Por Daniel Kersffeld

A esta altura nadie puede negar el éxito obtenido por Stranger Things. Gracias a su cuarta temporada, recientemente estrenada, se convirtió en la serie más consumida en inglés en la plataforma Netflix, lo que implica más de 1500 millones de horas vistas desde su estreno, alimentando el interés por ver (o volver a ver) las temporadas anteriores. 

Como todo producto de consumo masivo, Stranger Things ha creado sus propias derivaciones en el terreno popular, desde merchandising de todo tipo a una cultura e iconografía que se extiende por todo el mundo hasta volver reconocibles a sus personajes en sitios distantes del planeta.

Las aventuras del grupito de los ahora no tan niños que vencen demonios y toda clase de seres perversos y fantásticos remiten a películas clásicas del universo Spielberg como E.T. y Los Goonies. Y ese es uno de los puntos fuertes de la serie: atrapa a adolescentes y chicos que se identifican con los protagonistas y con la trama, pero también a adultos con nostalgia por las producciones ochenteras.

Geopolítica crítica

Pero el éxito de la serie también puede ser explicado desde la geopolítica crítica, una corriente todavía novedosa en el ámbito de las ciencias sociales que, entre otros aspectos, analiza la formación de un razonamiento geopolítico en ámbitos populares y en el pensamiento de la gente “común y corriente”.

Obviamente, con Stranger Things sucede lo mismo que con las películas de James Bond o con las de Rambo y Rocky: su impacto en la cultura popular resulta tan determinante que, en principio y “sin buscarlo”, ayuda a crear una identificación con los “buenos” y un inevitable rechazo con los “malos”. Se retoma así un discurso clásico y tradicional pero no por ellos menos efectivo a la hora de moldear conciencias y voluntades.

Stranger Things se sitúa en los años ’80, en el apogeo de la segunda Guerra Fría, con Ronald Reagan como un presidente dispuesto a todo con tal de derrotar a la Unión Soviética. La acción de la serie transcurre en Hawkins, un pueblo imaginario que, según los creadores de la serie, debía representar la “quintaesencia” de los Estados Unidos.

Pero Hawkins esconde una realidad que sólo muy pocos conocen: oculta laboratorios militares donde se experimenta con niños superdotados para potenciar sus habilidades con fines destructivos y, en el medio, también para abrir portales hacia otros (sub)mundos…

Así, el enemigo está “afuera” pero también “adentro”, representado en este caso por un dispositivo científico-militar aparentemente sin control de ningún tipo y, por supuesto, sin ningún sentido ético. Como cualquier buen republicano pensaría, un auténtico “deep state” capaz de dominar sobre la política sin siquiera estar enterados de su propia existencia.

Ovnis y extratrerrestres

Ahora bien, y como relato de ciencia ficción, Stranger Things remite al cine clásico de los años ’50, desarrollado en plena Guerra Fría cuando, de manera reiterativa, la aparición de amenazantes OVNIS y extraterrestres aludía metafóricamente al pánico causado por el ataque y posterior invasión de soldados rusos preparados para derrotar a los Estados Unidos y aniquilar su american way of life.

El aporte singular de nuestra época es que los monstruos ya no provienen ya de “arriba” y desde “afuera”, sino desde “abajo” y de un entorno muy “cercano”. Según el argumento de la serie, y sin saberlo, cohabitamos con todo “un mundo del revés”, siempre oscuro, inquietante, y poblado por demonios y monstruos, como un verdadero infierno del siglo XXI cuyos límites deben ser resguardos a toda costa.

La lucha entre los buenos y los malos (los rusos, pero también la corporación científico-militar estadounidense) podría resumirse entonces en el control de ese territorio y de los seres malignos que lo habitan. Y la apuesta máxima sería así la de poder utilizar ese submundo como arma en contra del enemigo. Aunque ello también suponga un riesgo para la propia vida: ya se sabe que además de malos, los enemigos (de “adentro” y de “afuera”) también suelen ser irracionales…

Reactualización

Más allá de la simpleza argumentativa (o quizás gracias a ella), el éxito de Stanger Things se centra en una pretendida “inocencia perdida” en medio de una pugna interna, agravada por la reactualización de la actual crisis entre Estados Unidos y Rusia, tal como se está viviendo en nuestros días.

En este sentido, y si los personajes y géneros remiten a dos momentos clave de la Guerra Fría, la efectividad del discurso político de la serie no sería la misma si su puesta en escena no coincidiera con un conflicto que, salvo por algunos destellos, estuvo larvado por muchos años.

Al fin y al cabo, las “cosas extrañas” aludidas en el título bien podrían significar la distensión y la necesaria pacificación en medio de un contexto bélico que a cada momento amenaza con desbordarse y traspasar límites y fronteras. 

Tomado de Pág. 12

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