Por Santiago Rivadeneira Aguirre

La ‘supuesta traición’ de Moreno, que se verifica con sobresaltos apenas es elegido presidente de la república en 2017, solo es una parte de la historia. Lenín Moreno no es un traidor, un perjuro, un ingrato o un renegado -para usar casi todas las acepciones-   porque siempre fue así, desde que ingresó circunstancialmente a la política, siendo  militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y después del APRE de su amigo Gustavo Larrea.

El presidente constitucional del Ecuador Lenín Moreno Garcés, -a punto de dejar su cargo- se empeñó en demostrarle al país y al mundo, durante los 4 años de su gestión, minuto tras minuto (o cada vez que abría la boca) que es un ser que nunca dejó de ‘tropezarse con las palabras’. Aunque ese comportamiento ya de por sí anómalo, no tiene que ver solo con los ‘actos de habla’ sino con algo más: la incapacidad manifiesta para pensar.

O, para construir pensamiento, insolvencia que Moreno mostró desde mucho antes que fuera designado para ser el acompañante de Rafael Correa en las primeras elecciones presidenciales de 2007. ¿No fueron suficientes esos primeros años para que Correa y la Revolución Ciudadana pudieran percatarse de su molesta mediocridad? Tal vez no, porque parte del comportamiento de quienes ejercen el oficio de engañadores, como práctica profesional, es el ocultamiento, la astucia. Y descubrir a los embusteros, a veces no es fácil cuando estos personajes, aciagos e inmorales, se presentan con discursos teñidos de cinismo pero con una espantosa capacidad de destrucción.

Porque los ‘actos de habla’ de Moreno fueron parte del empeño de no decir nada, de nunca describir nada porque estuvo poseído siempre por la hybris del poder. La desmesura y la ambición fueron los únicos axiomas que pudieron validar o legitimar la felonía de la que se ufanó, para patentizar o justificar el ¿repentino viraje ideológico? hacia la derecha. Incapaz de pensar, también fue incapaz de entender las contradicciones. Porque si algún examen psicológico se le hubiera podido hacer, seguramente habría podido mostrar que Lenín Moreno era una ‘persona normal’, de inteligencia media que en muchas ocasiones se comportó como un vulgar patrañero que hizo del acomodo su mejor argumento para mantenerse sonriente al lado del poder.

El anecdotario cuenta que de niño aprendió a corretear con las serpientes: “…jugábamos con ellas, así como lo hacían en la antigüedad en Grecia, en donde tenían dentro de sus casas serpientes que jugaban con los niños”, -dijo Moreno en la Cumbre Presidencial Amazónica, en septiembre de 2019.

Lenín Moreno Garcés entraría fácilmente en la categoría de los ‘idiotas morales’ que, como Eichmann, el asesino nazi, ‘hicieron gala de vivir en la ausencia de pensamiento’, como describe Norbert Bilbeny. Incapaz para reflexionar sobre sí mismo y verse como en realidad es, Moreno en las vísperas de su retiro como presidente, acaba de decir en un foro internacional sobre democracia, que ‘solo cumplió con su deber’, aunque habría preferido ‘tener un mejor pueblo’ para gobernar. El idiota moral diciendo una serie de incoherencias como cosa natural.

¿Dónde reside la causa de su mediocridad como ser humano y como gobernante? Bilbeny diría: ‘en la débil puesta en práctica de su inteligencia’. Mientras tanto Hannah Arendt, en relación con Eichmann, agregaría lo siguiente: “Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de otra persona”. (Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal 1967).

Esa particular inmunidad contra el ejercicio del pensamiento es lo que caracterizó al presidente Moreno y, por desgracia, también a quienes fueron parte de su equipo de trabajo. Fue el gobierno de los idiotas morales. Comulgante, audaz o mediocre, tibio o fanático, Lenín Moreno Garcés, como dice cierta sentencia, ‘es un híbrido similar entre el monstruo y el payaso’. Tal vez el suyo sea un caso clínico y no solamente político, de no ser por el tremendo daño irrogado al país de manera deliberada y consentida por las élites económicas que le protegieron siempre.

Vale la pena volver a Bilbeny, para reforzar la tesis del ‘idiota  moral’, cuando explica: “La ausencia de pensamiento, que hace al idiota  moral insensible al acuerdo o desacuerdo consigo mismo, no es, sin embargo, una condición buscada deliberadamente por este individuo. Si la hubiera buscado ya no sería lo que es, un apático que en el fondo no piensa, aunque pueda hacerlo, sino un ser, como Lady Macbeth, que utilizaría el pensamiento contra el pensamiento, con el ánimo imposible de cometer el mal sin sentirse a sí mismo”. (Norbert Bilbeny, el idiota moral. La banalidad del mal en el siglo XX).

¿Lenín Moreno tuvo algún motivo central indudable, para vender el programa de gobierno con el cual fue elegido presidente de la república, junto a Jorge Glas y entregarse a las élites económicas del país? ¿Fue la simple banalidad o la perversidad? ¿Deliberado o consciente? Algún manual de psiquiatría podría argumentar que esas anomalías del individuo y de su conducta, pueden ser los principales síntomas de alguna psicopatía. ¿Cómo va a juzgar la historia a Lenín Moreno Garcés y a sus secuaces? ¿Bastaría con señalar un cúmulo de banalidades, junto a los momentos de ambición o de perversidad guiados por algún instinto diabólico y siniestro, que no pudieron ser descifrados enteramente, mientras integró el gobierno de Rafael Correa, a pesar de algunos claros indicios?

En el colmo de las anomalías, la estupidez y la ausencia casi total de algún sentido de honradez, Lenín Moreno se marcha del poder convencido de haber hecho las cosas bien. Así lo resaltó con su acostumbrado cinismo, fatuidad y soberbia en el Foro por la defensa de la democracia, que se realizó en Coral Gables, Miami, este 5 de mayo pasado, que congregó, además, a un grupo de inmorales latinoamericanos, entre expresidentes y políticos de la derecha neoliberal como el ‘pirata’ Pastrana, Hurtado y Macri.

Porque ha sido la superficialidad -como ser humano y mandatario- lo que mejor ha caracterizado la personalidad de Moreno. Por eso pudo aparentar lo que no era o tardó en hacerse cierta su insignificancia. Por eso pudo aparentar en ocasiones, desde su extraño e incomprensible ‘sentido del humor’ rancio y desabrido, un aire jovial y hasta ingenuo que le sirvieron para ser nominado como candidato por Alianza País. Y en función de esa psicopatía, Moreno le planteó enseguida al Ecuador el ‘exterminio total’ del progresismo y del correismo, mientras a sus espaldas o con su pleno consentimiento, se cometían los más grandes actos de corrupción y vandalismo contra los bienes del Estado.

Sin embargo, también sobrecoge la apatía moral y en ocasiones la indiferencia de una sociedad que, salvo por los hechos de octubre de 2019, nunca pudo reaccionar porque más pudieron las consignas de las élites económicas, de la derecha y los medios de comunicación mercantiles, para impulsar el anticorreismo como el relato que finalmente se impuso, para llevar a la presidencia del Ecuador a otro repugnante espécimen de la banca usurera, también carente de pensamiento, pero igualmente mendaz y peligroso para la democracia. Una importante lección histórica que los ecuatorianos no alcanzamos a procesar y entender a tiempo.

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