Alejandro Guevara
El poder, según Max Weber, en términos simples se define como el dominio de la violencia legítima. Esta semana en Sucumbíos ha sucedido un acontecimiento inédito (o al parecer no tanto) una niña de 12 años ha sido violada y secuestrada por un hombre de 23 años.
Esto supone volver a pensar la vida cotidiana, ¿qué tan seguido sucede esto? Tal parece que no solo en países africanos las niñas son obligadas a convivir con hombres mayores en contra de su voluntad, sino que esto es un proceso que resulta común hasta en países como los Estados Unidos o Ecuador, Años atrás en EE.UU. hubo una campaña en contra del matrimonio infantil, llamándolo “violación legal”, hecho que en estos días se ha visto reflejado dentro de la sociedad ecuatoriana.
Resulta alarmante que en pleno siglo XXI estos sucesos sigan apareciendo en la cotidianidad. La violencia se ha normalizado en los espacios cotidianos y prontamente se van conociendo más casos de violencia en el país, en los que los grupos más vulnerables son las mujeres.
Mujeres desaparecidas, estudiantes acosadas por docentes, niñas violadas por hombres mayores. ¿Cómo hemos permitido que estos hechos sigan reproduciéndose? Simplemente porque no les damos importancia. Vivimos hoy en una sociedad del espectáculo, en la cual nos solidarizamos, en redes, con casos ajenos, pero nos volvemos indolentes con lo que vemos en la cercana cotidianidad.
¿Cómo reacciona un alumno al ver que su compañera es acosada? Tal vez nos hemos dejado llevar por este sistema individualista, en el sentido que simplemente dejamos pasar lo que no nos acontece directamente, y normalizamos las actitudes abusivas de quienes tienen la capacidad de ejercer el poder; un poder que se expresa en la red de relaciones en las que convivimos, por eso resulta importante y prioritario pensar la cotidianidad, porque es ahí donde se generan estas exclusiones, abusos, violencia y extorciones.
La violación de una niña de 12 años por un hombre de 23 años, para el Ministro del Interior, Mauro Toscanini, que afirmó –aunque ya pidió disculpas https://bit.ly/2KLb7MM-, que ese caso contaba como un hecho de “violencia doméstica” y que “eran pareja”, ¿no es esto relativizar la violencia?
Al parecer los delitos sexuales dependen mucho del comportamiento de la víctima. “La Manada” en España es un claro ejemplo de cómo la justicia, impartida por varones, les quita importancia a los asuntos de violencia. Una mujer, acorralada por 5 hombres, forzada a mantener relaciones sexuales y en estado de shock, ¿tiene la capacidad de oponerse a sus agresores? ¿Podemos utilizar este mismo argumento para decir que la niña no se negó a mantener el acto sexual con este hombre de 23 años que terminó secuestrándola? Resulta complejo, pero muy necesario, volver a pensar las relaciones y colocar en tela de juicio lo que consideramos “normal”.
¿Es común que un profesor decida dedicar varios años de su enseñanza para buscar entre las alumnas una pareja?, ¿es común dentro de las aulas esperar a un “cuerpo dócil” o un “blanco fácil” en las alumnas? Es imprescindible pensar las relaciones de poder, el cómo se ejerce y la ‘normalización’ de las conductas inadecuadas, pues estos casos nos hacen pensar en qué se considera consentimiento, en cómo la violencia se regulariza y se vuelve parte de la interpelación de la que somos parte.
Pareciera que se ha construido un conjunto de relaciones que posibilitan la violencia; la estructura de individualización de la sociedad, la forma más coloquial de decir “la vida de cada quien” nos ha llevado a tener que tolerar la violencia. Las mujeres, como grupo más vulnerable, caen presas de las agresiones, en el bus, en la calle, en la casa, en escuelas, colegios, universidades.
Ahora, desgraciadamente, las mujeres no están seguras en ningún lugar, y esto solo ejemplifica el problema, la reproducción social de la violencia y la relativización de la misma. Es urgente repensar las relaciones sociales, porque somos parte de este conjunto de problemáticas, de las que nos podemos indignar en el espacio público, pero frente a las que no tomamos partido dentro del espacio privado.
Resultado de esto, día a día, brincan más casos de violencia contra las mujeres, todo lleva a un constructo que termina generando más violencia, sistematizando comportamientos y regularizando las agresiones contra las mujeres como en los casos que hemos citado.
Es tiempo de revisar el cómo nos relacionamos en el conjunto y cuáles son las prácticas que hemos normalizado en lo cotidiano. ¿Es necesario que la violencia de género nos toque la puerta para indignarnos y actuar?