Santiago Rivadeneira Aguirre
Las formas tradicionales de explicación (que antes pudieron haber servido para construir una ‘historia bien narrada’) ya no explican nada. Esas formas tradicionales anteriores vuelven a ser parte de los medios de comunicación, del poder económico y político, para estructurar los ‘nuevos’ discursos, con los cuales ahora se enmascaran los conflictos reales con otros a los que se les provee de disparadores cuánticos.
Hay una sensación de anodina neutralidad -que el régimen lo planteó desde sus inicios como un diálogo abierto con los sectores hegemónicos, sin discriminación- que ahora es necesario develar y también desafiarla. Porque esa ‘neutralidad’ solo oculta presupuestos que la derecha y la izquierda gastada convierten en argumentos ideológicos para sostener la falta de definición del gobierno.
La intención de esta estrategia gubernamental es hacer coincidir los extremos: el gobierno de Lenín Moreno se ha convertido, de la noche a la mañana, en el gran mediador de la derecha. Ahora coexisten, como práctica y fundamento, el dogma y la herejía. Esa es la extravagante ‘teoría cuántica del enredo’, que el primer mandatario formuló en un evento internacional (Hambre Cero) realizado en la ciudad de Cuenca, para provocar enseguida la burla generalizada de los asistentes internacionales y la consecuente vergüenza del país.
Las visiones contrapuestas, que antes simulaban disputarse los discursos, concuerdan de modo extraño, pero muy bien sincronizado. Son el eco del otro. Es la espectacularidad perversa para que se produzcan los intercambios necesarios.
En estos momentos el país vive un proceso de enmascaramiento no solo para borrar de la memoria ciudadana lo que se logró en diez años del anterior gobierno, sino para transformar en el imaginario popular una forma de memoria y de continuidad histórica. En definitiva, esa experiencia histórica real debe llegarnos con urgencia, despojada de las formas habituales de explicación, para separar lo valioso de lo negativo, lo veraz de lo extremista.
También nos corresponde rediseñar el objeto de la política, considerando también una redefinición ineludible de la acción y la palabra. Y para ello, hay que entender que la acción solo es política cuando va acompañada de un relato permanente (claro, sólido) que actualice el sentido y el contexto de lo múltiple. De ahí que se deba hablar de una ‘libertad constitutiva’ además de ‘constituyente’. Y eso nos lleva al hecho de que los nuevos relatos (que conviene volver a construir) deben hacer hincapié en dejar ver una realidad compartida que además nos distinga a unos de otros.
Pero veamos el axioma del enredo y el enmascaramiento desde otras perspectivas. ¿Cómo entender las discrepancias entre la idea inicial de pluralidad y la de homogeneidad (el diálogo nacional que ahora parece sustituir o reemplazar la acción política) que se vuelve una práctica para desquiciar el consenso por ser inaplicable? Y la institucionalización del sistema representativo, que crea un efecto imaginario de aparente supresión de las diferencias entre representante y representado. Es decir, la actual forma de enmascaramiento ¿ha puesto en crisis las formas de representación y la actual institucionalidad? ¿Ejemplo de aquello no es lo que hace el virginal Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio, empeñado en quebrar la estructura del país?
Y el otro ángulo del problema es el terrorismo semántico del presidente Moreno, aparentemente inofensivo, que cada vez se vuelve un asunto de Estado. Lo que ocurre es que la querella ideológica y política se disputa en el terreno áspero y frívolo (o repugnante) del terror y la violencia, enmascarados en hechos astutamente programados como escándalos. Y, sin embargo, ese terrorismo semántico también muestra el ángulo de las contradicciones sociales, incluyendo el incuestionable peligro de un nuevo fundamentalismo como antesala de la turbulencia cuántica de Moreno y su gobierno.