Por Daniel Kersffeld
El escenario político sudamericano comenzó a reconfigurarse en estas últimas semanas a partir del interés por revivir a la Unasur(Foto: cumbre de 2008 en Brasilia).
Primero el gobierno de Alberto Fernández y pocos días más tarde el de Lula da Silva en Brasil anunciaron su intención de reconstituir el bloque sudamericano nacido en 2008 pero que, una década más tarde, quedó reducido a una mínima expresión, con presencia solo en Bolivia, Venezuela, Guyana y Surinam, y con Perú suspendido en forma indefinida.
El debilitamiento del bloque fue llevado adelante por toda una camada de regímenes neoliberales y conservadores que no dudaron en reemplazar a la Unasur por el apenas recordado “Prosur”, en su objetivo por remover todas aquellas estructuras que resultaran incómodas para su proyecto político o que, directamente, rememoraran a los anteriores gobiernos progresistas.
Pero hoy las circunstancias parecen propicias para intentar reanimar al conglomerado sudamericano. Estados Unidos y las potencias europeas se encuentran preocupadas por el desenvolvimiento del conflicto contra Rusia, en tanto que China vigila a Taiwán y al Pacífico, mientas analiza cómo el conflicto en Ucrania podría afectar la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (“Belt and Road Initiative”), el proyecto con el que pretende expandir su enorme peso económico hacia Occidente. Claro está que no hay libertad de acción, pero sí una suma de factores que propicia la gestación de una nueva propuesta de integración en Sudamérica.
Como ayer, hoy también Brasil se sitúa a la cabeza de un proyecto que puede modificar el mapa económico sudamericano siempre que logre la participación de un amplio conjunto de naciones dispuesta a encarar los desafíos del siglo XXI.
Con todo, resulta al mismo tiempo frustrante que la recreación de la Unasur hoy tenga sentido por el creciente desencuentro entre los gobiernos de Brasil y Argentina, por una parte, y de México por la otra. Las diferencias pesaron hasta el punto de la separación, más allá de que en la CELAC finalmente unos convivan con los otros.
Acuerdos y discrepancias
Sin que hasta el momento hayan trascendido mayores detalles sobre sus características más relevantes, sobre su implementación o sobre su futura puesta en marcha, sabemos que esta nueva versión de la Unasur apunta a retomar de la anterior algunos elementos de importancia, como la aceptación de las diferencias internas que expresan los distintos gobiernos de la región.
Pero con el objetivo de reducir al mínimo posible las discordias internas, también se recalcó que esta nueva versión de la Unasur tenga un carácter más bien técnico y con menores implicaciones ideológicas, una condición de todos modos difícil de cumplir dadas las discrepancias públicas entre varios de los mandatarios sudamericanos.
Más allá de aspectos centrados en la convivencia y en el carácter general del bloque, para desenvolverse con éxito, la Unasur debería apelar a la construcción de dos ejes principales. En tanto que hacia el interior, el bloque sudamericano debería centrarse en la defensa excluyente de su riqueza expresada en los recursos naturales, hacia el exterior debería colaborar en la construcción estratégica de un horizonte multipolar.
De allí entonces la vocación que la nueva Unasur muestre en la preservación de recursos naturales cada vez más apetecidos por potencias externas, principalmente, por Estados Unidos.
Así, en Sudamérica se encuentran desde recursos tradicionales, como el gas, predominante en Bolivia pero también en Brasil, Argentina y Perú; el petróleo, mayormente presente en Venezuela y Guyana; y el agua dulce, con el río Amazonas como principal representante.
Pero también existen otros recursos, de implementación mucho más vanguardista, como es el caso del litio, esencial para la fabricación de baterías eléctricas, y cuyas dos terceras partes a nivel mundial se encuentra en el triángulo conformado por Argentina, Bolivia y Chile y, todavía más, por los así llamados minerales o “tierras raras”, que tienen en Brasil a uno de sus principales productores en escala global para su utilización en dispositivos tecnológicos de última generación.
La vigilancia de Estados Unidos
Teniendo en cuenta la cantidad, variedad e importancia estratégica de recursos naturales, no resulta casual la política de vigilancia realizada desde Estados Unidos a fin de detectar todos aquellos movimientos que tiendan a beneficiar a China como su principal rival en términos geoeconómicos. Una vigilancia que se incentivó en tiempos de la pandemia del Covid-19, cuando China y Rusia promovieron una política de acercamiento a la región a través de la “diplomacia de las vacunas”, y que se ha profundizado desde el inicio del conflicto en Ucrania entre Rusia y la OTAN.
En este sentido, las declaraciones de Joe Biden y de sus principales funcionarios, las visitas de grupos de parlamentarios y, sobre todo, la próxima gira sudamericana de la Jefa del Comando Sur Laura Richardson, apuntan en una misma dirección para neutralizar, obstaculizar o, incluso, impedir cualquier tipo de convenio con China o con otras potencias, afectando la autonomía y la soberanía de los gobiernos sudamericanos.
De ahí que, junto con la defensa de los recursos naturales, la construcción de multipolaridad debería asumir un sentido prioritario para la propia supervivencia del conjunto sudamericano. No sólo porque actuando en bloque los gobiernos de la región podrán responder mejor a los controles externos: al mismo tiempo, podrán mejorar sus términos de negociación con actores foráneos con las que hoy resulta difícil llegar a acuerdos o, directamente, poder dialogar.
Por otra parte, y siempre en términos del fortalecimiento de la multipolaridad, la Unasur podría aumentar su influencia en el plano global a partir de la alianza que pueda constituir con el grupo de los BRICS, aprovechando para ello la pertenencia de Brasil en ambos conjuntos y, posiblemente, la incorporación de Argentina al grupo de las economías en ascenso antes de que finalice este año.
No hay dudas de que hoy estamos en el momento adecuado para revitalizar este proyecto de integración regional cuyo impacto podría exceder al de los límites sudamericanos, convirtiéndose de este modo en una entidad capaz de mediar en distintos escenarios, siempre que se reconstruya con un claro sentido democrático y participativo y que, al mismo tiempo, sea legítima en su contribución al diálogo y a la superación de guerras y conflictos.
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