Por Juan Montaño Escobar

Dios: sospecho que eres un intelectual de izquierda.

Escrito en el Liceo Condorcet.

Cierto fue, aún lo es, cuando se fue Tirapiedras y se derrochó adrenalina en radicalismos instantáneos expresados con frases propias y ajenas. Valga este goteo nostálgico y saboreando el café cimarrón se libera aquello de: “¡eran otros tiempos!” También es cierto, nos devoraban impaciencias porque la revolución no era ningún espejismo y nadie ni por chiste aceptaba la lápida liviana (o pesada) de ser clasificado de ‘derecha’. Y en esos años la derecha parecía ser de una sola especie, aunque tenía sus fiebres asesinas en las dictaduras americanas. La taxonomía a la carta hablaba de las izquierdas americanas según afectos geográficos, literarios o cierta pureza ideológica. Estaban las tribus de la línea Moscú y la línea Pekín, trotskistas de diferentes ordinales internacionales, guevaristas de sangre calientísima y aquellos que hicieron de sus palabras hechos heroicos y memorables. Un Requiescat in pace para ellos y ellas. Todavía quedan, por ahí, esas vainas clasificatorias anacrónicas de la izquierda. Aunque no tanto, porque el nuevo meridiano divisorio es el progresismo americano. Si antes la derecha nutría el divisionismo, en este siglo XXI es sofisticada: incorporó el puntillismo. Si el divisionismo se trabajaba con el color rojo en su salsa ideológica, el puntillismo es el cómo hacer (know how) daltónica a la gente en beneficio de la diestra. Y en esa confusión tiene éxito notable, porque la derecha se ha embadurnado de escarlata aunque más no sea que en los amagos.

Es pasado y es historia de la mejor de nuestro cimarronismo juvenil. La muchachada tirapiedras colegial y universitaria procedía de barrio adentro y también de los que están afuera del palenke urbano. Insumisión bravísima con cinco ideas marxológicas (aunque también marxistas), maoístas (de las citas de Mao Zedong publicadas en librito rojo), cristiano-liberacionistas de la teología que ya no se respira y si no era suficiente, entonces, black panteristas. Ideas bien aprendidas y recitadas para sostener la candela del corazón. Por las noches, se grafiteaba, con pintura roja (¿qué otro color?), consignas simples y directas, es que destilaban radicalismos de un solo hervor. Esa juventud discutía con argumentos contundentes parecidos a pedradas rompe vidrieras de dudas. Ocurrió en las Américas, más o menos con la misma intensidad. La frase tiene el encanto del desencanto (o al revés) y la dejó en el callejón de la dudas el maestro Jorge Enrique Adoum: “la nostalgia es un sentimiento reaccionario”. En esta década, con estos Gobiernos de la derecha, metamorfoseada en cosa buena, la nostalgia es productiva. Y debería serlo, porque hoy como nunca cualquier cimarronismo político e histórico es mejor. El pasado, si fuera un dios severo, no perdonaría este presente victimista de la izquierda diversa. Este jazzman sospecha que el tirapedrismo juvenil, de calle y barricada, fue la primera vanguardia de las izquierdas de cualquier nacionalidad. Y bastante romántico si cabe en la intrepidez callejera, en el ánimo de libertad para pensar, decir y hacer. Era lo que nos juntaba (me incluyo), pero los enredos ideológicos nos dividían, las rupturas eran del mismo material tenaz de nuestros radicalismos. Caramba, la cosecha de rótulos: maoístas, moscovistas, chinos y cabezones (en Ecuador), guevaristas, trostkistas, etc. Ironía perspicaz: la derecha no hacía inventario de los ‘izquierdismos’ el enemigo era uno solo y punto. Las policías americanas también.

Comienzo de la tercera década del siglo XXI y al fin comprendemos la paradoja de la cultura política americana (también europea): la atracción enfermiza, de importantes sectores sociales, por la derecha paleolítica. No por esa derecha más o menos soportable de hace unos meses, para nada, es por aquella que siendo única le llueven las denominaciones para precisar su extemporaneidad: ultraderecha, neoderecha, ultraliberales, neoconservadurismo, ultraliberales, anarcoliberales, anarcocapitalistas, así por ese estilo paradojal, “neo” y “liberal”. A 235 años del convencionalismo: izquierda y derecha. Luz y sombra, dulzura y amargura, avance y retroceso. Perdón, cambio “y” por “versus”. Siempre fue así, y en estas últimos lustros  es peor. Zurda vs diestra. La derecha comprendió que las fortalezas de la izquierda podría convertirlas en su debilidad, por ejemplo, no desacreditan la lucha de clases sociales, la perfeccionan a su favor de palabra y obra. Cada vez que triunfa o triunfó alguna organización izquierdista o amigable con la zurda conducta, le aplican las primeros dichos del Manifiesto, con otros nombres pero con las mismas venganzas unificadas. Poco importa si el fantasma recorre otras geografías, sus perseguidores han refinado sus intenciones, por ejemplo, el lawfare[1], la polarización contumaz y viciosa de contrarios reformulados, el descrédito perverso de la justicia social, el empobrecimiento como fallo individual y así con esas narrativas y ejecuciones. Esta derecha del siglo XXI, aplica dogmáticamente aquello de “el fin justifica los medios”. Aun así, inventa o reinventa el enemigo que necesita para dominar y apropiarse de la riqueza pública del Ecuador y de los otros países americanos, sin ningún disimulo. Enemigos distintos y parecidos a las organizaciones y personalidades comunistas o izquierdistas de otros años, ahora los antagónicos son individualizados al extremo de la antipatía y mediante la simplificación lingüística se estructuran pesadas narrativas de odio. Odio puro y duro, recargado de burdas falsedades, de verdades a medias y de exageraciones increíbles. Hasta ahora triunfa lo paleo como neo. Las paleoderechas reconvertidas en neoderechas con éxitos electorales, porque son reactivas no a la ideología y con venganzas inusitadas a las personalidades. Es más fácil individualizar el odio, además cualquier error antiguo o nuevo justifica la avalancha engolosinada de odiosidades. Sea el chavismo (por Hugo Chávez), el correísmo (por Rafael Correa), el lulismo (por Inacio Lula Da Silva), el evismo o  moralismo (por Evo Morales) y ya están formulando el petrismo (por Gustavo Petro). No hay teorías ideológicas adversas, qué va, todo es un chorro de baba espeso y venenoso llovido por el tradicionalismo mediático.

Exacto, la presidencia de Roy Gilchrist, en Ecuador, es el síntoma y no la causa. En la ecuación (no factorial, please) solo lineal y directa al desbarrancadero están justamente ahí los elementos: Bolsonaro, Milei, Kast por citar algunos que fueron determinantes en los anteriores y quizás lo serán en próximos resultados electorales y políticos de nuestros países. Esta derecha ultra no solo es ese bloque de poder político definido así por Agustín Burbano de Lara, es también económico. No hay otra, la batalla causal de la derecha heteróclita contra aquello que se le enfrente con los líderes que sean, llámense cómo se llamen, es por la totalidad de los bienes públicos o aquello que puedan arrancharle al Estado, por el vuelto (o el cambio) de los impuestos pagados a rebaja (o sea los subsidios a los ricachones) y por el espanto a la izquierda con cualquier nombre, adjetivo y radicalismo. Llámese progresismo, izquierda, socialismo, socialismo-democrático o el movimientismo popular. Todas las derechas son angurrientas, pero las latinoamericanas son de las peores. Cuando por las Américas se explicaba que no era una época de cambios sino un cambio de época, la derecha recargada aprendió muy bien el significado, ahora propone y actúa el recambio al peor de los mundos. Habrá que cerrar la calle y abrir otras vías, como escribieron los Tirapiedras parisinos de mayo del 1968. Amén.             


[1] Guerra jurídica, es decir, el uso y abuso instrumental de la Función Judicial para inhabilitar o causar repudio electoral.

Por RK