Por Tamara Idrobo

Somos poderosas amigas, compañeras y amantes, capaces de salir de una machista clandestinidad con el poder de hablar y contar.

Las mujeres no somos territorio de conquista, ni un objeto que hombres narcisistas con poder político, mediático y económico creen que pueden usar y desechar, según la necesidad de sus maltrechos egos.

Las mujeres no somos un objeto de consumo al que los hombres de #MasculinidadFrágil, desesperados por demostrar su virilidad, deciden, en un arranque de miedo, dejarnos de hablar, buscar, desear y amar.
Las mujeres no somos una aventura para los hombres que, temerosos de perder el poder que les avala, deciden no develar, mostrar ni enseñar, arropándose en la mojigatería que los caracteriza para no ser tildados de “traicioneros” ni señalados, cuando sabemos que sus deseos, pasiones y amores no logran esconder, aunque se crean que solo en la clandestinidad pueden mantenerlos.

Si las mujeres lográsemos romper con tanta hipocresía y mojigatería y nos atreviéramos a contar y relatar nuestros amores, deseos y dolores, dejaríamos de ser vistas como víctimas a las que hay que juzgar y señalar manteniéndonos en la clandestinidad.

Empezaríamos entonces a romper con la hipocresía simplemente con nuestro poder de ser, estar y existir.

A raíz de la filtración de los chats de quien en Ecuador fue víctima de un magnicidio en agosto de 2023, las luces de la atención se centraron en develar lo que interesa a la opinión política, económica y pública, dejando, como siempre, escondida y en el imaginario popular la realidad de que una mujer que es «moza» no se esboza ni se nombra.

Mientras se concentran en demostrar que los chats revelaron perversas relaciones entre medios de comunicación, el poder política y el poder judicial, en Ecuador el escándalo apenas comienza.

Mientras que el país sigue en vilo con el hilo del destape de tanta podredumbre y las personas se rasgan las vestiduras por la necesidad de respetar la ya desvanecida ‘santidad’ de un personaje, yo veo cómo se entierra una vez más en el secreto los roles y presencias de las mujeres que ya no forman parte de la vida de un hombre vilmente asesinado, creyendo firmemente son ellas las que deberían ser recordadas y nombradas para que también existan como parte de la historia de un país que se esmera por borrarlas en nombre de la intimidad.

Mientras gritan que es necesario mantener lo íntimo oculto, yo lucho por develar lo que a algunos les conviene que permanezca en la clandestinidad. Y es que, precisamente a los hombres con poder, no les conviene que las mujeres mencionemos, contemos o publiquemos las relaciones que han mantenido y siguen manteniendo en la clandestinidad, amando y deseando a otras o a varias mujeres que no son la “esposa oficial” porque deben cuidar, ante la mirada pública, su rol como hombres, esposos, maridos ejemplares e incluso como fue en este caso, el de candidato presidencial.

Sí, se trata de hombres que se creen poderosos, muchos de ellos con egos inflados y sostenidos por erecciones que se derrumban con un simple soplo de miedo. A estos hombres les encanta tratar y usar a las mujeres como objetos de satisfacción de sus deseos. No les conviene que lo personal se haga público, porque basta con que sea meramente de su uso y abuso burdo.

La vanidad del hombre machista promedio ecuatoriano es tan endeble porque se valida en función de las mujeres de su conquista. Aunque tristemente ellos creen erróneamente que son quienes manejan la lista de deseos cumplidos.

Y es que todo está bien mientras no seamos nosotras las mujeres quienes admitamos públicamente a quién deseamos y con quién gozamos. Porque ese gran día, las mujeres “mozas” dejaríamos de serlo para empezar a ser reconocidas como lo que realmente somos: personas. Es decir, seres humanas vivientes con derechos, deseos y decisiones tomadas con autonomía y libertad, que ejercemos sin miedo a ser juzgadas por a quién decidimos desear, amar y sentir, siendo y estando.

Mientras eso no suceda, las historias de las mujeres que amamos y deseamos quedarán relegadas a la clandestinidad, a los vaivenes sociales que nos siguen estigmatizando y señalando como «malas mujeres«, obligándonos a escondernos y ocultarnos por lo que somos y por quienes deseamos y amamos.

Si la develación de los chats que ahora están en boga ha dejado algo claro para mí, es la hipocresía y la mojigatería de la que NADIE, absolutamente NADIE SE SALVA. Porque ¡Ay de la persona que se crea dueña de la moral y las buenas costumbres!

Porque: ¿Quién puede decirnos que nunca ha deseado a la persona inaccesible y, más aún, tristemente amado a quien no podía ser su pareja públicamente?

Tanta es la necesidad de sostener imaginarios de relaciones “perfectas” y aspiracionales que, a diario, en Ecuador nos ahogan con poses, imágenes y mensajes sobre una mujer que ni es primera dama, ni impoluta, ni honesta con la gente. Porque llegar a creerse dueña de la casa del gobierno ecuatoriano, solo por haberse casado con uno de los hombres más adinerados del país, hace que crea tener el derecho a que le cumplan caprichos como arreglos florales y cambios de cuadros de arte a su antojo (aunque se hagan los locos quienes lo saben) y hasta tener una gran oficina en Carondelet, con un fotógrafo a sueldo de más de 3,000 dólares, quien la persigue para tomarle imágenes con las que van a envenenar a las mentes despistadas en redes sociales, creando la imagen de una mujer que NO existe y que NO es.

Ese rol aspiracional se traduce en violencias que ella vive en la intimidad y clandestinidad, teniendo que sostener las hipocresías de su esposo, que mantiene amoríos y relaciones pasionales con más de una mujer, a las cuales, por cierto, algún día deberían sacar también de la clandestinidad.

Porque lo aspiracional se convierte en perversidad cuando el poder político está detrás de aquellas mujeres que necesitan del hombre para validarse y existir.

Tan machista y vil es la prensa ecuatoriana, que pese a que actualmente está atravesando duras críticas públicas, son hasta las mujeres periodistas las que le hacen juego al #patriarcado, cuando nos presentan entrevistas con puestas en escena para posicionar la imagen de la mujer “esposa-viuda”, que, pese a que todas las personas en el entorno cercano y hasta público sabían que ella ya no era la pareja del esposo vilmente asesinado, termina siendo ella presentada como “la mujer del proceso”.

Es hasta ahora que la viuda se aferra a ese rol, a la imagen y al poder que le ha permitido incluso catapultarse políticamente. Porque, tristemente, las mujeres requieren hasta de sus “esposos muertos” para validarse en una existencia que ellas mismas saben que no les pertenece.

Es inaudito que mujeres que luchamos por la equidad de derechos y contra las violencias de todo tipo, sirvamos de cómplices del sistema al tener que validar y promover roles impuestos por la política y el patriarcado.

Así es como, en entrevistas, se llega a promocionar el perfil mentiroso de mujeres que dejaron de ser «esposas» para convertirse en dueñas de las narrativas sociales, cuando la compañera y pareja de vida de un hombre que no se atrevió a reconocerla públicamente como tal, tuvo que vivir agazapada, escondida y en la absoluta clandestinidad el dolor legítimo que le asistía cuando le arrebataron al hombre que ella tanto amaba. Y aquellos que los rodeaban, que no fueron pocos, sabían y conocían su dolor y su injusta ilegitimidad.

Porque mantener a las mujeres que amamos consensuadamente en la clandestinidad es violencia.
Porque borrarnos de la historia de los hechos con impacto social ocurridos en un país es violencia.
Porque juzgar los sentimientos de las mujeres y mantenernos en lugares ocultos, pretendiendo que nunca estuvimos, existimos y sentimos, es violencia.
Porque llamar ‘moza’ a una mujer que libremente y en acuerdo con la otra persona decidió amar, es violencia.
Porque cancelar las emociones, sentimientos y decisiones que las mujeres toman, es violencia.
Porque una mujer que amó y fue amada no debe ni puede cargar con el rechazo de toda la sociedad que la tilda como «mala» solo porque le prohíben amar, y por eso la anulan, es violencia.
Porque arrebatarle a una mujer su derecho a sentir dolor y a vivir su duelo publicamente, es violencia.
Porque pretender que una mujer NO existió como pareja en la vida de un hombre cuya historia ha puesto a todo el Ecuador al pendiente, es violencia.

Y es violencia hacia ella y hacia todas las mujeres que se las obliga a estar escondidas, en silencio y en la clandestinidad. Porque ser mujer en un país #misógino y #machista, significa arrebatarnos el derecho a aparecer publicamente sintiendo. Y esto es equivalente a arrebatarnos el derecho a ser y existir.

Ojalá llegue el día en que la clandestinidad cambie de bando y seamos nosotras las mujeres quienes decidamos mostrar o no a quiénes amamos, a quiénes deseamos y con quiénes nos relacionamos.

¡Porque los amores, las pasiones y los deseos de las mujeres también tienen que dejar de ser reprimidos y ocultados!

El día que las mujeres aprendamos a amarnos primero, antes de amar a las y los demás, tendremos el poder y la capacidad de manejar nuestras relaciones, pasiones, amores, afectos y deseos bajo nuestros términos, sin necesidad de escondernos, ocultarnos ni mucho menos tener que ser obligadas socialmente a pretender que no sentimos ni existimos.

Las mujeres aún debemos luchar por el derecho a elegir y tomar nuestras decisiones, para disfrutar sanamente de nuestros cuerpos bajo relaciones que nos aporten y no que nos destruyan, ni mucho menos que nos escondan y nos borren.

Sí, llegará pronto el día en que la clandestinidad, también, cambiará de bando.

Por RK