Por Felipe Vega de la Cuadra
«Por la ignorancia nos han dominado, más que por la fuerza», decía Simón Bolívar y parece que, como siempre, tenía toda la razón. Esta sentencia del Libertador se me viene poderosamente a la memoria hoy, cuando en su tierra han concluido las elecciones presidenciales, dando por triunfador al actual presidente Nicolás Maduro Moros (aunque un hackeo informático impide al Consejo Electoral venezolano cerrar el escrutinio).
Al parecer, los comicios en Venezuela han concitado más atención en el mundo que las olimpíadas de París, que han tenido su polémica inauguración, habiendo tocado, aparentemente, la sensibilidad del mismísimo Vaticano.
En ambos eventos se ha impuesto la ignorancia y los prejuicios que devienen de ella: en Venezuela, el consenso, forzado por los medios globales, el Departamento de Estado Norteamericano y una serie de gobiernos obedientes a las embajadas gringas, de que Maduro es un “dictador” y de que en Venezuela se vive el peor de los atentados a la democracia, sin importar que esa nación haya vivido treinta y un procesos electorales democráticos en las últimas dos décadas; mientras que, en la inauguración de los Juegos Olímpicos, de que la representación alegórica de una bacanal griega, a cuyos dioses se rendía tributo con los juegos y competencias, era una versión burlona y “drag” de la última cena; así como de que un jinete cabalgando en un caballo robótico sería el anuncio de la muerte, mientras, en realidad, se trataba de un homenaje a Juana de Arco (ícono de Francia) y a la divinidad del rio Sena (ícono de París).
Ambos eventos han convocado la movilización, en redes sociales, de enormes masas de ignorantes que se dejan contagiar del fenómeno “Fuenteovejuna” y que se han lanzado, “todos a una” a repudiar la “dictadura” venezolana y el imaginario fraude, mientras ponen la “santa cena” en sus historias, estados y fotos de perfil.
Claro, estos últimos desconocen de arte y nunca han visto la obra “Festin des Dieux” de Jan Harmensz van Bijlert, en la que se inspiraron los autores del performance presentado en la inauguración de los juegos olímpicos y que ninguna relación lleva con la última cena pintada por Leonardo DaVinci; y los primeros no tienen la más peregrina idea de la realidad venezolana ni de su sistema electoral ni de la legitimidad de su gobierno ni de los juegos geopolíticos y de intereses que gravitan para tratar de anular la Revolución Bolivariana. Ambos, eso sí, reaccionan al grito de guerra de los referentes de opinión que canalizan las pequeñas e incautas iras personales de la gente contra quienes deben considerar como sus enemigos, por decisión de los duros, de los poderosos y de los interesados en otras cosas que no son precisamente “la democracia”.
Hemos llegado al extremo de que aquellos que, normalmente, atacan a los venezolanos residentes en sus países, acusándolos de asesinos, delincuentes, prostitutas y vagos (cuando al poder y a la ultra le conviene) exigiendo su expulsión, ahora demuestran su amor absoluto por sus “hermanos” venezolanos y salen con ellos a reclamar, en Quito, Lima, Santiago o Buenos Aires, “democracia para Venezuela”, sin entender un ápice de lo que se trata.
Valdría la pena que escuchasen una intervención de Donald Trump, en la que se lamenta de no haber derrocado a Maduro, porque ahora EEUU tiene que “comprar petróleo a Venezuela”, petróleo de la máxima calidad, petróleo cerca de USA, petróleo que debería ser de los gringos de forma gratuita, petróleo casi inagotable (Venezuela tiene las mayores reservas probadas del mismo), petróleo que le hubiera permitido a USA (según palabras del mismo Trump) pagar su deuda, construir un sistema energético imbatible y enriquecerse de forma inimaginable… ¡Por eso la obsesión de derrocar a Maduro! ¡Por eso el prurito de poner un títere en el gobierno de Venezuela que regale, literalmente, el mar inmenso de petróleo a sus amos!
Lo demás es puro cuento, asumido abstrusamente por gobiernos lacayos y por pueblos ignorantes que creen a pie juntillas lo que diga, desde su interés, una señora que no han visto en su vida, una tal Corina Machado, cuya familia fue dueña, hasta final del siglo XX, de la electricidad en Venezuela y que causó las mayores inequidades sociales en ese país y en ese siglo.
Me abstengo de comentar la vergüenza que significa mirar al gobierno ecuatoriano pidiendo reuniones de la OEA, organismo que le dio un tirón de orejas por la invasión a la embajada mexicana, y que parece ignorar que Venezuela no pertenece a esa organización. En fin, nos han dominado y siguen haciéndolo por la ignorancia.