Por Juan Fernando Terán
Todo el mundo quiere opinar de lo que sucedió en las elecciones brasileras. Yo también. Pero antes de hacerlo, permítame dibujarle con palabras imágenes de poder.
En el mundo de los video-memes, donde cada segundo cuenta, una mujer aparece con dos melones grandes enfrente de sus senos. Mientras agarra los frutos con sus manos bien llenas, manos que simulan y estimulan el deseo, ella susurra una frase, guiña provocativamente y desata lo que quería lograr.
Imposible olvidarla. Su fealdad o belleza no importan. Ella creó una metáfora visual muy poderosa mientras aprovechaba su apellido, demostraba confianza en sí misma y pisoteaba las normas de comportamiento pequeño burgués. Eso hizo, unas pocas horas antes de las elecciones italianas, Georgia Meloni, la líder de la organización “pos-fascista” Hermanos de Italia.
La candidata de los melones invita a la sorpresa, la risa, el rechazo o la indignación. Pero, sea cual fuere el color de la viga ideológica en los ojos del espectador, una cosa es segura: ella produce “recordación inmediata”, un producto por el cual muchos candidatos estarían dispuestos a empeñar hasta el auto.
“Ven y tómalo todo. Mañana todo está en tus manos.” En esencia, ese es el mensaje que trasmite Georgia, dejando en el espectador inquietudes sobre qué hay detrás de los objetos y sus palabras. Tentado por ese deseo cognitivo, busqué más información sobre su retórica y vida.
Meloni es un animal político desde la adolescencia. Por eso, supongo, ella utiliza el término “pos-fascista” para referirse a un partido que puede ser todo menos la superación del fascismo. Pero, para sus fines, el término suena mejor y más higiénico que decir “neo-fascista.” Dado que describir su pensamiento implicaría muchas paginas, traeré a colación una frase que más o menos decía esto: “Nos han negado todo y ahora pretenden hasta quitarnos nuestra identidad”.
Así decía la candidata Meloni burlándose de “los”, “las” y “les” intelectuales que promueven la corrección lingüística, la liberalización económica, la meritocracia, la ampliación de los derechos de género, la diversidad de familias, la migración de extranjeros u otros asuntos similares a los cuales “la gente sencilla” mira con apatía y temor.
Gracias al “toque femenino”, sin embargo, su retórica política interpela a todos y todas superando las burdas patanerías de Silvio Berlusconi o Matteo Salvini. Y ella lo sabe.
Cuando uno no tiene nada, uno solo se tiene a sí mismo. Y tenerse a uno mismo, por más desagradable que sea ese sí mismo, es lo que uno tiene.
No se deje marear por las palabras. Adéntrese en el espíritu del votante. Imagínese a un estadounidense, italiano, francés, argentino, ecuatoriano o boliviano que se cree mejor que los demás seres humanos basándose en cualquier creencia o mito que su familia, la iglesia o la patria le contó cuando era niño o niña. Imagínese que ese votante no logra realizar los deseos fomentados por esas fantasías. ¿Qué le queda? Pues solo le queda su “identidad”, es decir, “creerse algo.”
Y esto no se aplica solo a las clases medias empobrecidas que se imaginan blancas como la nieve. También, y con mucha más fuerza, la fantasía opera en quienes auténticamente no tienen nada… “los de abajo”.
En la década en la cual Lula da Silva gobernó, la película “Tropa de Elite” fue un suceso cultural en Brasil. Su pegajosa canción y sus personajes fueron apreciados como “muito legais” (léase bacanes) incluso entre quienes viven la brutalidad policial retratada en el filme… Tanto fue así que “el Capitão Morrimento”, el abusador de negros, pobres y otros “vagabundos”, se convirtió en personaje de caricatura y camisetas.
¿Por qué ese culto al machote malo y castigador? Con o sin melones, los políticos de la derecha se muestran intransigentes en la defensa de “lo que somos tal y como somos”. Ellos defienden aquello que tienen (y entienden) quienes no pueden convertirse en “las personas” que las elites progresistas e ilustradas quisieran que fuesen.
Sus condiciones extenuantes de trabajo, cuando tienen la fortuna de tener un empleo, no les permiten a los pobres cultivar gustos estéticos para disfrutar de los significados subversivos y liberadores de “La Ceguera” de José Saramago o la canción “Apesar de Você” de Chico Buarque.
Por eso, el Capitán Bolsonaro, quien llevó la muerte a la trama real de los brasileros, ganó en Rio de Janeiro, un territorio que lleva décadas bajo control de políticos, curas, y milicias que hablan con el acento y las palabras de quienes “son lo que son” y punto. Allí, la Amazonía no importa y está muy lejos. Allí el aborto se practica a escondidas en la esquina. Allí lo gay es peligroso y asusta.
Una vez efectuada la comparación, entonces, la moraleja es… ¿dejamos de hablar sobre los asuntos políticamente delicados para fines de la captación masiva de votos? No vale la pena.
En Italia, Francia, Brasil o Ecuador, la izquierda no debe renunciar a ser izquierda, es decir, a luchar por todos aquellos derechos que las elites solo quieren acaparar para sí mismas. No debemos excluir de nuestra agenda política a todo aquello que les “espanta” a quienes sucumben ante la retórica fascista.
El camino, obviamente, no será fácil. Pero ya estamos a mitad del recorrido. América Latina y el planeta esperan el triunfo de Lula el 30 de octubre. Y así será porque los miedos y las ansiedades se apaciguan con trabajo de base.
Y así será porque Brasil tiene algo que nosotros no tenemos… Un partido y militantes.