Por Juan Montaño Escoba

t’s been a long long time coming, but I know
A change is gonna come, oh yes it Will[1].

Sam Cooke

Ahora son cuatro fantasmas planetarios. Josué, Ismael, Saúl y Steven. Breves espectros que asustan a quienes enhebraron mentiras hasta agotar el carrete hasta que la verdad sólida les pisó la lengua. ¿Cómo será el pisotón de la verdad con toneladas de voces? Verdades finas y verdades gruesas, verdades implacables  acusan al Gobierno de Roy Christ de complicidad, al menos intelectual. O por desestimación racial y clasista. Cierto y bastante, hay malhechores de culpabilidad directa y malhechores de culpabilidad torcida. La verdad de allá abajo, del barrio Las Malvinas, será suficiente para que de sus arquitecturas embusteras apenas queden las ruinas verbales para unos amargos relatos. O la ironía evidente, al planeta boquiabierto, de unas autoridades torpes que hablan demasiado pero dicen nada. O al menos algún valor próximo a la verdad. Es muy posible que los cuatro fantasmas no preocupen a la camada mentirosa y crea que al destilar su culpabilidad se intoxica de inocencia.

Cuatro fantasmitas que no asustan a encorbatados y uniformados, pero acusan con sus presencias supuestas en los rincones de sus memorias que no en sus conciencias, porque carecen de aquello. La inmoralidad es algo más cómodo para los desaparecedores. Referencia a los dieciséis verdugos, sus jefes cómplices, el ministro de la anti defensa y la cuerda de cómplices mentirosos por odio vengativo a Rafael Correa (hasta ese allá alcanza cierta estupidez). Millones en anónima solidaridad creeremos escuchar sus voces, sin injurias a sus desaparecedores, porque estaban más acostumbrados al saludar a las amistades del balón, a discutir sobre quimbas y combas futboleras, a rapear versos de insatisfacciones sin destino, gritar los goles aunque fueran de chiripa y a las despedidas de sus madres y padres desde el borde de la calle, a distancia exacta para el alcance del “¡pórtate bien!” Ahora esas voces son fantasmales de cuatro desaparecidos que dan razones a millones para banderear reclamos de justicia o elevar el puño como siempre se ha hecho por diferentes causas de justas rebeldías.

Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi uno de esos días, parecidos a los nuestros de este diciembre, escribieron esa verdad percibida mas no entendida en su totalidad histórica: Black Lives Matter. Las vidas negras importan. ¿Cuánto importan? ¿Por qué importan? ¿A quiénes no importan? Esta última no necesita de hermenéutica cimarrona, sino de una voz del mismo grosor que la de Segundo Nazareno (+) para cantar arrullos combativos. (O alabaos si se confirma la tragedia). Las vidas de Josué, Ismael, Saúl y Steven no le importan al ministro de pelada conciencia, a los jefes militares que presumen del blindaje de sus uniformes y a esos dieciséis de la desaparición. Y por ahí también al periodismo intercesor racista, odiador o ingenuo. ¿Quiénes desaparecieron a cuatro vidas negras demasiadas importantes para millones de personas? ¿Quiénes, maldita sea, quiénes?

Las tribus gubernamentales y servidumbre comunicacional inventan relatos insostenibles, explicaciones sin credibilidad y hasta personajes no sospechosos porque son más que aquello. Las mentiras chorrean con las palabras, las dudas y hasta las pausas son dudosas. Quizás es el último residuo de conciencia. (¿De qué?) O son los cuatro fantasmas que no desaparecen ni con el día ni con la noche. Por ahora es un perpetuo 8 de diciembre de 2024. Hay memoria inmortal. Vivísima en la diversidad humana que siente muy propia esa desaparición. Y son los cuatro fantasmas desobedientes de la raza subestimada hasta la necropolítica. Y son Josué, Ismael, Saúl y Steven aprendices de cimarrones en las sombras del laberinto sin salida de militares y autoridades del Estado ecuatoriano. Cuatro fantasmas de barrio adentro. De barrio malo, dicho habitual de cierta prensa. De allá, del diario batallar y de las calladas heroicidades, de Las Malvinas, ciudad de Guayaquil. Emigrantes de Esmeraldas a esa ciudad buscando un respiro, como decían nuestras Ancestras. “Dame un respiro”. Ese respiro lo desaparecieron dieciséis héroes al revés absoluto y convirtieron a cuatro niños en fantasmas. Cuatro pequeñas vidas negras sin ningún indicador existencial creíble.

Esos cuatro fantasmitas no nos atormentan, al menos no a nosotros, pero si nos causan esa angustia cimarrona antigua y nueva a la vez, antirracista y solidaria, una fe imbatible que a Change Is Gonna Come. Un cambio vendrá. Axê


[1] Ha tardado mucho tiempo en llegar/ pero yo sé que se acerca un cambio, que las cosas, sin duda, van a cambiar. A change is gonna come, canción de Sam Cooke (1931-1964).

Por RK