Por Felipe Vega de la Cuadra
Creer que una bobalicona aparición en TiK ToK sería suficiente para solventar las necesidades de la gente, responde a un pensamiento medieval y mágico que, en el Siglo XXI, cuando se supondría superado, hace centurias, más bien se resuelve por medio de las redes sociales.
Aunque parezca anacrónico y contradictorio, las tecnologías de la comunicación hacen posible hoy un medievalismo que pretende instaurar milagros con solo la aparición del mandatario o de su familia: sea en un “post” de redes sociales o con una presencia fugaz e inasible en lo que ahora se designa con el tecnicismo de “territorio”.
En la baja Edad Media europea era extendida, sobre todo en Francia y Gran Bretaña, la creencia de que el simple hecho de ser tocado por un rey sanaría las enfermedades de sus súbditos, especialmente la escrófula. Aquello no era otra cosa que la confirmación, infame, de las diferencias entre la casta gobernante y las masas de gente pobre que, por destino y nacimiento estaban condenadas a la miseria y a la enfermedad, alcanzando, de vez en cuando y con ocasión de alguna fiesta religiosa, la conmiseración real y el beneficio, teórico y esperanzado, de una solución mágica para sus sufrimientos. Aquel poder auto atribuido por la minoría gobernante, que supuestamente tendría la mano real,se ejercía mediante el «toque del rey», que no era otra cosa que una aparición física de su majestad en la catedral, donde palpaba las cabezas de los enfermos y repetía una fórmula sacramental: «El rey te toca, Dios te cura», luego los beneficiaba con una pequeña limosna.
Hoy, casi mil años después, la aparición en “territorio” o en redes de nuestra criolla familia “real”, parece hacer y buscar el mismo efecto: acabar con la delincuencia, con solo asomarse por una provincia; terminar con la discriminación, al subirse a un carro alegórico en la celebración del orgullo GLBTI+; solventar la falta de atención médica y de medicamentos con una “simpática” banalidad en Tik Tok; contagiar de salud, deporte y felicidad a los desempleados y tristes ecuatorianos, exhibiendo los músculos propios, hábilmente aumentados con un recurso digital, como si debiéramos alegrarnos por ello.
Esto, y mucho más, hace parte de un medievalismo digital que resulta ser, hoy por hoy, el modus operandi de la política banal e inepta de nuestro país.
El medievalismo se afinca, al parecer, en la esperanza y en la candidez de la masa; que resultan ser cosas similares y consuetudinarias. Porque es candoroso anhelar que la solución surja, mágica e inopinadamente, de la acción de quien generó el problema; que la vida renazca por la benevolencia de quien asesinó; que la igualdad resulte del arbitraje de quienes establecieron las jerarquías; que la libertad devenga de la conciencia del que puso las cadenas y que el bienestar sea prodigado por las manos de quien se beneficia de la miseria. Es irracional mantener aquellas expectativas; sin embargo, y pese a nuestra condición de «racionales», el pensamiento simple y las acciones comunes y cotidianas, solo confirman lo paradójico de las conductas de la masa humana. Posiblemente somos el único género animal que cree en la supuesta bondad a su depredador, en la afabilidad de su verdugo, en la ventaja moral de quien lo abusa, somos crédulos y atribuimos verdad a la palabra de quien nos miente y condición de divinidad al que nos asesina; y lo que resulta peor, somos capaces de defenderlos, incluso con nuestras vidas, porque no solo les otorgamos, sin razón alguna, prudencia, saber y sensatez, sino que los reverenciamos y suponemos como una inmensa dádiva la condición de ser sus súbditos, en caso de las monarquías, o nos convencemos de que, al depositar un papel en una urna, el gobernante electo nos debe protección y cuidado (ingenua auto convicción que solo trae penurias y frustración pero que no cambia nuestra idiota compulsión a seguir eligiéndolos y nuestra condescendencia cómplice al absolver todas sus rapiñas, desfalcos, aprovechamientos, timos, saqueos, mentiras, injusticias e impunidad).