Por Daniel Kersffeld
La propuesta de mediación en la crisis de Ucrania presentada recientemente por el gobierno de Brasil resultó suficiente para causar un revuelo a nivel internacional como no se había producido desde el inicio del conflicto en febrero del año pasado.
No es la primera vez que Lula y el gobierno brasileño intentar mediar en un conflicto internacional. En 2010, en su segundo mandato presidencial, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) manifestó su interés por participar en conversaciones de paz entre Israel y Palestina.
Sin embargo, las ambiciones brasileñas de aquel entonces chocaron con la realidad de una disputa que no aceptaba intervenciones externas por fuera de Estados Unidos y de las potencias europeas, que percibieron con suspicacia la disposición del país sudamericano a participar de deliberaciones únicamente reservadas para los “grandes jugadores”.
Hoy la situación es claramente distinta ya que el conflicto en Ucrania tiene consecuencias y correlatos en prácticamente todo el planeta. La voz del gobierno de Brasil sería, en este sentido, legítima y autorizada, y no sólo por formar parte del estratégico bloque de los BRICS y del G20.
En este sentido, la crisis también ha afectado a Brasil, uno de los mayores productores de alimentos del mundo, que depende de Rusia para obtener la cuarta parte de los fertilizantes que requiere en un contexto financiero y logístico cada vez más complejo.
En las últimas semanas y en medio de su gira internacional por China y Emiratos Árabes Unidos (EAU), Lula da Silva presentó los aspectos básicos de un proyecto que podría ser fundamental para avanzar en un progresivo diálogo entre los principales gobiernos implicados en el conflicto y que, desde la neutralidad, plantea que “así como Rusia no podría retener todo el territorio ucraniano ocupado desde el año pasado, tampoco Ucrania podría poseer todo lo que actualmente ambiciona”.
En suma, la garantía de paz presentada debería sustentarse en dos puntos fundamentales: la cesión definitiva de la península de Crimea, anexada por Rusia desde 2014 aunque el gobierno de Kiev la reclama como propia, y el rechazo a que la OTAN se extienda a la frontera con Rusia, impugnando así el interés de Ucrania por integrarse a la Alianza Atlántica.
Para fortalecer la propuesta, se decidió sumar a los gobiernos de China y EAU, que actualmente mantienen una estratégica vinculación con Rusia en medio del aislamiento al que resulta sometida por las sanciones internacionales impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea.
En efecto, China es una de las potencias que respalda económicamente a Rusia y que, debido a sus posicionamientos en los foros internacionales, ha devenido un factor de creciente peso para encausar el diálogo político con Moscú y, quizás, también para iniciar conversaciones de paz.
En tanto que desde 2008, EAU está entre los tres principales socios de Brasil en Oriente Medio y, en 2022, fue el principal destino de las exportaciones brasileñas entre los países árabes. Por otro lado, adoptó una posición neutral debido a sus buenas relaciones con Washington y con Moscú, además de que en Dubái acogió a un buen número de empresarios rusos contrarios a las sanciones.
Más allá de que el eje de la propuesta esté centrado en la situación de Ucrania, a la que no victimiza sino que la coloca en el mismo plano de país beligerante como Rusia, las mayores críticas del líder del PT se dirigen hacia los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea, a los que directamente acusó de estar incentivando la disputa internacional.
En este sentido, la propuesta de Lula, pero todavía más sus críticas, tuvieron un impacto claro: ningún gobierno pudo permanecer indiferente, y fueron varios los que contestaron al mandatario brasileño, y con argumentos de distinto tipo.
Así, y en tanto que desde Kiev se invitó a Lula a conocer in situ las consecuencias del ataque ruso en suelo ucraniano, desde la Unión Europea se le hizo saber su disconformidad frente a la idea de que las potencias occidentales habían contribuido al estallido del conflicto, al que luego continuaron avivando mediante una incesante transferencia de armas y de recursos militares.
Pero, la respuesta más agresiva y alejada de un conveniente código diplomático provino desde la Casa Blanca. El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, no sólo rechazó la propuesta para iniciar el diálogo, sino que además acusó a Brasil de “repetir como un loro” lo que desde el gobierno de Biden se considera como “propaganda rusa y china”. Una réplica por demás ofensiva frente a una necesaria propuesta de pacificación en la zona más caliente del planeta.
Prácticamente sin ningún apoyo desde las principales potencias de Occidente, el gobierno de Lula está interesado en conformar un grupo de países que no fomentan la guerra y que, además, podrían convencer a las naciones que suministran armas a Ucrania que dejen de hacerlo. Si bien todavía no existe claridad sobre qué países y qué gobiernos integrarían este colectivo, habría algunas referencias que podrían ayudar a dilucidar este interrogante.
Según declaraciones de Celso Amorin, principal asesor en política exterior del mandatario brasileño, el conjunto de países por la paz en Ucrania debería incluir, al menos, a India, Sudáfrica e Indonesia, lo que le daría a este bloque un perfil similar al de los BRICS.
Sin embargo, y según el propio Lula da Silva, la invitación estaría principalmente dirigida a la conformación de una especie de G20 de países por la paz, con un protagonismo reservado para las naciones latinoamericanas con predisposición a encarar un diálogo productivo con Rusia y con Ucrania, pero también con los Estados Unidos y con la Unión Europea.
Seguramente, el rechazo del gobierno de Brasil, junto con los de Colombia, Argentina y Chile, al envío de armas a Ucrania, tal como fue solicitado por la OTAN en febrero pasado, constituye el mejor antecedente y la mejor comprobación de la viabilidad de una propuesta de este tenor.
Más allá de los resultados concretos de una iniciativa de estas características, resulta importante la puesta en marcha de un proyecto que, para tener éxito, requerirá del apoyo de un número creciente de gobiernos comprometidos con la paz y en rechazo a un conflicto que, a cada momento, amenaza con desbordarse a partir del envío, sin control, de armas y de recursos financieros a Ucrania.
Aun sin resultados concretos en un corto plazo, la propuesta de Lula merece ser analizada y debatida, más aun en un contexto tan oscuro como éste y frente a la carencia casi total de líderes globales capaces de influenciar, alertar y llamar al consenso entre las partes.
De ahí que la contribución de Brasil, y de las naciones que se sumen a esta iniciativa, resultará fundamental para la progresiva construcción de un orden multipolar, con un mayor equilibrio de poder entre los principales actores internacionales y, en consecuencia, con un menor riesgo de creación de conflictos de esta naturaleza.
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