Juan Paz y Miño
La conmemoración del bicentenario del nacimiento de Karl Marx (1818-1883) ha servido de oportunidad para que circulen una enorme variedad de libros y artículos sobre su vida y especialmente su teoría. Hay un Marx para adeptos y para detractores, para izquierdas y para derechas. También un Marx para los “marxistas” de múltiples tendencias, porque si algo ha caracterizado a las izquierdas adeptas a la teoría de aquel genial científico es la división partidista, en la cual el sectarismo y el dogmatismo conducen a creer que la verdad y la autenticidad del marxismo está en unos, pero no en otros.
De modo que, cualquiera sea la discusión teórica, izquierdista o partidista, me interesa destacar el hecho fundamental de que la teoría de Marx es, ante todo, un método para el estudio y análisis de la realidad.
En su célebre Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx sintetiza la historia de su propia teoría. Dice que después de su bachillerato en Tréveris, estudió Jurisprudencia en Bonn y luego en Berlín, aunque prefirió dedicarse por sí mismo a la historia y a la filosofía. Después de doctorarse, pasó a ser redactor jefe en la Rheinische Zeitung (Gaceta del Rin), donde se vio, por primera vez, en el difícil trance de opinar sobre la situación económica de un sector campesino. Entonces se dedicó a ese estudio y llegó a una primera conclusión: “la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía Política”.
Para 1845, Marx ya había llegado a un “resultado general” que le sirvió, en adelante, de “hilo conductor” para sus investigaciones; y en el Prólogo lo resume de una manera genial, destacando como eje de su concepción: “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”, tesis central que Marx enriquece señalando cómo la “base” económica puede modificar las “superestructuras”, la forma en que se generan las contradicciones sociales, las épocas de revolución social, y el ejemplo de algunos otros modos de producción en la historia.
Con esa “guía”, con ese “hilo conductor”, es decir, con ese método de estudio, Marx se dedicó a investigar múltiples procesos, aunque durante el resto de su vida privilegió el estudio del capitalismo. Para 1867 contaba con los primeros materiales, publicados en un libro: el primer tomo de El Capital, en el que descubrió la “ley que preside al régimen capitalista”, esto es, la plusvalía.
Aunque Marx hizo un descubrimiento científico que permitió comprender las raíces y el funcionamiento del capitalismo como una forma histórica de explotación humana, también señaló siempre que una serie de puntualizaciones, estudios y análisis se referían a Europa y no a otros lugares del mundo. Como poseía una mente crítica, al continuar sus investigaciones sobre el capitalismo, advirtió -y esto prácticamente al final de su vida- que ese sistema tenía otras vías posibles, como ocurría en Rusia, cuya sociedad empezó a estudiar para comprenderla.
En toda la voluminosa obra de Marx se encontrará un apego constante a la historia. Ella era la fuente de sus conceptos. En ella se basó el “resultado general” al que llegó en 1845. Pero la historia entendida no como simples datos de un pasado que no volverá, sino como la raíz de procesos que explican la situación en la que se halla el presente histórico.
Comprendiendo, entonces, que el marxismo tiene como base un método de investigación y estudio, lo que debería igualmente comprenderse es que de nada vale repetir lo dicho por Marx, sino que es necesario tomar la realidad, investigarla y obtener a partir de ella las conclusiones debidas, tanto para adquirir conciencia segura de esa realidad, como para fundamentar cualquier lucha política y determinar incluso las viabilidades de sus objetivos.
Pero ese Marx científico es el que menos suele contar. No tiene sentido repetir que hay “lucha de clases”, que el capitalismo es un sistema “explotador” o que el “socialismo” es el futuro de la humanidad. Marx no dejó recetas para saber cómo construir la nueva sociedad, y tampoco señaló cómo debía organizarse esa nueva sociedad, exceptuando unas líneas abstractas sobre la necesaria socialización de las relaciones de producción, sobre la base de la socialización de las fuerzas productivas.
Así es que ser marxista hoy es, ante todo, como diría el propio Marx de la década de 1870, ponerse a estudiar las realidades, aprender de los hechos de la historia, dedicar un amplio tiempo a buscar fundamentos para la acción. Como en algún momento señaló Engels, su compañero, K. Marx sostenía que a los obreros no se podía dar menos que lo mejor de lo mejor.
Y esa guía del marxismo es aún más urgente en Nuestra América Latina, donde las izquierdas tradicionales ya no tienen la capacidad para ofrecer nuevas alternativas de comprensión y acción sobre las realidades del presente, un asunto que corresponde asumir a las nuevas izquierdas, si es que todas quieren realmente transformar la sociedad.