“No creen que la clase trabajadora pueda votar por sus propios intereses”, decía Steve Bannon en Francia, invitado al decimosexto congreso del partido liderado por Marine Le Pen. Los intereses de la clase obrera eran, según Bannon, los que representaban Le Pen, Donald Trump, Matteo Salvini, VOX. Quienes no lo creían eran el establishment, las élites y sus grandes medios de comunicación.
Bannon, en ese mismo discurso, se oponía a los gobiernos, las clases políticas, los bancos centrales, las corporaciones mediáticas; definía las categorías de izquierda y derecha como “inventos del establishment para impedirles llegar al poder”, y los señalamientos de racistas y xenófobos como acusaciones por ser, en realidad, nacionalistas y defender la libertad.
El auditorio, con Le Pen en primera fila, aplaudió al estadounidense que decía venir a aprender de la larga historia del partido francés, antes Front National y ahora Rassemblement National. Era el año 2018, Bannon estaba en proceso de intentar unificar las fuerzas que en Europa se denominan extrema derecha, para construir un “movimiento en todo el mundo”.
El partido de Marine Le Pen, hija del fundador Jean Marie Le Pen, a quien expulsó de sus propias filas, tenía elementos centrales propios al discurso de Bannon, como, efectivamente, un arraigo en una clase trabajadora periférica dentro del país –por ejemplo, en el norte anteriormente minero y fabril donde tenía fuerza el Partido Comunista Francés–, desempleada por la deslocalización de empresas, y abandonada en gran parte políticamente.
El Rassemblement National es una de las formaciones más antiguas de esta nueva derecha que se expande por varios países de Europa. Lo hace sobre una base social históricamente conservadora, una clase trabajadora golpeada por el neoliberalismo –aplicado gradualmente en Francia desde los ochenta– y una serie de miedos históricos y aggiornados como la inmigración, el desempleo, ideas que conectan con organizaciones abiertamente xenófobas como los “identitarios”, y conceptos como “la gran sustitución” de Renaud Camus.
El conjunto de fantasmas y enemigos de estas fuerzas europeas es amplio y revuelto: la actual Unión Europea y la pérdida de soberanía nacional, el globalismo, el feminismo, las élites, la inmigración, el islam, el marxismo cultural, la disolución identitaria y civilizatoria –como narra, por ejemplo, la novela “sumisión” de Michel Houellebecq.
El crecimiento ocurre en épocas de crisis económica y un bipartidismo que llegó a borrar las diferencias sustanciales entre centroderecha y centroizquierda, hasta llegar al concepto de extremo centro. Se trata de un discurso nacionalista, conservador, excluyente, de lenguaje y base social popular, con agitación de divisiones, miedos y odios, y la presentación –falsa– de sí mismos como antiélites y establishment.
¿Cómo puede expresarse esta corriente en América Latina? Tal vez el punto de mayor contacto sea las formas de operación mediática. La campaña de Jair Bolsonaro, en Brasil, asesorada en parte por Steve Bannon, fue una demostración del uso de las redes sociales, el big data –que luego Bannon acusa de forma de dominación de las élites sobre las poblaciones– para segmentar mensajes vía whattsap.
El sello Bannon incluye operaciones sucias mediáticas, confrontación política directa, con la ruptura de consensos sobre los límites discursivos –lo políticamente correcto–, las formas de adversar, el incentivo a la emergencia de las ideas más conservadoras –homofobia, racismo, machismo etc.– la puesta por delante de lo que algunos sectores piensan, pero no expresan públicamente.
Es, en ese punto, donde existen los mayores vasos comunicantes entre los métodos de acción política de una parte de las derechas latinoamericanas y las expresiones de esa derecha europea. Es ahí donde las movilizaciones anticuarentena repetidas en Madrid, San Pablo o Buenos Aires parecen sacadas de una misma fórmula con un listado idéntico de conceptos que señalan como enemigos a George Soros, el nuevo orden mundial, el globalismo, y sostienen que la covid-19 es un invento.
Los demás elementos son, sin embargo –por ahora– difícilmente traducibles a las derechas latinoamericanas, neoliberales y alineadas a Washington. Bolsonaro realizó movilizaciones con las banderas de Estados Unidos e Israel, puso a Paulo Guedes, de la Escuela de Chicago, como ministro de Economía desde la hora cero y avanza ahora en privatizar el agua.
En cuanto a su base social convencida y movilizada –diferente al resultado circunstancial de una elección– es centralmente, como en todas las derechas latinoamericanas, de clases medias altas, como se vio en las movilizaciones en defensa de Bolsonaro y contra la cuarentena. Su pie en los sectores populares se dio a través de iglesias evangélicas, punto a ser observado con detenimiento. ¿Cómo traspasar el proyecto nacionalista conservador con arraigo popular a las claves latinoamericanas? ¿Qué actores y hasta dónde pueden encarnar un proyecto de esas características?
La respuesta no parece estar en las fórmulas que recientemente han pasado por las presidencias o están al frente, aunque en la Cumbre Conservadora de las Américas, realizada en diciembre del 2018, estuvo Álvaro Uribe, quien logró arraigo en los sectores populares. Las derechas latinoamericanas realizan actualmente golpes de Estado, como en Bolivia, proscripciones, como en Ecuador, gobiernos paralelos, como en Venezuela, militarizaciones, como en Chile, pero no construyen su núcleo movilizado en las clases populares, con narrativas nacionalistas excluyentes, discursos industrializadores y de libre mercado.
Tal vez Steve Bannon sea centralmente un empresario de fórmulas de política sucia –no sería el único– antes que un ideólogo de un proyecto contra el globalismo y al papa Francisco. O tal vez simplemente busque representar a otras élites afanosas de desplazar a las actuales. En todo caso resulta preocupante tanto la expansión de esas derechas europeas, como las derechas latinoamericanas actuales que avanzan en romper límites democráticos, en un contexto de recesión mundial que abre puertas a disrupciones políticas.
Tomado de Página 12