Por Tamara Idrobo
Las mujeres, y sobre todo las que somos feministas, siempre hablamos de las violencias que recibimos y vivimos. Pero poco nos atrevemos a hablar, analizar y señalar las violencias que algunas mujeres ejercen.
A través de la siguiente reflexión quiero proponer el muy necesario debate para que podamos analizar este espinoso tema.
¿Las mujeres son violentas? Sí.
¿Hay mujeres que violentan? También.
Ser feminista decirlo y escribirlo de forma categórica no es fácil. Hacerlo me ha requerido dos años y algunos meses más para encontrar las palabras y el enfoque a esta reflexión que finalmente he decidido publicar.
Desde mi feminismo, que se sigue construyendo cada día, estoy convencida de que las feministas y los diversos e imperfectos movimientos que componemos, tenemos que asumir nuestra humanidad y empezar a hablar y analizar temas que para muchas personas pueden ser tabú.
Desde mi feminismo tengo un compromiso férreo de lucha en contra de las violencias hacia las mujeres y personas sexo genéricas diversas. Pero considero que esta lucha no puede ignorar la realidad humana de las mujeres que ejercen violencia sobre otras personas, incluidas otras mujeres.
Desde mi feminismo creo que lo que no se nombra y no se define, no existe.
Desde mi feminismo ejerzo la premisa de que lo que es personal es político.
Hablar sobre las mujeres que violentan tiene que atravesar necesariamente las vivencias en mi vida. Es por lo que creo que debo mencionar y nombrar a aquellas mujeres que me han violentado. Este ejercicio atraviesa además la necesidad de confrontarme a mí misma sobre las violencias que eventualmente yo haya podido ejercer sobre otras personas, mujeres incluidas.
Creo además que al asumirme como feminista tengo una responsabilidad con las personas a las que yo deseo llegar a través de mis reflexiones, con el fin de que se atrevan a desmitificar y a humanizar los feminismos que son diversos e imperfectos.
Lo personal es el punto de partida
Creo que para poder transformar sociedades debemos tener la determinación de transformarnos nosotras y nosotros primero. Esas transformaciones no pueden darse si no reconocemos primero qué es lo que deseamos transformar para así emprender los caminos para lograrlo.
Si hablamos de violencias es necesario reconocer y comprender que las sociedades están construidas a partir de un sistema que otorga y mantiene los privilegios a personas sobre la base de su género, su color de piel, su etnia, su educación, su estrato social, su orientación sexual, etc., etc. Las feministas hablamos de un sistema patriarcal y machista que se mantiene sobre la base de someter a unas personas asignando poder a otras. Por ejemplo, un hombre blanco europeo, educado con ingresos económicos altos y heterosexual siempre tendrá más y mejores privilegios que una mujer racializada, pobre, sin educación, trabajo e ingresos. La forma como estas dos personas viven, habitan y perciben la vida son diferentes, al igual que las violencias a las que se exponen.
Considero que soy consciente de mis privilegios a través de las experiencias de vida que he tenido. Como mujer ecuatoriana que descubrió al feminismo a temprana edad, he aprendido a reconocer y definir a las violencias machistas que he vivido y que he visto a mi alrededor. Esas violencias se han manifestado durante mi niñez, mi adolescencia y juventud por parte de hombres que, desde ese rol asignado por la sociedad machista los ha impulsado a violentar, normalizando todos los comportamientos de sometimiento, acoso y violencias que ejercen hacia las mujeres. Identificarlo fue el primer paso para confrontarlo y de esta manera impedir tener que vivirlas en mi cuerpo y en mi vida.
En mi vida adulta y laboral y estando envuelta y siendo parte de ambientes feministas construidos íntegramente por mujeres o por personas sexo genéricas diversas, no tuve la herramienta para identificar, definir y señalar con la misma facilidad e inmediatez cuando una mujer ejercía violencia sobre mí.
Sumergida en estos espacios laborales y de activismo, hubo momentos en que consideré que todo lo que ahí se tejía eran solidaridad y comprensión. Pero, es justamente en algunos ambientes feministas donde se construyen redes de apoyo y de apertura a contar dolores, experiencias y vivencias donde las violencias se manifiestan de forma oculta e hipócrita.
He creído que las violencias emocionales y los abusos psicológicos pueden muchas veces volvernos indefensas frente a ellos. Y es que el golpe físico se siente y se mira de forma contundente, pero las violencias que van minando autoestimas, que son pasivo agresivas, ocultas en acciones o palabras, que buscan menospreciar a una persona y reducirla a la inseguridad y a la impotencia de dudar de que los sentimientos de dolor no son reales y que pueden ser puramente una impresión, son las que nos vuelven realmente vulnerables e indefensas.
Las violencias emocionales y psicológicas no se sienten como un golpe, pero se viven y llegan a herir de formas que menoscaban la salud mental y cuyas heridas cuestan sanar más porque se vuelve muy difícil descubrirlas y aceptarlas.
Quienes ejercen violencias en estos espacios suelen ser mujeres que no han sabido sanarse de los dolores y de las violencias que ellas han vivido. Lo que sucede frecuentemente es que estas mujeres en vez de reconocer y superar esas violencias, las gestionan replicándolas y multiplicándolas sobre otras mujeres.
Recibir violencias por parte de una mujer nos puede llevar a un estado de debilidad y de parálisis, porque simplemente nos cuesta aceptar y darnos cuenta de que en un ambiente feminista que se supone es seguro, nos es impensable llegar reconocer que una de nuestras compañeras de lucha y activista en contra de las violencias sea nada más ni nada menos que una mujer que violenta a otras.
Estas situaciones usualmente se dan cuando las mujeres que tienen algún tipo de poder sobre otra son mujeres llenas de ambición y poca capacidad de superación de sus propios dolores. Quizás hasta por imposibilidad de haber accedido a herramientas y procesos de sanación. Y suelen llegan a roles de poder, es decir, a ser jefas, ministras, directoras, fiscales, capitanas, etc.
Estas historias de las mujeres que violentan de forma impune se repiten en silencio y se perennizan porque las feministas aún estamos buscando las formas de enfrentar a aquellas mujeres que violentan pero sin replicar las violencias que todas, absolutamente todas vivimos a diario, pero que muchas deseamos confrontar hasta erradicarlas sin que eso signifique tener que ejercer más violencias.
La trampa del poder de cancelación.
Algunas feministas trabajamos por la necesidad de definir y visibilizar las violencias que las mujeres recibimos a diario, en todas partes, todo el tiempo.
De esta manera hemos desarrollado formas de defensa que nos permiten romper los silencios que perennizan esas violencias. Conocidas son las acciones colectivas que se han logrado promover como redes de defensa construidos sobre la base de: #YoTeCreo, #MeToo, #SiTopanAUnaTopanATodas.
Pero aparte de construir redes de apoyo, se han desarrollado algunas estrategias como la de señalar masivamente a personas violentas para poder anularlas. Ya no son los actos de dichas personas las que se cuestionan o se visibilizan, sino que se busca la anulación de una persona a través un proceso de cancelación colectiva, que en muchas ocasiones han derivados en hostigamientos mediáticos inhabilitando a una persona de la posibilidad de defenderse o de dar explicaciones.
La cancelación que se realiza en medios de información, de comunicación o medios sociales en la época digital, puede llevar a arrebatar la honra a una persona y a incapacitarla, invalidarla y anularla. Es decir, en un acto tan violento como el de la cancelación, se perpetua y se avala un comportamiento violento que suele ser colectivo.
Si bien es cierto que es necesario señalar y confrontar actos violentos como a las personas que han realizado esos actos, es irónico que se use un acto violento para señalar y confrontar esas violencias.
¿Cuándo las mujeres cancelamos violencias nos volvemos violentas?
El sistema patriarcal nos enseña a las mujeres ciertas normas de comportamientos que replicamos. Quienes fueron violentadas muchas veces repiten esas violencias y las replican con sus hijas e hijos quienes, a su vez, lo harán con las suyas y los suyos. Y así los códigos de comportamientos se han trasmitido de generaciones en generaciones donde las referencias de mujeres que llegan al liderazgo son construidas sobre la base de estructuras machistas que se sostiene por la agresión, explotación, discriminación y sometimiento de las otras personas.
Las referencias están en las estructuras machistas donde las personas aprenden que para tener poder tienen que hacerlo a través de golpes, peleas, insultos, competencia y porque no también, a ser machos a través de la agresividad que los hombres creen que les pertenece en la esencia de su masculinidad y que algunas mujeres que creen que para acceder a un poder es necesario replicar ese comportamiento masculino. Estas mujeres terminan inevitablemente comportándose igual o más violentas que los hombres.
Mi feminismo me ha inspirado a asumirme como una persona imperfecta por lo que debo asumir con fortaleza mi capacidad de cuestionarme todo, todo el tiempo. Uno de esos cuestionamientos que se me presenta con más fuerza actualmente es: ¿Cómo puedo yo transformar y romper con cualquier indicio que me diga que la violencia es una herramienta de defensa?
Me cuestiono cómo puedo construir desde mi feminismo mensajes que inspiren a mirar a las violencias de frente y cuestionar siempre, pero sin caer en la vorágine de la cancelación en las que muchas veces he caído.
Me cuestiono constantemente cómo puedo cortar ciclos de violencias vividas para no replicarlas. Y agradezco a cada una de mis maestras, que desde la oscuridad de sus actos violentos sobre mí y sobre otras mujeres, me han enseñado cómo no se debe liderar, cómo no se debe humillar, cómo no se debe violentar a otra mujer. Porque sanando esos dolores he descubierto que es posible llegar a construir sobre la base de la comprensión, de la compasión y de la piedad sobre las mujeres que no han tenido la capacidad gestionar sus dolores, mucho menos sanarlos.
Hoy más que nunca me doy cuenta de que el poder verdadero que podemos tener las feministas es que deseamos transformar el mundo. Ese poder está en la capacidad que tenemos de sanarnos y de aprender. Y es a través de estos aprendizajes que podemos inspirar a las mujeres y a las personas a rechazar con contundencia a las violencias y con compasión a las mujeres que violentan.
Sé que mi camino de aprendizaje en mi identidad como feminista seguirá construyéndose y sé también que una de las claridades que tengo al haber tenido el infortunio de vivir violencias por parte de otras mujeres y todas ellas feministas, es que puedo arroparme y sanarme. Así mismo, puedo encontrar una gran diferencia entre las mujeres que ejercen su liderazgo desde la inspiración, el apoyo y el respeto, de quienes ejercen su liderazgo armándose para minimizar a cualquier otra persona que llegan a considerar como amenaza a sus intereses y en quienes descargan todas sus violencias e inseguridades.
Finalmente, cuando una mujer llega a roles de poder, debe saber que ella está ahí para abrir brechas y mostrar el camino a las que vendrán, en vez de servirse de sus poderes para asegurarse que nadie ni nada les arrebate lo que ellas creen haber conseguido.
El poder que una mujer puede llegar a tener o a ejercer no significa nada si este no es utilizado para garantizar que más mujeres lleguen a tener igual o más poder.
Las mujeres que violentan y más aún, las que lo hacen desde roles de poder dados o asignados, siempre violentaran desde sus propios miedos que no han sanado y desde sus dolores no superados. Las mujeres que violentan son aquellas que siempre buscaran amenazar, amedrentar, someter o humillar a quienes cuestionen sus violencias.
Las mujeres que violentan también son quienes se creen en el derecho moral y desde una falsa superioridad de juzgar la vida, las decisiones, el cuerpo, los amores, afectos y espacios de otra mujer.
Desde las luchas de mi feminismo espero y ansío que cada mujer llegue a ejercer poder y que lo hagan con el fin de erradicar las violencias que hemos vivido, nuestras luchas no servirán de nada si nos obstinamos en replicar aquello que combatimos.
La erradicación de las violencias empezará por reconocerlas, definirlas y visibilizarlas.
Empecemos por no juzgar para dejar de violentar.