Por Mempo Giardinelli
Está al rojo vivo la convocatoria a marchar el 1º de Febrero al Palacio de Tribunales en la Capital Federal, y a todas las instancias judiciales en las provincias, en reclamo de la renuncia de los cuatro miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Desacreditados como pocos, el rechazo a este cuarteto es parejo, en su dramaticidad, con la inminencia de la claudicación que significará la firma del forzado «acuerdo» con el FMI y la genuflexión generalizada que ya se está viendo en la entrega de soberanía sobre recursos y riquezas que atesora nuestro territorio y que, todo lo indica, parecen repetir viejas y odiosas fórmulas menemistas de los años 90. Ahora seguramente con retoques cosméticos, pero en esencia con similares concesiones a los poderes transnacionales que ya es un hecho que nos someten y se están apropiando de las casi infinitas riquezas de nuestro territorio.
Como es obvio, cada vez cuesta más aceptar tanto la entrega del patrimonio de la Patria como la inseguridad jurídica. Ser como ahora un país arrodillado, herido en su orgullo y sin más ilusión que esperar que se acepte el absurdo pago de una deuda infame que no es deuda sino robo, es por lo menos indignante. Ni siquiera decadencia; más parece prólogo de descomposición. Y encima con la degradante perspectiva de que cualquier reclamo iría a parar a manos de estos cortesanos no confiables.
Lo cierto es que hoy rebela la inexistencia de proyectos de crecimiento soberano y de explotación propia de nuestras infinitas riquezas. Como rebela y ofende la mutilación de nuestra soberanía sobre los ubérrimos bienes naturales de esta república riquísima pero hoy entregada a la voracidad extranjera. Como ofende y rebela la estúpida y cipaya construcción de una Argentina injusta en la que más de la mitad de la población pasa hambre y las nuevas generaciones están siendo embrutecidas año a año mediante la decadencia sistemática de la educación pública. Una Argentina que ofende todos los sueños de los mejores argentinos del último siglo: Yrigoyen, Perón, Evita, Palacios, Illia, Alfonsín y Néstor Kirchner, por lo menos. Quienes por encima de cualesquiera desaciertos y pifias amaron y preservaron la soberanía argentina por encima de todo. Y todo lo que decidieron e hicieron fue para el engrandecimiento de esta Nación, el progreso de su pueblo y un merecido respeto universal.
El presente de esta nación está siendo, por momentos, durísimo. Sobre todo porque la entrega de soberanía adquiere, ya, características inadmisibles. Y es en estos contextos que tanta ciudadanía se apresta a marchar, contra viento y pandemia, el 1º de Febrero a la Plaza de Tribunales y a las puertas de oficinas e instancias judiciales en todo el territorio nacional, para exigir la inmediata renuncia de los cuatro miembros de la CSJ, hoy símbolos de todo lo malo que afecta no sólo al sentido de justicia que todo país requiere y necesita, sino de un sistema judicial corrupto, genuflexo, prebendario, lento, oligárquico, ineficiente, politizado perversamente y ya insoportable.
Por eso el 1ºF se marchará, como cuando el 2×1, para decirles basta a esas arcaicas «señorías» incapaces ya hasta de sonreir, abroquelados como están en vetustos modales, estilos y lenguajes del Siglo 19.
Como señala el jurista y ex juez federal cordobés Miguel Rodríguez Villafañe: «Hay que terminar con las ficciones de funcionamiento. Hace falta un poder judicial democrático, sin resabios monárquicos. No más ‘palacios’ en la denominación de los lugares donde funcione, ni máximos tribunales que se llamen ‘cortes’”. Y señala además otros absurdos para ilustrar al pueblo: «En 2018 ingresaron a la Corte 36.584 nuevos expedientes y dictó 6.814 sentencias y resolvió 7.843 causas, o sea, tomó un total de 14.657 decisiones. Entonces, teniendo en cuenta que el año judicial tiene unos 210 días hábiles, tuvieron que resolver un promedio aproximado de 69 casos por día», y encima con el absurdo de que son más de 200 funcionarios los que en las sombras «resuelven» miles de casos de todo tipo, que luego «acuerdan» y firman los cortesanos. Y todo eso sin contar otras decisiones que no les competen, como las referidas al presupuesto del Poder Judicial.
Es harto visible, y urgentísimo, reformar estructuras y estilos y no sólo en la Corte, aunque primero y ante todo en la Corte. Así, la indispensable renuncia de los actuales cuatro cortesanos deberá complementarse con otras formas de legitimación democrática: el número en primer lugar (debería por lo menos tener nueve miembros); a la vez la igualdad de género, que también es de toda urgencia; y una representación federal genuina, ya que la actual y las últimas Cortes representaron solamente a la pampa húmeda: Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
Pero estos cambios serían sólo el camino inicial para que la Argentina empiece a tener un Poder Judicial con alguna autoridad moral. Lo que se dará solamente si –como señala el ex juez Raúl Eugenio Zaffaroni (el único que renunció a la Corte cumpliendo con el mandato constitucional de retirarse a los 75 años de edad)– «si se va más allá del mero recambio de figuras. Porque el verdadero problema es que si se deja el espacio de poder abierto, a la larga alguien lo ocupa y la historia se repite. Entonces, más allá de las cuatro personas es esto lo que hay que resolver: que nunca más vuelvan otros cuatro, siete o nueve, que un día podrían hacer lo mismo». O sea, y por ejemplo, «hay que dividir bien la función casatoria de la de control constitucional; tener un tribunal de casación bien federalizado y una corte constitucional en serio. Y nuestro pueblo debe ser consciente de esto».
Nos encontramos, entonces, con la cuestión número uno de esta república, que esta columna jamás deja de subrayar: es urgente cambiar la Constitución Nacional. Completa. Hay que redactar una nueva Constitución, surgida de un debate protagonizado por todo el pueblo argentino y no sólo por «sus representantes».
En esto coinciden Rodríguez Villafañe y Zaffaroni, quienes conocen prácticamente todas las constituciones del mundo y en particular las americanas y europeas: «En ningún país hay cuatro personas que tienen el poder de controlar la constitucionalidad de las leyes y de hacer una casación rara e imperfecta cuando se les da la gana como última instancia de cualquier causa de cualquier materia, y de paso gobernar a todos los jueces y encima ahora adueñarse de la selección de los futuros jueces. Esto sólo pasa en nuestro país: no hay ninguna estructura institucional del poder judicial más irracional que la nuestra», completa Zaffaroni.
Esta marcha anunciada, entonces, no sólo es necesaria para que renuncien cuatro sujetos repudiados casi unánimemente, sino también, y sobre todo, para ilustrar al Pueblo en el sentido de que el problema no son estos cuatro personajes solamente, sino que la gravedad extrema del desastre judicial que vive hoy nuestra república la pone en peligro en casi todos los aspectos. Ésa debe ser la esencia de la protesta cívica del 1ºF.