Por Juan Montaño Escobar

El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio… si puedes disimular eso, lo has conseguido. -Groucho Marx

Fue la dispersión de unos papelitos salidos del arcón de aquella señora mitológica causante de esta catástrofe moral de la sociedad hegemónica. Capitalista y tal. Youratentionplease, baja el termómetro de probidad al punto de glaciación. Esta ha sido la demolición de su muro berlinesco de efectividad, creatividad económica y superioridad moral. Todo aquello sobre los rojos, rojillos, izquierdosos, sociolistos, comunistachos y demás despectivos se hace agua. Y al desagüe. Sus acciones son malafesivas con aquella muchedumbre que sí paga al Estado sin buscar privilegios y solo por el único requisito de estar aquí y ahora, en el Ecuador. O en Chile o en la República Dominicana. O con la nominación del país, con el ‘ismo’ que camufla al Gobierno. Este jazzman lo ve así: es un derecho humano supremo saber la catadura moral (también la cara dura) de quienes nos gobiernan. O que son dueños de los tableros de mando en casi todo hasta para repicar sin ton y poco son eso del “fin de la historia”. La historia no se termina por deseos o porque una oligarquía coral, sin importar el gentilicio, le cante el final. “¡Dios mío, qué solo se quedan los muertos!” No sé quién escribió el verso, pero es válido para los apestados de los pandora papers.

El alto lumpen ahora vive en ciudadelas paradisiacas con cancerberos cuidando puertas edénicas, zonas de seguridad para evitar aproximaciones de los “ahogados en deudas para vivir” (las clases medias), satisfaciendo caprichos como aquel de ser presidente de alguna Banana Republic y no parar hasta que se cumpla el antojo. Al fin sé los capítulos que le faltan a Robert Kiyosaki en su ¿Por qué los ricos se vuelven más ricos? ¿Por qué? Sencillo de responder: hay unas reglas de aplicación rápida y creíbles hasta para la chirez (linyeras, bolsillos vira’os¸ zombis pretendidos anestésicos verbales) de barrio adentro. La principal: el Estado es un estorbo, aunque debe obligar a que ese 98 % de allá pague impuestos. ¡Vivir en ‘sus’ países no es gratis!

En el preámbulo ellos despotrican, con voz de tenor, contra el Estado. Dicen que es obeso. Dicen que es grasoso. Dicen debe dejar que el mercado regule alma y vida de la gente. Dicen lo que dicen. Y lo dicen en serio, tan en serio que ni ellos se lo creen. Pero el Estado está ahí cada vez que despiertan. Una fracción, a medio camino entre la irritación y la resignación, de ese 98 % recuerda que se necesitan más profesores, que la salud está enferma, que las vías ya no pueden ser andadas y el empobrecimiento indetenible va rumbo a una calamidad sin remedio. “¡Maldito Estado ineficiente!” Maldicen en el sur, en el oeste. También en el norte y en el este. Sin importar la ciudad, el país, el cantaítodel habla, el hablado con pocas ‘eses’, el uso de agudas o donde dicen chofel en vez de chofer. El culpable de que la ley de la necesidad sea una vaina redonda es el Estado ecuatoriano (o chileno, dominicano) y que las cosas bellas estén Miami. Aumenta el tonelaje de aversión para esa cosa inventada en Latinoamérica. El Estado. Por acá es sólido, líquido o gaseoso. O un quinto estado de la materia política. ¿Cuál es el desenlace? De 5 mil a 25 mil dólares en un lugar inexistente e indescifrable para la gente que juega dominó o damas chinas en los soportales o en las pampas urbanas de cemento. El lugar tenebroso y elegante es offshore.

Si la clase lumpen son los marginados de todas las marginalidad, entonces, ¿qué? No sé. ¿Tercermundistas, acaso? ¿O miembros honorables de clubes en ultramar? ¿O quizás errantes económicos huyendo más allá de esa línea marcadora del fin del país (y del Estado)? ¿Es lumpen quien se aísla con su plata, pero maldice al Estado que le facilita ganancias absolutas en el negocio? La suma de contrarios: mientras le acumula difamación al Estado también benditamente ansía su eterna existencia para continuar los envíos de la guita a los márgenes de la legalidad. Esto no lo previó Karl M., en este siglo XXI, despliegue de insolencia malvada. Ahora, lumpen es aquel que sostiene al capitalismo marginándose con su resabio político antiestatal (neoliberal, así está denunciada la podrición política, ¿simbólica?). Y mágica porque margina el patrimonio sin persona en un no-lugarOff-shore. El patrimonio para que tenga la honorabilidad de Cosa Nostra requiere de padrinos con títulos de abogados, asociados en sociedad cambalache, y el prestigio risueño de quienes conocen los bajos fondos de las clases altas. Altísimas e indecorosísimas. Música lúgubre, por favor.

Más de once millones de papeles se escaparon de la caja de Pandora a ojos y oídos populares. Un Chimborazo malafesivo. Si nos atenemos a la mitología griega aquello que se queda en la caja es la esperanza (es lo último que se pierde en este laberinto de Dédalo) antes de volverla a cerrar. En este relato periodístico, ¿hay partículas de justicia en alguna parte? Difícil saberlo, pero algo sí está ahí y brilla con luz inextinguible y muy propia, es la ética. (¿La ética? El cinismo social y maleducado pregunta: ¿ y ’eso’ con qué se come?). Si Pandora es la Eva del siglo XXI, entonces ayudó a expulsar de los edenes fiscales (gente más sabia que este jazzman los llama ‘guaridas’) a los capitalistas con sus pecados originales negadores de las virtudes del capitalismo. ¡Virtudes del capitalismo! Por ejemplo, demanda del mercado para satisfacer necesidades lo cual demanda inversión, maximización de la eficiencia empresarial para ídem las ganancias, capitalización de innovaciones y propiciar el desarrollo empresarial. No se equivoquen, no es que ellos esperen una generación espontánea de más dinero… ¡Wow! No es así, es el descomulgado Estado que… Ya saben el resto de la perorata.

“No puedes tener capitalismo sin racismo”, Malcolm X refilaba perfecto. Y al revés. No puedes tener capitalismo sin el dinero como fetiche divino. Y si es divino lo mandan al paraíso que está por allá, a sus basílicas de Dakota del Sur, Delaware, Alaska o a alguna isla caribeña. Por cierto, no se equivoquen, también se dan sus vueltas por la de San Pedro, en el Vaticano. Informan que tienen el corazón donde todos los tenemos y no offshore como supone algún despistado de la Teología de la Liberación. Y si mucho joden con preguntas irrespetuosas se les responde que en el país, Ecuador, si gustan, hay un “comunismo de mercado”, que allá confunden a Marx con Smith. Y tienen coros angelicales que nos la cantan lumpescas: “uno con su plata hace lo que le da la gana”. Esas gargantas no-profundas están estratégicas ubicadas en medios de comunicación corporativos, redecillas sociales, periódicos y hasta cierta pobretud lambiscona (en mi barrio esmeraldeño suelen llamarlos lamecu)

El punto es que son presidentes de nuestros países y su ética debe ser del grueso de un baobab milenario y no un filamento apenas perceptible. Si no cómo hacemos. En Ecuador es el Primer Servidor Público, cosa brava esa designación. Bravísima. Y te quieren cobrar impuestos hasta por respirar porque eres de la clase social sube-y-baja, cimarroneas con sueldo bajito y ahorras las deudas de antes de ayer. Y están ellos aconsejándonos como Deng Xiaoping: “hacerse rico no es malo”. ¡Como sea, dónde sea y jodiendo a quién sea! ¿Y qué, cuando divides a la sociedad en buenos (o sea ese grupito) y malos (todxs nosotrxs)? Más aún, cuando el mismo hombre de Carondelet dice que las inversiones vendrán como golondrinas veraniegas. Risas, en esta parte. Na’ este decir justificativo presidencial es un larguísimo chiste agrio. ¿Mintió acaso para cumplir su antojo de mandarnos a no sé dónde? Ahí se las dejo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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