Por Atilio Boron
El 31 diciembre del año pasado en medio de la algarabía generalizada mucha gente me agobió con deseos de “buen año”, “que se cumplan todos tus deseos”, “Feliz 2022” y otras expresiones usuales en esta época del año. ¿Cómo me fue en el 2022? Les cuento: en la primera semana contraje un COVID bestial, con fiebres cercanas a los 40º, escalofríos generalizados, dolores en todo el cuerpo, sobre todo la cabeza y apetito cero. Me recuperé, a medias pero ya sin tantos dolores. Pero el sábado 22 de enero sentí un dolorcito acá (favor de colocar su mano derecha a la altura del esternón, un poquito más hacia la izquierda). Fui a una Guardia del ICBA, el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires, y me aconsejaron quedarme internado todo el finde ¡Qué, what! Si no había traído mi laptop y tenía una reunión de la REDH (la Red en Defensa de la Humanidad) y al día siguiente cumplía años mi nieta Abril. ¡No me quedo nada! Firmé un papel deslindando de responsabilidad a los médicos de la guardia que me aconsejaban quedarme y me fui. Dos días después, el 24 estaba en el quirófano por una angioplastia de urgencia para destapar nada menos que la arteria descendente anterior, ocluida en un 95 %. Semi anestesiado seguí de cerca el avance del catéter, casi como un juego de niños. Pero de repente siento que el cirujano empieza a gritar. desaforado: “traigan un catéter 8.25 (sí, como la Magnum), rápido, carajo, rápido, si no uno de 7.50 (como la Browning de la policía, pensé. ¿Qué clase de cirujano es éste; me habré desmayado y me llevaron al Hospital Militar?)”. Cerré mansamente los ojos porque por sus gritos y sus gestos me dí cuenta que de ahí no salía vivo. Resignado pero sereno me puse en “modo Zen”, junté mis manos con fuerzas y me autosaludé con mucho afecto, recordé a mi mujer y a mis hijxs, les agradecí su amor y paciencia mientras escuchaba a la divina Elis Regina cantándome al oído ‘É pau, é pedra, é o fim do caminho’ (es palo, es piedra, es el fin del camino) y repetía eso de ‘é o fim do caminho’ y me preparé para el viaje final. Por mi cerebro desfilaron a velocidad de rayo, en dos o tres segundos, los rostros de tantísima gente que amé, otros que conocí y de otros y otras que sin conocerlos personalmente me acompañaron a lo largo de mi vida. De golpe esa pantalla cerebral se puso negra, respiré profundamente y me entregué. Ya me veía recorriendo el paraíso en busca de Fidel, el Che, Hugo, Allende, Néstor, el Diego, Galeano, Retamar y tantos otros cuando me sacaron de mi sopor los gritos destemplados del cirujano. “¡Pedazo de boludo!!!! Te salvaste de milagro; todavía no entiendo como llegaste vivo al quirófano!” Traté de balbucear que la laptop, que mi nieta, que la REDH … y me detuvo en seco: “¡Laptop las pelotas!!!, otra vez ante el menor dolorcito ese te venís de raje para aquí. Te salvaste esta vez pero en la próxima, si se llega a producir, sos boleta.” Resignado, asentí y me juramenté que de ahora en más no habría rebeliones en contra del saber médico. Pero, testarudo, pensé: esto es medicina occidental, capitalista, mercantilizada. Es un negocio. Me quieren poner otro stent. Mejor me voy a la Amazonía a curarme con un chamán. Tengo varios contactos y en cuanto pueda me “voy p’allá” y chau picho.
Dirán, bueno, no tuviste un buen año. Calma: lo anterior fue tan sólo el preludio de un año inolvidable. En junio tuve una gripe que, al cabo de una semana degeneró en una neumonía que otra vez me puso al borde de la funeraria. Sin quererlo me acordé de la imponente sede de la Funeraria Gayosso, en la calle Félix Cuevas de la Ciudad de México, que se ufanaba de poder atender “hasta veinte muertitos” en una sola noche, como recuerdo una vez me lo dijo el portero una de las tantas veces que fui a despedir amigos o conocidos. Me enojé conmigo mismo por tan inoportuno recuerdo pero la verdad es que la neumonía me tuvo a muy mal traer. Entre otras cosas me redujo los glóbulos rojos a un mínimo y la caída del hierro necesario para transportar el oxígeno en la sangre casi nada. Tenía que bancarme un frío sepulcral que sentía día y noche, en todo el cuerpo pero sobre todo en las manos y pues. Obedientemente tomé todos los medicamentos que me recetaron los médicos (cada cual disputándose con fiereza cada palmo de mi cuerpo: el cardiólogo, el hematólogo, el clínico, hasta e acupunturista) y de a poco me fui recuperando, cápsulas de hierro e inclusive una transfusión endovenosa de hierro mediante.
Contento con el progreso retomé mis sesiones de kinesiología para mejorar el “tren de aterrizaje” que anda flojo de papeles: rodilla derecha casi inutilizada, cadera izquierda en plena insubordinación. Pero la buena de mi kinesióloga me fue de a poco recomponiendo, tanto así que en un alarde de valentía decidí asistir al cumpleaños de un muy querido amigo que lo celebraba, a mediados de noviembre, en la hermosa terraza de un edificio de altura de la zona de Congreso. Un asado espectacular, mucha gente linda, todos “del palo”, una noche preciosa u una luna digna de un bolero, en fin, todo bien. Pero, como dice Fidel, ‘Dios no existe pero está en los detalles’. Y el detalle era un delicioso tomatito Cherry que se había caído al piso. Yo estaba charlando con varios amigos muy preocupados por las perspectivas electorales del 2023 en la Argentina e íbamos de un lado a otro de la amplia azotea cuando, totalmente enfrascado en la conversación, pisé sin darme cuenta el tomatito Cherry y de súbito sentí que mis dos piernas comenzaron a deslizarse incontenibles hacia adelante, mientras mi espalda y mi cabeza se acercaban vertiginosamente al suelo. Por un instante temí lo peor. Por suerte logré apoyar a tiempo mi antebrazo izquierdo para aminorar el impacto, cosa que logré pero sólo en parte. Quedé groggy un par de minutos y cuando me levanté me dolía todo, hasta las pestañas. Me sentaron en una silla, me dieron un vaso de agua, apareció un analgésico y media hora después estaba como si nada hubiera pasado. Al día siguiente, cuando me desperté, caí en la cuenta de lo que había ocurrido: sentía fuertes dolores en mi brazo izquierdo, la nuca, el hueso occipital y ambas piernas. De los dolores de mi trasero mejor ni hablar. Otra desgracia con suerte cuyo única secuela, por ahora son ocasionales -y leves- dolores de cabeza.
Al cabo de unas pocas semanas ya estaba plenamente recuperado y comencé a aceptar invitaciones de cenas, despedidas, brindis, etcétera. Mientras, las temperaturas en Buenos Aires registraban mínimas de 12º y máximas de 32º, una amplitud térmica poco favorable para los humanos. Las serpientes no tienen problemas con eso, pero nosotros sí. Resultado: para la Nochebuena fui afectado por una disfonía fulminante. Rápido fui a ver que pasaba en Google y leí: ‘La laringitis es la inflamación de la caja de voz (laringe) por uso excesivo, irritación o infección. Dentro de la laringe se encuentran las cuerdas vocales’. Claro: ¡entre clases presenciales, zooms, entrevistas telefónicas, televisivas, conferencias presenciales o virtuales hacía varios meses que no dejaba de hablar y mis cuerdas vocales debían estar completamente deshilachadas! Caí en la cuenta que había abusado brutalmente de ellas. Pero el mal ya estaba hecho y de la irritación de la laringe se pasó a la infección y de las cuerdas vocales a branquias y pulmones. Total: otra vez antibióticos y silencio de radio (literalmente) durante una semana, en la que hablé (¿hablé?) con gruñidos guturales y movimientos de cabeza. De arriba para abajo: sí; hacia los lados, no. Esa era mi lengua en esos días. Pasé Nochebuena y Navidad casi sin emitir sonido, hecho un verdadero aguafiestas. Estuve un rato en ambas reuniones que se hicieron, obvio, en mi casa y de las que me retiré dignamente antes del consabido brindis, muy dolorido en todas las partes de mi anatomía. Para castigar la omnipotencia que me había hecho hablar hasta por los codos y que ahora cosechaba sus deplorables resultados me despedí de mis invitados, me encerré en mi cuarto y me enfrasqué en la lectura de dos pequeños libros del filósofo de moda, Byung-Chul Han. Nunca leo autores de moda, siguiendo el consejo que una vez me diera Chomsky. Pero esta vez lo hice y tal vez por el enojo que me producía mi lamentable condición física no tardé en reprobar su obra y llegué a calificarlo de ”vendehumo”. Luego, más calmado, rectifiqué el juicio, pero no tanto. Dice algunas cosas buenas y otras no tan buenas; algunas originales y otras no tanto. El gran desafío es saber si las originales son las buenas… Pero, más allá de estas cavilaciones, el surcoreano me ayudó a surfear la Nochebuena y la Navidad. De ahí mi gratitud para con él.
Hoy, 31 de diciembre del 2022 ya estoy mejor. Me siento re bien. Pese a todas estas incidencias médicas este año fue extraordinariamente productivo desde el punto de vista intelectual. En marzo sale a la venta un libro con mis memorias: A Contramano se llama, y le tengo una enorme fe. He escrito innumerables artículos, grabado casi un centenar de videos y con una muy querida colega estoy terminando de escribir un libro sobre el renacimiento del ciclo progresista en América Latina. Mi página web www.atilioboron.com.ar es un balazo y mis cuentas en las redes sociales tienen cada vez más seguidores. Lo mismo los cursos que allí ofrecemos y el Café Virtual que hacemos mes a mes. Me tengo fe para el próximo año, que empieza en unas horas, y con ganas de retomar mis frecuentes viajes por toda Latinoamérica para dar charlas, reunirme con amigos y amigas y aprender de lo que tengan para contarme. En una palabra, para tomar el pulso de Nuestra América. No sería pecar de optimista si dijera que creo que el 2023 debería ser mejor que el año que se fue. Pero, por las dudas, o por cábala, mantengo un prudente silencio. Esa misma cábala que me llevó a no decir ni mu durante la Copa del Mundo por temor a causar un nuevo fracaso de Messi y sus muchachos. No es que yo crea en la potencia destructiva, o constructiva, de mi pensamiento. Para nada, pero por las dudas me llamé a un más que prudente silencio. Por suerte todo terminó bien.
Termino dicieno que los quiero mucho, a todas y todos. Sus comentarios, críticas o likes a mis notas son un inestimable estímulo, un llamado a la acción. Pásenla bien y a no aflojar en la lucha. No he hablado de política, ni nacional ni internacional. Pero todos saben que estamos viviendo eso que Hobsbawm llamaba ‘tiempos interesantes’, o sea épocas signadas por la violencia y la muerte. Por eso tenemos que seguir firmes en la lucha, no darnos por vencidos nunca; no hay peor batalla que la que no se libra. Y seguir cultivando el pensamiento crítico que, junto con la organización de las fuerzas del campo popular, es nuestra arma fundamental.
Es todo. ¡Hasta la victoria, siempre! Ah, por favor: esta noche absténganse de desearme un buen año. ¡Miren todo lo que me pasó la última vez!