Por Orlando Pérez
Si Lenin Moreno la “embarraba” en cada espontánea aparición, lo del encuentro con los editorialistas del diario EXPRESO revela, de nuevo, a un Guillermo Lasso al que ya se conoció en tres campañas electorales: un político clásico de la pospolítica, un “No presidente”, como lo calificó el jurista Ramiro Aguilar, una débil inteligencia para sortear las exigencias de los debates públicos y muy “suelto de lengua” para hablar de sus amigos y/o ex aliados políticos.
Es que es un Lasso cuando le preparan sus intervenciones y se llena de lugares comunes, pero es otro cuando improvisa en las entrevistas de los martes o en el encuentro con sus amigos del Expreso. Y la suma de los dos todavía no queda claro a quién tenemos en Carondelet. ¿O con eso es suficiente?
El informe a la Nación del pasado 24 de mayo es su mejor expresión (o la de sus asesores): simpleza de argumentos, debilidad de análisis, cifras a medias, falsas o mal contextualizadas, además de usar los verbos en futuro, como si estuviera de nuevo en campaña, asumiendo roles de ministro con las tareas supuestamente superadas, además de apelar a la vacunación como su gran obra (hasta dijo que rompió un récord).
Lo que queda claro es que a Lasso le quedó grande el cargo. Por más que sus coidearios en la prensa le quieran lavar la imagen, justificar cada una de sus “fallas” y por más que él mismo se convenza de las mismas como “aprendizaje” quien está pagando los platos rotos es todo el país.
Hace poco, su ministro de Defensa habló de una “guerra al narcotráfico” y él mismo declara que su meta es “que no vuelvan los correístas”. Y si los dos son objetivos políticos estratégicos tras el primer año de gestión, parecería que el ejercicio del poder desvaneció su programa de gobierno o nunca tuvo claro el sentido histórico de adminitrar un Estado.
Si asume de verdad una guerra al narcotráfico debería revisar la experiencia mexicana, con la misma fraseología, que en ese entonces Felipe Calderón planteó y cuyas consecuencias son: aumento del consumo, más violencia y una mayor penetración del crimen en las instituciones estatales, además de violaciones a los derechos humanos y el nacimiento de un nuevo paramilitarismo, según los análisis más depurados de los estudiosos del tema.
Para lanzarse a una guerra de esa dimensión -ojalá lo entiendan el ministro y su jefe- hace falta un Estado sólido, no solo un aparato militar y policial armado hasta los dientes. Un Estado débil, como el de ahora, es incapaz de sostener una estrategia en esa dimensión. Ya veremos las consecuencias, si de verdad creen en esa tarea. Ya tenemos evidencias con la inseguridad en las calles y las carnicerías en las cárceles.
Pero además si su meta es que “los correístas no vuelvan”, se olvida que si ese fue el propósito de él mismo con Moreno en estos últimos cinco años, la realidad le da en la cara todos los días: Rafael Correa sube cada día en las encuestas de popularidad, su recuerdo es cada vez más presente en cuanto a gestión estatal, mientras Lasso baja y baja en todos los sondeos de opinión, incluyendo a sus editorialistas más fanáticos de hace un año para acá.
¿Lo dijo a ese grupo de aplaudidores con el afán de hacerles creer que con ello mañana ya tendrían algún cargo en alguna embajada? ¿Se habrá imaginado que todo quedaría bajo las cuatro paredes de ese diario? ¿Tras la publicación, en la portada, ahora saldrá a desdecirse o le mandará a su ministro de Gobierno a dorar la píldora?
Esa declaración, hacia fuera, revela cómo opera con la Asamblea, la Justicia y las relaciones internacionales. Con lo dicho, evidencia al LawFare en su máxima expresión y finalmente se nota que su gobierno de encuentro no tiene ni las iniciales.
Y si no fuese por cierta embajada, hace rato tendríamos otro escenario político para un banquero que no mide las palabras cuando funge de Presidente.