Miguel Ruiz Acosta
Tengo 63 años. Soy militar en reserva y político, lo que, bien visto, es una forma de hacer la guerra por otros medios. Empecé mi carrera en este último oficio a los 33 años, cuando me eligieron concejal de mi hermosa ciudad natal, muy carnavalera ella. La política es un oficio ingrato: me he visto obligado a cambiar ocho veces de partido; la última vez que lo hice fue a inicios de este año. No es que me gusten los camisetazos… a veces toca mudar si uno quiere seguir adelante y… bueno, yo… ¿cómo les digo? La verdad es que quiero ser presidente. Sí, presidente; déjenme les explico.
Vivo en un país grande y hermoso. Pero, últimamente, en mi tierra pasan algunas cosas que no terminan de gustarme: lo que más me molesta son sus últimos gobiernos ¡Son unos incompetentes, corruptos, populistas! Hace un par de años, cuando era diputado federal (lo he sido por siete ocasiones) otros políticos patriotas y su servidor tuvimos que echar de su puesto a una exguerrillera que dizque fungía de presidenta. Háganme el favor, ¡una exguerrillera presidenta!
No vayan ustedes a creer que las cosas siempre fueron así. También hemos tenido grandes dirigentes. Pero eso fue hace mucho. En esa época gobernábamos nosotros, los militares. Bueno, yo era muy pequeño… lo del ejército vino después. En fin, el caso es que aquellos fueron buenos tiempos; y no solo para mi país, sino también para nuestros vecinos. Una vez me preguntaron qué extrañaba de esa época (“la dictadura” le llaman). No lo pensé dos veces, lo que añoro es “el respeto, la familia, la seguridad, el orden público…”. Claro, la cosa no era del todo fácil; siempre había subversivos que querían poner todo patas arriba: pedían democracia, derechos humanos, sindicatos… ¡Patrañas! A esa chusma había que tenerla a raya, no entendían nuestra sagrada misión de orden y progreso. Modestamente, yo creo que nos quedamos cortos; nos vimos blandos, deberíamos haber cortado el mal de raíz, pues la hierba mala nunca muere; eso lo entendió mejor el general Pinochet que nosotros, aunque también le faltó apretar más las tuercas. Una pena, nos tocó dejar el poder sin haber concluido el trabajo. Y en democracia no es igual; democracia… “una mierda”. Ya lo dije en su momento: “Nunca resolveremos los serios problemas nacionales con esta democracia irresponsable”. “La gente en la calle me pregunta cuándo regresan los militares… ¿la gente ve la posibilidad de que la disciplina militar saque al país del fango”.
¿No les gusta lo que digo? Que se aguanten: yo no tengo pelos en la lengua. Mis enemigos me atacan porque no me ando con medias tintas; me gusta hablar claro y fuerte, como cuando argumenté mi voto a favor del juicio político a la guerrillera esa que les contaba. Lo hice en nombre de mi Coronel Ustra, quien le dio sus cariñitos a la tal Rousseff cuando la interrogó allá en los setenta por andar de subversiva ¿Que eso es tortura? Llámenle como quieran, la guerra es la guerra; y en la guerra, todo se vale. Bueno, para ser justos, también voté en nombre de Dios; porque eso sí, soy un hombre de mucha fe. A mí eso del Estado laico no me convence: “el Estado es cristiano y la minoría que está en contra, que se cambie… las minorías tienen que inclinarse hacia las mayorías”.
¡Ah, las minorías! Que si los indios, que si las mujeres, que si los homosexuales… ¡Cómo les gusta andar pidiendo derechos especiales! Lo quiero dejar muy claro: “a los homosexuales no se les quiere, se les aguanta”. ¿Qué si tuviera un hijo gay? “Eso ni siquiera pasa por mi cabeza, porque han tenido una buena educación”. Hace tiempo una negra insolente, hija de un cantante prieto que el gobierno anterior volvió ministro de cultura (¡imagínense, un negro ministro!) osó preguntarme que haría si alguno de mis hijos (“tengo cinco hijos, fueron cuatro hombres, ahí en el quinto me dio una debilidad y vino una mujer”) se enamorara de una negra… ¡Por favor! -le conteste- “no voy a discutir la promiscuidad con quien quiera que sea. No corro ese riesgo y mis hijos han sido muy bien educados. Y no han vivido en ambientes como lamentablemente es el tuyo”. Pero eso no es lo peor, también están esos “indios hediondos, no educados y no hablantes de nuestra lengua” que también andan alebrestados. O esos otros que dizque no tienen tierras y se las quieren arrebatar a la mala a sus legítimos propietarios. Ya me cansé de decir que “la propiedad privada es sagrada; tenemos que tipificar como terroristas las acciones de esos marginales”. ¿Cómo? Fácil, armando a la población, como en Estados Unidos: “Tenemos que poder defendernos de los bandidos, debemos hacer como los norteamericanos”. ¿O no es así como se mantiene a raya a la plebe?
Por eso, cuando triunfe impulsaré leyes que nos permitan defendernos. Claro, eso no basta, a los militares también les toca hacer su parte: la mitad de mi gabinete estará integrado por mis hermanos de armas; sólo ellos pueden “hacer frente a los marginales del MST, a los haitianos, senegaleses, bolivianos y todo lo que es escoria del mundo… la escoria del mundo está llegando a Brasil como si no tuviéramos demasiados problemas para resolver”. Por eso, no te confundas, este 7 de octubre vota por mí. Me llamo Jair y quiero ser presidente.