Por Pablo Dávalos

Tal como está la coyuntura política en el Ecuador, el sistema político no representa mayor problema para la gobernabilidad del presidente Guillermo Lasso, a pesar de la radicalidad de su agenda empresarial y neoliberal. La oposición quemó sus naves de manera temprana y, por ahora, ya no implica ningún peligro político a Lasso. De ahí que la principal preocupación del gobierno sea la movilización social. Sin embargo, puede advertirse que la movilización social también parece haber entrado en el limbo. 

La sociedad está preocupada por los altos índices de delincuencia y la falta de seguridad, así como por el recrudecimiento de la pandemia que añade contornos de incertidumbre a la evasiva recuperación económica. No obstante, y en medio de este aparente escenario de tensa calma, aparece un fenómeno político que puede alterar de forma trascendente la geometría del sistema político y que sería interesante analizar por sus consecuencias a mediano y largo plazo.

Este elemento clave de la coyuntura es la discusión de la ley que permite y garantiza el aborto para casos de violación (“Ley Orgánica que Garantiza la Interrupción del Embarazo en Caso de Violación”). En el Ecuador el aborto era ilegal (salvo causales muy específicas) hasta la decisión de la Corte Constitucional de legalizarlo para casos de violación. La Corte Constitucional devolvió la definición de las particularidades de esta decisión tanto a la Defensoría del Pueblo cuanto a la Asamblea Nacional, quienes tienen que crear la ley que regula el aborto por violación que “deberá respetar los criterios y estándares generales establecidos en la presente sentencia para regular la interrupción voluntaria del embarazo en caso de niñas, adolescentes y mujeres víctimas de violación sexual”(Corte Constitucional del Ecuador, sentencia del Caso 34-19-IN/21 y acumulados, 28-04-21, párr.. 196.c). 

Ahora bien, esto forma parte de intensas luchas desde los movimientos feministas desde hace varios años. Como movimientos, sus demandas, entre ellas la del aborto, han chocado de una manera frontal contra las estructuras patriarcales, sexistas y machistas del sistema político, de las instituciones (como la iglesia católica por ejemplo), de los discursos oficiales y, paradójicamente, de los mismos partidos de izquierda y progresistas. Ninguno de ellos ha asumido como suya las luchas del feminismo y de las mujeres. 

La lucha por el derecho al aborto no solo en casos de violación sino también por decisión, forma parte del proceso de ontología política del movimiento de mujeres y del feminismo en general. De la misma manera que los obreros construyeron su ontología política con la denuncia a la explotación laboral y la alienación mercantil, y los indígenas lo construyeron desde su apelación a su estatuto de alteridad radical a la modernidad y denunciaron la exclusión ontológica del racismo y la colonialidad del poder, así ahora el movimiento de mujeres pone en una perspectiva de ontología política las decisiones sobre el aborto y comprueban, a su pesar, que prácticamente están solas en esa lucha y no solamente eso sino que incluso tienen en su contra a aquellos que alguna vez incluso consideraron compañeros de ruta. 

La lucha por el derecho al aborto es una de las luchas políticas más importantes y más decisivas en el contexto del mundo que emerge en la post-pandemia. Es una lucha que altera las coordenadas civilizatorias que habían invisibilizado y subordinado ontológica y políticamente a las mujeres. Es la lucha por la recuperación del cuerpo como territorio de intervención, control y subordinación. Es el mascarón de proa de un proceso de cambio social que afecta las estructuras sociales más profundas.

Gracias a esas luchas el movimiento de mujeres empieza a desprenderse de ese corsé disciplinario que era la transversalización de enfoque de género con el cual se controló y se disciplinó la lucha feminista, sobre todo desde la cooperación internacional y las instituciones financieras internacionales (como el PNUD, el Banco Mundial y el BID, por ejemplo), al tiempo que permite la emergencia y convergencia de nuevas luchas asociadas al movimiento feminista y que tienen que ver con las luchas de la población LGBTI+, entre otras. 

No se trata solamente de una cuestión jurídica sobre el derecho al aborto en caso de violación sino del cuestionamiento a toda una forma social por la cual se controla el cuerpo y el placer, y no solo de las mujeres, como un mecanismo de dominación política y control social. Es decir, amplía el horizonte de luchas, resistencias y derechos hacia fronteras que antes no tenían registro sino de forma circunstancial. 

Así, integra estas luchas y resistencias en una dinámica que permitiría incluso la convergencia de otras luchas sociales, por ejemplo, aquellas contra el extractivismo o el calentamiento global. Sin embargo, lo curioso y paradójico es que en esta oportunidad el movimiento feminista y el movimiento político de mujeres, así como en su momento pasó con los Yasunidos, tienen en su contra no solo a la derecha conservadora, a la iglesia católica, a los grandes medios de comunicación, sino también a los partidos que supuestamente son de izquierda o progresistas como UNES, Pachakutik e Izquierda Democrática.

En el caso de UNES este contexto de luchas feministas deja a este partido en un impasse que lo somete a aporías políticas irresolubles. Si UNES vota a favor de la ley que permite y garantiza el derecho al aborto por violación, deja a su principal líder y referente, Rafael Correa, en soledad absoluta, porque la posición del ex Presidente Correa ha sido militante en contra del movimiento feminista en este tema (y también en otros). La oposición de Rafael Correa al aborto es de sobra conocida y ha sido ampliamente criticada por el movimiento feminista. En consecuencia, Rafael Correa corre el riesgo de quedarse sin el control total de su bloque de asambleístas en el caso que ellos decidan respaldar este proyecto de ley.

Se trata de un escenario complejo, porque abriría las compuertas para una posible reingeniería política dentro de UNES, que implicaría la reducción del espacio, importancia y capacidad de control sobre este partido por parte del ex Presidente Correa, algo que es difícil siquiera suponerlo, porque es sabido que se trata de un partido jerárquico, centralista y que gira alrededor de la figura del ex Presidente Correa.

En efecto, para los militantes de UNES pensar en una vida política sin Rafael Correa es casi imposible. Ellos le deben al ex Presidente Correa el breve y efímero espacio e importancia que ahora tienen. Ninguno ellos por sí mismos podría llegar a tener la trascendencia que hoy poseen si no fuese porque están cobijados por la sombra política del ex Presidente Correa. Por ello son tan disciplinados y actúan como una maquinaria tan obediente. Las decisiones importantes no las toman ellos. Las toma y las asume directamente Rafael Correa. Por eso, es difícil pensar que ese bloque legislativo vote por fuera de las prescripciones establecidas desde el verdadero núcleo y centro de poder. Entonces, si Rafael Correa se ha manifestado en varias oportunidades totalmente en contra de las propuestas políticas del movimiento feminista, lo más probable es que su bloque de asambleístas vote o en contra de esta ley que permite y garantiza el aborto por violación, o que se abstenga como ya lo hicieron en el caso de la ley de Desarrollo Económico (una forma de abstención es que propongan una nueva ley).

Pero si se abstienen de votar por esta ley tendrán que asumir las consecuencias políticas de ello, es decir, su desplazamiento hacia el centro y la derecha política será inevitable, porque la lucha feminista y la lucha de las mujeres, estos momentos, es la lucha política más avanzada y más radical dentro de la izquierda política del país. Las organizaciones de mujeres comprenden ahora lo que significa el proceso de ontología política para su lucha y saben que, sin ese proceso de ontología política, su agenda no tiene ninguna posibilidad a futuro. Empiezan, de esta manera, a provocar y esbozar un camino político que marca la transición del sistema político.

Para las feministas que están dentro de UNES, ese partido y sus decisiones  puede ocasionarles su muerte política. Para ellas votar en contra de sí mismas equivale a suicidarse políticamente. Tendrían que salir de ese partido para sobrevivir pero, si lo hacen, abrirían grietas dentro de ese monolito que pueden provocar a futuro su implosión.

De otra parte está el movimiento Pachakutik. Teóricamente hay puntos de confluencia entre el movimiento político de mujeres y movimientos feministas, con el movimiento indígena, habida cuenta que comparten un piso común de luchas contra la exclusión y la subordinación, pero es más una apariencia que una realidad. Quizá esas coincidencias puedan establecerse con la organización social CONAIE pero no con su partido político Pachakutik. 

En este movimiento, la tendencia principal está copada por una visión conservadora, derechista y muy afín al gobierno. Si bien en Pachakutik hay asambleístas sensibles a las luchas feministas y del movimiento de mujeres que pueden convertirse en aliados importantes, también es cierto que el enemigo más radical en contra del feminismo y del movimiento de mujeres proviene de las mismas filas de Pachakutik y ese partido no ha hecho nada por separarse de esas declaraciones y posiciones tan reaccionarias en contra de la ley de interrupción del embarazo por violación. El movimiento Pachakutik, por otro lado, no quiere generar ruido en su connivencia con el gobierno y está relativamente cómodo en su zona de confort como para asumir la agenda política del movimiento feminista y de mujeres. 

En el caso de la Izquierda Democrática, algo que lo ha caracterizado en estos años es su permanente ambigüedad y su clara connivencia con la agenda neoliberal. De ahí que sus posiciones políticas tan contradictorias no llamen la atención y que no susciten el mismo apasionamiento que provocan sea UNES o Pachakutik que, supuestamente, serían más ideológicos.

Como puede apreciarse, a pesar que el electorado decidió votar masivamente por la izquierda en el Ecuador (más de dos tercios de los votos fueron para organizaciones políticas de izquierda), los partidos políticos de izquierda no dieron la talla que la historia demandaba. Se perdieron en el laberinto de sus propias incertidumbres. Sucumbieron al oropel del oportunismo y transigieron la promesa de reescribir la historia de la cual eran portadores, en este caso una historia de heroísmo, martirio y sacrificio, por la contingencia de sus propios cálculos de sobrevivencia y lucha por el poder y canongías en el sistema político.

Sin una izquierda fuerte y organizada que pueda servir de muralla al proyecto empresarial de Guillermo Lasso, el gobierno prácticamente no tiene cortapisas para llevarlo adelante, al menos en el sistema político. Es difícil dar batalla cuando se tiene dentro al enemigo.

Las movilizaciones y la presencia política de los movimientos feministas y de mujeres contribuyen a abrir el espacio de la política en el país e incorporar temas que siempre fueron soslayados. Gracias a esa presión política, el movimiento feminista y de mujeres pueden obligar a que la izquierda tome posiciones ante temas fundamentales. 

Una primera intuición da cuenta que la izquierda que hoy existe preferiría no asumir y no debatir sobre esos temas (y también sobre otros). El solo hecho que intenten dejar a sus asambleístas a que voten de acuerdo a su arbitrio en la Ley para la interrupción del embarazo por violación, da cuenta que han dejado de ser partidos ideológicos. El hecho que existan personajes tan reaccionarios y ultraconservadores a cada lado (Rafael Correa y Pierina Correa en el caso de UNES, Vanegas en el caso de Pachakutik), y que ninguna de esas organizaciones políticas haya puesto límites a estos personajes, evidencia la pérdida de brújula ideológica para estos movimientos.

Cuando los Yasunidos dieron una de las batallas más épicas para salvar una de las zonas más biodiversas del mundo del extractivismo durante el gobierno de la Revolución Ciudadana, tuvieron un importante apoyo social que, lamentablemente y por diversas circunstancias, no se tradujo en la conformación de una expresión política que la sociedad necesita. En efecto, al no existir un partido político ecologista, no constan en el debate político temas tan trascendentales como el calentamiento global y el cambio climático, entre otros. Ese vacío político produce también un vaciamiento en la sociedad de los temas que tienen que ver con las derivas depredadoras de la civilización moderna y la búsqueda de alternativas. 

Quizá los movimientos feministas y las organizaciones políticas de mujeres comprendan que en su proceso de ontología política prácticamente están solas, pero tienen todas las posibilidades para cambiar de forma radical el escenario político y son ellas quienes tienen también las posibilidades de convocar a la renovación, re-creación y unidad de la izquierda en el Ecuador y que esa renovación y unidad ya no pasa y tampoco convoca a la actual forma que tienen los partidos políticos supuestamente de izquierda. 

Por RK