Por Romel Jurado Vargas

Para nadie es un secreto que los bancos comerciales son los verdaderos dueños de una gran parte de nuestra libertad, pues, mucho de nuestro tiempo y trabajo está dedicado a pagarles el capital y los altos intereses que implica haber adquirido un préstamo con ellos, ya sea de consumo a tasas de hasta el 17%, o productivo con tasas de hasta el 28%. Somos rehenes de nuestras tarjetas de crédito y no son pocas las personas que, ahogadas por las deudas, han tomado medidas desesperadas.

Se estima que las personas de clase media que tienen acceso al crédito en Ecuador destinan, entre el 70% y el 90% de sus ingresos a pagar las obligaciones que tienen por los préstamos y consumos con tarjetas de crédito que realizan; y, según la economista española Genoveva López el 97% del dinero que existe en el mundo es deuda, es decir, que es dinero que los ciudadanos le debemos a los bancos.

Esto sucede porque los bancos han distorsionado una de las funciones principales del dinero que es canalizar, facilitar y promover el intercambio de bienes y servicios. En efecto, el dinero es solo una expresión simbólica del valor de las cosas que producimos o vendemos y de las que necesitamos adquirir. Es decir que, en principio, el dinero no tiene valor por sí mismo, sino que representa el valor y la riqueza de los bienes producidos que buscan intercambiarse en el mercado, a eso le llamamos el precio de las cosas.

El problema empieza a producirse cuando los bienes o servicios que muchas personas ofrecen no encuentran comprador o no venden los suficientes, para tener el dinero que se requiere para comprar lo que necesitan o desean. Es ahí cuando el banquero, que ha recogido el dinero que ahorran otros, lo ofrece a quienes necesitan liquidez, a cambio de que, al cabo de un tiempo, le seadevuelto lo prestado más una cantidad “razonable”, que es el costo por proporcionar la liquidez que necesitan las personas que no han vendido sus productos.

Esto está bien, en la medida que el interés que cobra el banco sea realmente razonable, tal vez 2 o 3% por año, pero cuando el dinero cuesta por encima de esos porcentajes, pasan dos cosas totalmente absurdas: la primera es que el dinero se vuelve valioso por sí mismo y es más rentable recoger y prestar dinero que producir bienes y servicios; y, la segunda, es que los bancos harán todo lo posible porque la mayor parte de ciudadanos que tienen capacidad de pago permanezcan siempre endeudados con ellos, tomando para sí buena parte de la riqueza social sin producir nada.

Frente a esta realidad, que es una verdadera pandemia global de muy larga duración, se han planteado dos alternativas. La primera, es que cada país produzca una reforma monetaria y financiera que devuelva a los bancos y al dinero, el rol que debieron seguir jugando para facilitar el intercambio de bienes y servicios. Pero esto es muy poco probable, por que los gobiernos suelen ser también rehenes, socios o empleados de los bancos.

Sin embargo, en situaciones excepcionales como la provocada por la Covid-19, las tasas de interés han llegado a ser negativas(menos que cero) como sucede en ciertos países de Europa y en Estados Unidos, precisamente para lograr la reactivación de sus sistemas productivos y su recuperación económica, pues eso se logra con la mayor liquidez y la mayor circulación del dinero que provocan la baja en las tasas de interés, pues ese dinero sirve para comprar bienes y servicios, lo cual a su vez sostiene y aumenta el empleo de los ciudadanos que los producen.

La otra alternativa consiste en la creación de monedas sociales, que no están regentadas por el poder del Estado, sino que están basadas en la libertad y la confianza de los ciudadanos, que las ponen en circulación y las aceptan para intercambiar los productos que ofrecen y que demandan.

Las monedas sociales no son acumulables ni pueden adquirir valor por sí mismas. De hecho, muchas de esas monedas sociales pierden valor si se guardan (principio de oxidación), razón por la cual, el dinero circula y dinamiza el intercambio de bienes y servicios haciendo que la gente viva mejor y satisfaga sus necesidades, y evitando que los bancos empobrezcan a los ciudadanos que usan estas monedas.

En ese sentido, las monedas sociales pueden ser una poderosa herramienta de cambio social y político, pues constituyen una vía para que el poder de la ciudadanía organizada nos devuelva un importante grado de la libertad, la autonomía y la justicia social, que hemos perdido gracias a la dinámica especulativa propia de los bancos y del sistema financiero.

Las monedas sociales hacen el sistema de intercambio más sostenible, porque este se articula a las necesidades de la comunidad que pone en circulación y acepta su propia moneda. Este invento no es reciente y su eficacia ha sido probada con gran éxito, como sucedió en Austria con el Wörgl, que era una moneda social que sirvió a la ciudad del mismo nombre para recuperarse del desempleo y el empobrecimiento que generó el crash de la bolsa de Nueva York en 1929. 

El éxito del Wörgl fue tan rotundo que el nivel de empleo de la ciudad creció hasta 14 veces más que en el resto del país, y por ello muchas ciudades quisieron imitar este ejemplo, por lo que intervino el Banco Central de Austria, espoliado por los banqueros privados, y se puso fin a la iniciativa usando el poder del Estado. Actualmente, existen al menos 5000 tipos de monedas sociales y muchas experiencias exitosas de su funcionamiento en todo el mundo.

En Ecuador ya operan dos tipos de monedas sociales: el Muyu y el Jurupi, que se ha implementado a través de herramientas que incluyen una billetera electrónica. Estoy seguro de que muchas más personas pronto se decidirán a poner en circulación nuevas monedas sociales y, personalmente, me alegra mucho que así sea. Sin duda, las monedas sociales marcarán el camino para vencer a la tiranía de los bancos.

Por Editor