Por Anaís Madrid
Es curioso cómo las primeras páginas de un texto pueden tomar las riendas de su destino y elegir qué ser; como si en el proceso creativo el autor perdiera ciertos poderes y se dejara llevar por la corriente de las intenciones de las primeras palabras. La flama del alma (Orlando Pérez, 2022) hizo la transición de poema largo a novela miscelánica sobre un personaje femenino: versos, relatos y cartas se desprenden en una edición de 141 páginas.
Orlando Pérez, escritor y periodista, ensaya las entrañas de Laura, una mujer que disfruta de las cicatrices de la infancia, de la ausencia de su madre y de los “silencios que se diluyen con los ventarrones de una vergüenza”, de ser tocada por la primera luz del páramo andino. Ella descubre las formas, las fragancias, las texturas de su cuerpo y se maravilla de sí misma; no tiene miedo de desarmarse en las cartas que escribe, mismas que firma como “Tu Loba, con amor del bonito, del bien hecho” o “La Loba (triste)”.
La historia se sitúa en un paisaje plenamente ecuatoriano. Desde las primeras páginas, es fácil percibir la altitud, marcada por el frío y los colores de páramo mojado, dorado y tierno; así como las aves y los frutos de nuestra sierra. A decir del autor, este libro “no pretende nada”, solo fue escrito por alguien plenamente consciente de lo bueno, lo malo y lo extraño del país al que pertenece.
Anne Carson, en el ensayo Eros dulce y amargo, asegura que la primera obra del amor fue la amargura. En La flama del alma, Laura, la Loba, lame sus heridas y, muchas veces, es terrible consigo misma. El resentimiento que le ha brotado por amar demasiado parece obligarla a refugiarse en sus cartas, en la bruma de sus pensamientos. El tono triste se funde con un romanticismo de lágrimas y de te extraños.
Es fácil notar que el autor de esta obra es un ferviente lector de poesía. Orlando comentó en el lanzamiento de la edición digital, que sus lecturas de la pandemia fueron “femeninas” y señaló algunos nombres canónicos en la poesía escrita por mujeres: Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral y Sylvia Plath. De una manera muy singular, Pérez ha traído las luces de sus crónicas periodísticas a esta novela para humanizar la bruma del paisaje andino y los reveses del personaje principal, creando monstruos que lo carcomerán hasta que decida “cerrar las puertas”.
La Loba usa su olfato agudo con las relaciones personales y las injusticias de su destino. Y de una manera pizarkniana aparece como la niña de manos frías, perdida en el bosque, escapando de sí misma, escuchando su decir en la muerte. Como la jaula que se vuelve pájaro o el sol que cae como un muerto abandonado. Pero también se enciende como una llama para vislumbrar nuevos caminos. El problema es que no consigue deshacerse del peso de las relaciones tormentosas y esto provoca que su paso sea lento.
Orlando ha hecho en ejercicio audaz en la construcción de este personaje femenino, siendo plenamente consciente de los retos y las dificultades en el contexto actual; y con una enorme sensibilidad narrativa. Es así que nos presenta una mujer agrietada y dueña de su vida, romántica y febril, como homenaje a la vida de sus hijas y de las mujeres ecuatorianas.
La flama del alma es una novela para los amantes de la escritura epistolar, para los lectores de poesía, para los amantes del paisajes y olores andinos, para quienes buscan heroínas en la literatura actual.