Por Santiago Rivadeneira Aguirre
Si la política pudiera entenderse y pensarse en sus particularidades y propósitos a partir de las sensaciones, tal vez un ejercicio de comprensión y ampliación de la democracia pudiera involucrar también a la intuición y al sentido común. La política, como esa forma de acción necesaria para la construcción de consensos mínimos, estaría más cerca de la realidad. Caben, entonces, algunas reflexiones adicionales: ¿para qué sirven las sensaciones?, ¿son capaces de informarnos sobre la realidad?, ¿esclarecen las relaciones?, ¿permiten el surgimiento de las ideas?
La pregunta pertinente sería: por qué un sector de los ciudadanos comunes, vuelve a ‘creer’ en el ‘orden’ que propone el sistema, como parte del desbarajuste en el que hemos vivido, por ejemplo, estos últimos cuatro años del morenato y que seguramente se perfeccionará -en el peor de los sentidos- en la próxima administración de Lasso y Nebot que comienza el 24 de mayo. Las declaraciones del presidente electo dan la impresión de que las medidas neoliberales que va a imponer el régimen para reducir el tamaño del Estado, serán extremas y agresivas. ¿Las malas sensaciones llevaron a gran parte del electorado a la desubicación política e ideológica para terminar aceptando las ofertas del banquero, sin beneficio de inventario? ¿Si las sensaciones no sirven para nada, que no sea para confundir o desmoralizar, entonces habría la obligación de sacarles de cualquier evento o hecho cotidiano para evitar las distorsiones y las angustias?
La derecha y su expresión armada, el neoliberalismo, muestran un visaje de muerte y exterminio, (la sonrisa petrificada y mal oliente de Lasso, es de antología) porque han sido capaces de intervenir, a través de los medios mercantiles, las mentiras, los infundios y las redes sociales en las sensaciones y en las percepciones de los ciudadanos. Intervenida la subjetividad, lo demás es ‘tillos’. Esa derecha de alientos facciosos, que celebra la invasión y el bombardeo de Angostura (1 de marzo de 2008) por parte de Colombia, que -según Lasso, el presidente electo- ‘actuó en defensa de su seguridad’, produjo el aplauso consabido de los ‘lacayos imbéciles’ plenamente acomodados para estar cerca o dentro del próximo gobierno.
Hay que mirar con marcado asco el abrazo del presidente electo con su homólogo de Colombia y con igual repugnancia las fingidoras formulaciones y los supuestos buenos deseos de ciertos líderes de la derecha latinoamericana, acompañados de la frase gastada de ‘que a su gobierno le vaya bien, porque de su gestión depende la suerte del Ecuador’. Repudio provoca también la presuntuosa fatuidad -o la impotencia ideológica- de quienes hablan de la derrota del progresismo y del correismo, para suponer que la crisis de la izquierda es un mal que no tiene cura. Pero asimismo están los que hablan desde la pureza ideológica, que es parte del misticismo con el cual dramatizan y desestiman la esencia y las luchas históricas de los movimientos sociales.
Y más allá estuvieron los preceptores serviles o los indiferentes, (el repugnante silencio de los altaneros) que desde esa izquierda adulterada, ignoraron de manera deliberada las declaraciones del presidente electo en Colombia, para sumarse, sumisos y obedientes, a la aprobación de la inconstitucional ‘Ley de defensa de la dolarización’ que busca entregar el Banco Central y el control del sistema financiero a la banca privada.
¿Se van a hacer cargo a futuro de semejante desatino? ¿O, como lo hizo una de las asambleístas reelectas de la Izquierda Democrática (la otra derecha), que defiende el espacio privado de sus decisiones políticas, solo para calcular los nuevos virajes, propios y de su partido? ¿Negociar con los principios, como lo acaban de hacer algunos militantes de Pachakutik en la Asamblea Nacional, para votar otra vez al lado de la derecha, incapaces de salirse por un momento del tracto histórico que les toca vivir, porque para ellos la realidad no tiene matices? Y eso tiene un solo nombre: hipocresía.
Apenas se conoció la aprobación de la Ley de defensa de la dolarización, acto seguido, se hizo el anuncio de la ‘quiebra inminente del Instituto de Seguridad Social’, IESS, celebrado ampliamente en todos los medios de comunicación mercantiles. El responsable de acomodar las cifras y lanzar los malos augurios sobre la suerte de la institución no podía ser otro que el vergonzoso Augusto de la Torre, parte del Consejo Económico Asesor del gobierno de Moreno, ex jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, ex Gobernador del Banco Central del Ecuador (1993-1996) y economista ortodoxo del Fondo Monetario Internacional (1986-1992). Es decir, se nos anticipa la próxima privatización de la seguridad social, el fin de la solidaridad compartida, tal como constaba en el programa de gobierno del banquero Lasso que, sin embargo, lo encubrió a propósito durante su campaña electoral.
Diré algo concreto: el progresismo tiene ahora la obligación histórica y moral de ‘negarse a sí mismo’ para no desaparecer. Es el único modo revolucionario para despojarse de aquellas cosas que pudieron afectarlo por la simple inercia de los hechos. Las causalidades son importantes cuando después se vuelven acontecimientos. Lo del 11 de abril de 2021 tiene que convertirse en un suceso, más por sus contenidos políticos e ideológicos que por los efectos en sí mismos.
Y, negarse a sí mismo, es una forma de esclarecimiento para profundizar en los procesos. Tener conciencia a través de la autocrítica, es otra manera de negarse a sí mismo, como coartada para construir nuevas estrategias políticas y programáticas, para avanzar sin lamentarse todo el tiempo por la derrota electoral, tal como lo dijo Andrés Arauz. Lo del 11 de abril fue un avance que obligó a gran parte del electorado a entrar en un momento de definiciones. La sensación, es decir, esa forma de esclarecimiento que anticipa los hechos por venir, y que puede ir más allá de la razón –que tampoco se la niega- es que hay que considerar las nuevas experiencias acumuladas. No hay, no puede haber lecciones concluyentes mientras el progresismo sea capaz de entender lo sucedido, más allá de las falsas excusas genéricas.
Tengo la ‘sensación’ de que a este último proceso político/electoral vivido le faltó más emoción. (Las emociones van unidas a las creencias, dice Sartre. Por eso las emociones tienen que ser padecidas). Y no se trata de hacer una ‘descripción fenomenológica de las emociones’, sino de crear conciencia sobre las contradicciones que las emociones pudieran descubrir en el entramado de la vida diaria y de los acontecimientos.
Aterroriza y conmueve el futuro de este país. La incertidumbre y las sensaciones producen los ‘escalofríos políticos’ que ahora mismo está viviendo el país, cuando los anuncios del presidente electo nos acercan cada vez más a la realidad que se avecina. Escalofríos que nos dan cuenta, además, de ese modo de ser de una nación todavía injusta, represiva -o de un porcentaje de ella- que nunca ha dejado de mirarse el ombligo. Una nación y un país descompuestos después de 4 años de desgobierno y de corrupción generalizada. Porque solo bastaría dirigir las miradas al entorno directo del presidente Moreno, (la mesa chica) invadido por actos de corrupción sobre los cuales la justicia y la fiscalía poco o nada han dicho. Tampoco lo dirán, al menos en el corto tiempo, porque el pacto es proteger al ‘peor presidente de la historia’ hasta cuando se pueda.