Por Felipe Vega de la Cuadra
De mi militancia en la izquierda ecuatoriana me queda la sensación de que siempre existió una especie de superioridad moral que ponía, a alguna gente de izquierda, a los más revolucionarios y puros, por encima de los demás militantes, a quienes se les acusaban siempre de “reformistas”, de “pequeño burgueses” y hasta de “troskistas” y “socialdemócratas”. Tal vez lo heredaron del leninismo y del estalinismo, cuando todavía se podían trazar líneas claras entre el estado burgués y el ideal del poder proletario. Sin embargo, aquel purismo solo mantuvo a la izquierda en un claustro, enconchada sobre sí misma y sin poder vislumbrar opción alguna de poder político real, que no sea algún eventual puesto, alcanzado por representación minoritaria, en el Congreso.
Cuba o la Revolución Sandinista eran quimeras inalcanzables, excepciones que confirmaban la regla mediante la cual la izquierda quedaba vetada de ejercer el poder político, además, aleccionada e inmovilizada por las represiones brutales y las destrucciones de regímenes socialistas en Chile, Bolivia, Brasil, Guatemala y otras naciones del continente.
La ola de los progresismos del siglo XXI en América Latina, inaugurada con los gobiernos de Kirchner y de Hugo Chávez, colocó, de pronto y sin que se lo hayan propuesto, a las izquierdas latinoamericanas en el poder, pero mediadas por figuras menos marxistas y más social-liberales como Evo, Correa, Lula, Tabaré Vázquez, Fernando Lugo y hasta Bachelet; quienes no buscaban implantar la “dictadura del proletariado”, sino establecer gobiernos anti neoliberales, gobiernos que rediman a las grandes mayorías de la pobreza y busquen la institucionalización democrática y social, la gobernabilidad y la integración regional. Es decir, reformas, calificadas de populistas, aunque imprescindibles, pero reformas dentro del mismo estado liberal.
Esta condición de la realidad (Fidel Castro apelaba al Socialismo de lo Posible), al parecer no fue comprendida por los marxismos y aún continúa fuera de toda posibilidad de comprensión y ha hecho que, los sectores de izquierda de nuestros países, especialmente del Ecuador, se hayan alineado en contra, y abiertamente en contra, del regreso del progresismo al poder. Al punto que un dirigente del movimiento indígena, espurio y encaramado en la ECUARUNARI, dijo que prefería votar por un banquero, negándole los 2 o 3 puntos necesarios para derrotar a las más rancias oligarquías que han gobernado el país.
Para el proceso electoral que se avecina, ¿habrá cambiado la convicción de aquellos sectores…? Lamentablemente considero que continuarán con un renovado y alentado purismo, afincándose en sus más rancias concepciones políticas. Para ellos cabe recordar los versos de un poeta salvadoreño Roque Dalton, tomado del libro “Historias y poemas de una lucha de clases” y que se titula “Cartita”. Recordemos que el poeta cayó fusilado por las balas de sus compañeros marxistas bajo la acusación de ser un agente pequeñoburgués, y dice:
Queridos filósofos,
queridos sociólogos progresistas,
queridos sicólogos sociales:
no jodan tanto con la enajenación
aquí donde lo más jodido
es la nación ajena.
Cuando lo que importa es “la Nación ajena”, la urgencia es la unidad que alcance el triunfo electoral. Pero no deben ser los progresismos los que corran tras los puristas de izquierda, que siguen metidos en su metro cuadrado, ahora lamentablemente hipotecado a banqueros e imperialistas, sino que ellos deben dejarse llevar, como sucedió en 2007, hasta el triunfo de una tendencia popular, democrática, anti neoliberal y anti oligárquica. Deben superar la visión manifestada por uno de sus voceros, Pablo Dávalos, de que la Revolución Ciudadana debería ubicarse en la derecha (SIC), porque ellos ahora serían los candidatos de la izquierda, de una que ha negociado y pactado con lo más corrupto y repulsivo de los gobiernos anteriores y que ha levantado como sus candidatos a famosos libertarios de ultra derecha.