Hay un célebre pasaje de su vasta obra, en el que Karl Marx hace un elogio del crimen:
‘El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponemos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una “mercancía”. […] El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas.’*
A mí una analogía con Quito me parece obvia. Analicemos la relación de Quito como una ‘rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponermos a muchos prejuicios’, como dice Marx. Por una tara de su nacimiento, cual es su ubicación, Quito produce bienes y servicios casi exclusivamente para su consumo y el de sus pintorescos alrededores. No es y nunca ha sido un motor de la economía nacional. No ejerce una influencia nacional, pues las otras ciudades importantes del país, Guayaquil y Cuenca, tienen su propia lógica, su propia prensa y su propia televisora. Sus élites no tienen liderazgo ni tan siquiera local, como lo admiten los propios analistas quiteños (v. ‘Quito sin liderazgo’). Entonces, ¿qué hace como capital?
Pues cobrar la renta de ser un centro administrativo. Quito, como ‘rama de producción’ produce burócratas, y los burócratas, la lentitud (el atributo más acusado del quiteño: se nota hasta cuando caminan, v. ‘A Quito en sus fiestas’). La lentitud en los trámites es lo que relaciona a Quito con ‘el conjunto de la sociedad’, y esas demoras se resuelven de dos maneras: o pagando (i.e., corrupción), o soportando lo que tome la demora. De cualquier manera, Quito gana.
Quito gana en ‘pagando’ porque entra dinero a circular en su mercado (esos edificios tan bonitos de su zona Norte no se pagan solos, muchachos), y Quito gana, y mucho, causando que los que acuden a ella por ser un centro administrativo, sufran demoras, porque de esa manera gana el hotel, la hostería o la chingana adonde llegue el forastero; gana la seño que vende el almuerzo, la tienda de víveres y las licoreras; gana el taxista y el busetero, la damita y el caballero, el dueño del chongo y las respetables señoras putas; gana el abogado y gana el delincuente, pues como decía mi lejano pariente Juan Bautista Aguirre, ‘’A cualquier forastero / con extraña cortesía / sea de noche, sea de día / le quitan luego el sombrero; / y si él no trata ligero / de tomar otra derrota / le quitan también sin nota / estos corteses ladrones / la camisa y los calzones / hasta dejarlo en pelota’ (‘Breve diseño de las ciudades de Guayaquil y Quito’)
Y una vez que hemos llegado hasta el delincuente, empatamos con lo dicho por la barba Marx y se produce en el disfuncional Ecuador el derecho penal y los libros de Zavala Baquerizo, la administración de justicia penal y la Fiscal Salazar. Por cagarla verde, hasta se la produce a la María Paula Romo.
Así, Quito produce burócratas: su fuente de riqueza es la desgracia del resto del país. Sobre esta base no hay desarrollo posible para el Ecuador.
Y lo supo ver bien Guadalupe Mantilla de Aquaviva, la dueña de diario El Comercio (el diario que se lee en Quito y sus pintorescos alrededores), a quien se le atribuye la certera frase: ‘Quito, sin burocracia, se parecería a Machachi’ (v. ‘Guadalupe Mantilla (Naipe Centralista)). Porque es evidente que, si se seca su ‘rama de producción’, Quito sería como una Machachi, un pintoresco pueblo triste que ofrece allullas al paseante, o algo así.
Cuánto se puede aprender a partir de una frase de la barba***.
* ‘Elogio del crimen’. Este texto se escribió entre 1860 y 1862 y se editó póstumamente, a modo de apéndice en ‘Teorías de las plusvalías’, bajo el título ‘Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones’
** Aclaración importante: soy marxista, pero de la tendencia grouchiana.
*** Karl Marx y James Harden, juntos en un mismo mote.
Tomado del blog de Xavier Flores