Por Santiago Rivadeneira Aguirre
La capacidad de dirigir un Estado involucra a las ideas y el pensamiento. También a la honestidad y los principios para favorecer a los más necesitados. Platón había sugerido que el «arte de dirección de los Estados puede ser aprendido a la perfección, siempre que esos artistas de la política se preparen para afrontar lo imposible en un curso de cuarenta años de duración» (P. Sloterdijk 2009: 255). Dirigir, ejercitarse y pensar son los preceptos mayúsculos. Cuando un mandatario deja de lado las ideas para creerse Dios, «tambaleándose como un payaso del poder», la gestión presidencial termina a los tumbos, llena de vaivenes y desaciertos, yendo de un lado al otro. Exactamente, «se derrumba» tanto en el sentido figurado como literal.
Un poderoso grupo, constituido por empresarios, banqueros, tenedores de deuda y especuladores que rodea a Lasso, decide sin disimulos sobre la política económica del gobierno. Esta caterva de iluminados, asentados en su mayoría en las ciudades de Quito y Guayaquil, resolvió acelerar la aniquilación y exterminar una buena parte de la población considerada como «excedente no rentable» (E. Grüner 2005: 321 y ss.). Es decir, por el «odio de clase», dejar que desaparezcan por inanición y agotamiento los jubilados, los pobres estructurales («feos y vagos»), desocupados, empleados del Estado que no han podido sostener su capacidad de consumo.
Después de 16 meses de gobierno, las directrices del neoliberalismo radical están muy claras: de una economía de subsistencia (un tercio de la población –que en el régimen anterior salió de la pobreza– quedó fuera del mercado de consumo directo) dejada por el gobierno del mediocre de Moreno, el país pasó, de golpe y porrazo, a un «modelo sin modelo económico». Los dueños de la economía quisieron adelantarse a los acontecimientos posibles y eliminar a ese sector de la población que no aporta a la economía de mercado, creando las condiciones para su mayor pauperización. Vaciaron los hospitales de medicinas, despidieron a médicos especialistas, cerraron escuelas públicas (la de los ‘longos’, se supone), redujeron la inversión con el fin último de terminar con el excedente no rentable que, desde esa visión de extermino, retrasa el desarrollo del país.
Por último, ensayaron una drástica concentración del poder copando todas las instancias de decisión en la Judicatura, el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, la Contraloría, parte de la Asamblea con la señora Guadalupe Yori, al inicio del periodo; la Defensoría del Pueblo e incluso están encajados en la Fiscalía y la Corte Nacional de Justicia. La cuestión, entonces, no es solamente económica si entendemos como lógica económica la voracidad de las élites de poder y la rapiña de sus huestes sobre los bienes del Estado, para obtener copiosas e inmediatas ganancias. Las rapiñadas siempre las van a hacer, sujetas a las leyes capitalistas y a la estructura del sistema neoliberal. La derecha y la extrema derecha de banqueros y empresarios que todavía respaldan la viciada gestión de Lasso, venían por más poder. Por todo el poder.
El truco ideológico había funcionado en esos términos, como un reloj suizo pero con las manecillas cambiadas: acusar a la Revolución Ciudadana y a Correa de los desarreglos económicos, políticos y sociales del Ecuador. A estas alturas, no caben ni el disimulo ni el ocultamiento: el poder económico siempre toma partido y decide políticamente a quienes va a beneficiar. La política no reemplaza a la economía y viceversa. El discurso irrisoriamente grotesco de Lasso, amplificado por la prensa adicta, pudo inducir a un cierto apoyo inicial de la ciudadanía que decide respaldar las medidas urgentes para ‘beneficiar a la mayoría’, hasta que llegaron las primeras leyes económicas. El evidente trasfondo del esquema de gobierno del banquero, es una reducción drástica del Estado y de la sociedad, mediante la extinción o la inanición de la población.
¿Estamos exagerando? Las reacciones de junio demostraron el cansancio y el hastío de los ecuatorianos ante la miseria económica que se agudiza cada día, unida a la violencia, al envilecimiento institucional y la corrupción. Bajo un diseño arbitrario de diálogo, sin un esquema de equivalencias posible, los ‘revoltosos y subversivos’ de junio con la CONAIE a la cabeza, aceptaron sentarse a la misma mesa con el régimen guardando la palabra empeñada, pero sobre el vacío constitutivo de representación que termina favoreciendo al banquero y sus colaboradores.
Un proyecto de gobierno –insistimos– armado sobre cierta cuota de ‘ficcionalidad’, que construye una verdad a medias, pero conectado inevitablemente al dislate, al desatino, al despropósito de «hacernos creer» que es una propuesta legítima y necesaria. En la mentalidad decadente de Lasso, el proyecto de marras es un simple ensayo neoliberal, fondo monetarista y aséptico, condenado deliberadamente al fracaso. Sí, al fracaso. Porque una vez que se haya consumado el desengaño, cuando el banquero Lasso y los ladronzuelos dejen de gobernar, el Ecuador podrá ser considerado como el «laboratorio» del sistema para la aplicación, una y otra vez, de un nuevo tránsito histórico conservador y reaccionario que no nos llevará a ninguna parte. Así ha sido siempre: el feriado bancario y la dolarización son un ejemplo, entre otros hechos vergonzosos, que además provocó una crisis de representación del sistema político con sus secuelas sociales, culturales y estructurales.
Hacia allá apunta la consulta popular del banquero Lasso, a eliminar completamente cualquier forma de autonomía de la sociedad, que beneficie a quienes escamotean el poder para la especulación financiera como forma de ganancia y acumulación. A veces solo hace falta que un payaso sea presidente y esperar que su incapacidad le haga trompicar repetidamente en el ejercicio del poder, hasta que se despeñe.