios propiamente, como se acostumbra en el mercado, así como a las vicisitudes mercantiles que involucran una oferta y una demanda mediadas por la figura dineraria. También se refiere la mención, al acto económico de quienes usufructúan de las bondades del poder para lograr réditos monetarios en perjuicio del erario nacional y de la gente. Pero en cualquier caso, la intención es la misma: arruinar y desmantelar al estado.
El otro elemento de este ‘estado de cosas’, es la demagogia morenista, que se ha construido a base de engaños y argucias. Han sido los embustes oficiales las formas de ocultamiento de los constantes deslices -por decir lo menos- cometidos puertas adentro, por sus funcionarios más próximos, que después se encubren con falsas proclamas y agravios contra el gobierno anterior y sus funcionarios para quienes se pidió arraigos y prohibiciones de abandonar el país. La dimensión persecutoria de la chifladura morenista, que ahora anuncia una purga para terminar con el ‘correísmo’ en el país, es una insistencia torpe y manoseada que ha dejado de tener asidero, pero que la usan quienes ahora -apenas al año y medio de gobierno- son señalados por los ciudadanos como arbitrarios y descompuestos.
Los días de la euforia y de la embriaguez del morenato, con sus sobresaltos y exabruptos, deberían provocar, más temprano que tarde, una profunda y estricta reflexión sobre las causas que han provocado este ensayo corporativo fascista, que indica que algo anda mal en la sociedad ecuatoriana. La demagogia desenfrenada, fabricada desde el discurso, también nos indica que debemos penetrar en los entresijos de esta tiranía resentida. Porque este periodo que estamos viviendo, solo muestra la constancia de su alevosa transición, que se prolongará por un tiempo perentorio, pero que adquiere el riesgo de partir al país y fragmentar su constitucionalidad.
Bajo cualquiera de las formas que el show demagógico morenista imponga, éste ha servido además para que reaparezcan las viejas huestes de la oligarquía en el poder. El asunto es determinar ese punto de giro, que desde la estupidez oficial supone el ‘fin del correísmo’ y entender al mismo tiempo, la incómoda sospecha de la conquista demagógica que mantiene exaltado y con estrabismo al gobierno de Moreno. Convertida en la trampa ideológica que pretende decirnos lo que no está sucediendo, los demagogos del régimen ocultan el desgobierno bajo el amparo de la inmediatez y el escándalo.
Maldecir de la demagogia no es suficiente: hay que explicar los desplantes declamatorios del presidente, sus medidas despóticas y los orígenes que han podido prosperar -como un ‘efecto de superficie’- porque existían de por medio ciertas condiciones que fueron fraguadas de antemano, a partir de las deslealtades y las traiciones.
Si en este cuadro de estricta inestabilidad, iniciado en nuestro país por la ruptura de la legalidad y la democracia, hemos padecido constantes arremetidas de las fuerzas reaccionarias que se han expresado en los cambios ocurridos. Si esta inestabilidad político social tan evidente, es ahora de tal naturaleza que, de hecho, hemos tenido francos retrocesos en relación con los avances sociales y políticos logrados en los diez años anteriores, entonces todo este cuadro nos está indicando que vuelven a hacer crisis las estructuras nacionales, que esta crisis reciente comienza a tocar fondo y de la cual no podremos salir mientras no vuelva a cambiar la correlación de fuerzas.
Es decir, no se trata solo de un acto de ruptura de la ley y del estado de derecho, de persecuciones y asedios constantes forjados bajo la perversa consigna del todo o nada. De que haya una orden concluyente emanada desde el imperio, de exterminar o desaparecer los últimos vestigios de transformación social logrados por el gobierno anterior. También se trata de instaurar una nueva cultura de la culpa y el carácter público del castigo.
Y una de las víctimas propiciatorias de la derecha ecuatoriana y del gobierno totalitario de Moreno, ha sido la figura del Vicepresidente Constitucional del Ecuador, Ing. Jorge Glas Espinel, condenado y encarcelado sin pruebas, ahora trasladado ilegítimamente a una cárcel indigna, empeñado como estuvo, junto al presidente Rafael Correa y la Revolución Ciudadana, en la construcción de un país que pudiera resolver en paz los principales problemas de equidad y asegurar un salto cualitativo en el desarrollo de la nación, por una utilización real de todas las fortalezas y fuerzas democráticas.