Un argumento reiterado por parte de “gobiernos en aprietos” para la deslegitimación de las protestas sociales, apunta a criticar un proceso justificado de reivindicaciones y manifestaciones a partir de la participación en ellas de “agentes infiltrados”, provenientes de países de la región (y de afuera también) cuyos gobiernos son cuestionados por autoritarios, corruptos, violentos, etc., y obviamente también por cuestiones ideológicas.
Según este argumento, no habría pobreza o desigualdad, o la gente sería naturalmente “pacífica”,
“indolente”, “resignada”, etc. tanto para aceptar su condición como para participar en manifestaciones donde se producen desmanes. Siendo así, “necesariamente”, las manifestaciones (y la violencia subsecuente) debe ser causada por “extranjeros”. De esta manera, no sólo se apunta a dejar sin un sustento válido a la protesta social al no reconocer las causas internas del creciente malestar, sino que además se pretende señalar a los “otros”, a los de afuera, como el origen de la agitación y de la revuelta, o como la causa de todos los males.
Los “gobiernos en aprietos” sustentan, de este modo, la remanida idea de que “nosotros somos pacíficos”, pero la mala reacción, cuando llega, lo hace por culpa de aquellos indeseables que provienen del exterior. En el fondo del asunto, no hay otra cosa que el miedo al cambio y el intento de estos gobiernos por fomentar la discriminación y la xenofobia con tal de encubrir los crecientes problemas internos.
El historiador francés Jean Delumeau, principal especialista en el estudio de las razones del miedo en Occidente, en su conferencia de 2001 “Miedos de ayer y de hoy”, nos brinda una apreciación actual sobre las responsabilidades ocultas que carga todo extranjero en tiempos de creciente convulsión social:
“Así se presenta el miedo al otro. Este miedo se muestra en el temor suscitado por la gente desconocida o mal conocida, que llega de otra parte, no nos parece y que sobre todo no vive del mismo modo (…). Por todos estos motivos, nos da miedo y llega la tentación de tratarle como bicho expiatorio en caso de peligro. Si llega una desgracia colectiva, es culpa del extranjero. Antes, siempre se decía que la peste llegaba de otros países (…). Un grupo o un poder amenazado, o que se cree amenazado, y que entonces tiene miedo, tiene tendencia a ver enemigos por todos lados: afuera y aun más adentro del espacio que quiere controlar. Apunta así a volverse totalitario, agresivo y a reprimir todo desvío, y hasta toda protesta y toda discusión que lo amenace”.