Oscar Andrés Morales

“Que las mujeres guarden silencio en las reuniones (…)
Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos,
pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea.»
De la carta de San Pablo a los Corintios, 14:34

Había asistido hace unos días a una universidad pública en la capital para participar en un foro sobre feminismo, el escenario que se presentó ante mis ojos parecía por mucho una sátira, una comedia, cuando menos podría haber pensado eso de no ser porque lo que en realidad veía era la metáfora más potente de lo que es y significa el patriarcado: un conversatorio sobre feminismo dirigido por tres varones y una mujer.

Sobre esa figura escénica apareció la pregunta que quedaría sonando en mi cabeza ¿Cuál es el papel del hombre en el feminismo? Y no ha quedado sonando porque no tenga respuesta, sino al contrario, porque la tiene. El único papel que tiene el hombre en el feminismo es el de repensarse a sí mismo y apoyar a las mujeres en su lucha constante por la emancipación del yugo de la masculinidad hegemónica.

No queremos decir con esto que el hombre no tenga un lugar en el feminismo, lo tiene, pero como aliado. La necesidad del hombre de ser protagonista de una lucha donde las demandas han sido generadas a partir de la conciencia de la opresión masculina (nuestra) debería llevarnos a los varones a pensar si nuestra participación en el movimiento político de mujeres esta encaminado a apoyar su lucha o es una cuestión egocéntrica en la cual deseamos seguir siendo la medida el mundo.

El movimiento feminista se encuentra atravesado por demandas histórico – sociales que tienen que ver con necesidades políticas, sociales, humanas, culturales de las diversas comunidades femeninas alrededor del mundo, necesidades invisibilizadas por los sistemas de gobierno, todos de orden patriarcal, donde el varón – heterosexual – blanco representan el ideal de ciudadano modelo, el habitante por excelencia destinado a generar la riqueza de los pueblos.

A partir de las revoluciones burguesas que consolidaran el sistema capitalista, primero industrial y luego francesa, esta brecha será más evidente por las mujeres que auto-instruidas comenzaron a tomar conciencia de su lugar en el mundo, y es sencillo, ellas no tenían lugar en el mundo. Desde la caída de la comunidad primitiva su cuerpo se convirtió en el re-productor de mano de obra, poco a poco el hombre la colocó en las cuevas a cuidar la patria (tierra del padre) donde gracias al descubrimiento de la agricultura la mujer podría dedicar mayor tiempo al cuidado del espacio conseguido por el varón para el desarrollo de actividades y la crianza de los hijos, el lugar de la mujer ya no fue compartido con los varones, fue el espacio privado asignado por los varones. Las sociedades patriarcales que desarrollaron nociones estructurales de poder, gobierno y control alejaron a la mujer de su función de administradora y le arrancaron de las manos la organización de la producción.

La mujer se quedará sin espacio y sin voz, sin demandas; el devenir histórico y la falsa noción de bienestar colectivo impuso al varón como modelo de guía y protector, su fuerza y la habilidad desarrollada a partir del perfeccionamiento de herramientas, ya destinado como actividad masculina que excluyo en comunidades a la mujer impidiendo que se desarrollará en las mismas actividades, le concedieron su posición social.

Fue la necesidad de fuerza y violencia para proteger la patria los que colocaron al hombre en la posición de superioridad, desde allí evolucionará su lugar, desde allí con el paso de los siglos concedería a la mujer pequeñas “conquistas” pero siempre desde la autoridad masculina. 

Cuál es el lugar del varón entonces en el feminismo, precisamente entender su lugar en la historia como gestor y sostenedor de mecanismos e instituciones de opresión, clasificación y división; como asignador de espacios y lugares que marcaron el desarrollo, cuando no, retraso de lxs individuxs. Comprender que alrededor de su figura se privilegió el cambio siempre en beneficio de ellos, las revoluciones burguesas dicen que es el varón el que tiene derecho a producir su patrimonio, en las décadas posteriores las mujeres siguen estando bajo las sombras paternalistas de un Estado que las ve como meras cuidadoras del espacio privado, hacer feliz al varón es su misión, la mujer no tiene derecho a su patrimonio, su trabajo fue (es) menospreciado, menos pagado, aunque se realizará en las mismas condiciones que el del varón, las jornadas industriales de los siglos XVIII y XIX son invisibilizadas porque su cuerpo sigue estando atado al estigma primitivo de la fuerza, esa subordinación que persiguió a la mujer durante más de once mil años le asignó un lugar en la economía de explotación. No es la productora modelo, es la productora inferior, con capacidades inferiores, comparadas a las de los niños, las habilidades de su cuerpo fueron infantilizadas.

Y así como sus cuerpos fueron infantilizados sus demandas fueron reducidas a la insatisfacción del consumo, su insatisfacción social fue entendida como una insatisfacción a su postura de consumidora; después de la posguerra las mujeres norteamericanas vivieron la opulencia, eran amas de casa felices, pero aún se sentían insatisfechas. Como el lugar de las mujeres no era la fábrica se adecuó el lugar histórico de ellas, la casa, el lugar privado y se le dotó de todo cuanto pudiera satisfacer sus necesidades, sin embargo, esto no sería suficiente, este espacio a pesar del lujo las seguía sumiendo en la miseria como explica B. Friedan en La mística de la feminidad. Ese espacio que el hombre le ha dado la ha llenado siempre de miseria y la ha alejado de la praxis social real.

La mujer nunca tuvo un lugar real, el espacio privado era el espacio concedido por el varón pero para satisfacer las necesidades del varón. Retomemos, las demandas de la mujer han variado de espacio a espacio, Virginia Wolf cuando desarrollaba Una habitación propia en 1929 recomendaba que la mujer para poder escribir tuviera un espacio dentro de su casa, este enunciado tiene dos errores, primero, está pensando escribir dentro del lugar asignado por el varón: el privado, la casa; dos, está pensando el lugar dentro de las posibilidades de una mujer burguesa.

Cuál es la posibilidad de que el hombre entienda las necesidades de la mujer, cuando existen diversas demandas desde diversas comunidades, solo para mencionar, la necesidad de una mujer como Virginia Wolf se aleja de las posibilidades de necesidades de las indígenas que mientras desean escribir también deben preocuparse por cuidar a los niños, cuidar el campo, organizar la comunidad, entre otras. Cómo podría entender el hombre las necesidades de la mujer cuando ni siquiera la moda educativa generada por el Estado que debe preservar la integridad de los cuerpos lo hace, mientras los varones podemos soportar el clima en invierno gracias a un uniforme que lleve pantalón, ellas deben soportar el frío del invierno. Las necesidades de las mujeres atravesadas por una cuestión de raza, sexo, género y clase social, no podrían ser sentidas desde nuestros cuerpos viriles que construían un mundo a nuestra voluntad.

Cómo entender cuál es el lugar del hombre en el feminismo cuando el varón sigue instrumentalizando el cuerpo de la mujer como objeto comodín, tal es el caso de la misma Universidad Pública donde las ternas mostraban exclusivamente candidatos masculinos al rectorado y estos en un gesto paternalista cuando menos clientelar usaron a las mujeres como vicerrectoras para obtener el voto de la comunidad femenina; o peor aún como reaccionamos cuando estudiantes varones de una carrera del área de humanidades dice que votamos por tal lista porque hay una candidata de nuestra facultad en ella que puede visibilizarla, no existe visibilidad política, existe interés en el cuerpo de la mujer en cuanto beneficios puedo obtener de ella, he ahí la instrumentalización, la utilidad, el despojo de su condición humana sobre su valor de uso. Es decir el papel del hombre hasta ahora es darle un lugar a la mujer dentro de los límites que el varón impone, es dejarla participar hasta donde no incomode, es hacerla activista hasta donde me beneficie.

Es hora de decir basta a los feminismos pequeño burgueses que terminan reproduciendo lógicas de participación (y poder) hetero patriarcal; esta es la lucha de las mujeres, este es su punto de conciencia y de organización, su discurso, nosotros los varones, estamos llamados a aprender de ella y respetar sus procesos de evolución social, organización y producción cultural. Es su voz la que emerge contra el dominio de una masculinidad operante gestada en el seno de la fuerza y la violencia contra todxs, cualquiera más débil; su voz femenina que tiene su carga histórica, una carga que los hombres nunca conocimos, porque jamás fuimos aislados de las decisiones de la patria, jamás nos vendieron, jamás nos intercambiaron para acrecentar la propiedad privada, solo ellas conocen el miedo de ser asesinada, torturada, violada y que su palabra sea desechada menos preciada, basta recordar casos de abuso en el Ecuador y en Latinoamérica donde periodistas, actores, políticos, vulneran los cuerpos femeninos y son tratados por la “justicia” (a pedido del victimario) como asuntos personales o internos, como cosa privada, como si los actos no pudieran defenderse desde la comunidad, la violencia se privatiza, el grito es callado, la dominación es evidente; entonces sí podemos decir que lo que atraviesa sus demandas solo ellas lo vivieron, nosotros siempre lo observamos, y así como observamos y guardamos silencio, ahora debemos observar y colaborar, destruir ese silencio cómplice milenario desde la solidaridad es nuestra única misión en el feminismo; querer liderar su lucha es arrancarles de las manos la voz que a impulso se la han ganado y que nosotros quisimos seguir silenciando, y que al exigir un lugar en el liderazgo femenino queremos seguir acallando. Nosotros, los varones, ya tenemos nuestros espacios, todos, desde allí seguimos condenando, regulando lo que debe y no debe decirse, hacerse, producirse. Así pues ni siquiera este escrito es necesario, pues alguna mujer lo explicaría mucho mejor, porque aquí también yo, así, las estoy callando.

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