Por Daniel Kersffeld
Recientemente se cumplieron doscientos años de la entrevista de Guayaquil, el mítico encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar que definiría el rumbo político de una Sudamérica que comenzaba a transitar el largo camino de la independencia, en medio de desavenencias cada vez más amplias, aunque con ocasionales etapas de reconciliación y propuestas de unidad.
Existe un consenso entre historiadores que, pese a las diferencias políticas de sus dos protagonistas, aquel encuentro de 1822 terminaría por moldear una embrionaria idea de integración regional que, en una realidad como la latinoamericana, todavía parece una utopía lejos de ser alcanzada.
Más aun cuando se insiste en que el modelo clásico propuesto sea el europeo, altamente desgastado después del Brexit y, últimamente, también por las derivaciones políticas, económicas y militares del actual conflicto en Ucrania.
Son varios los analistas que asumen que un probable triunfo de Lula en las próximas elecciones en Brasil podría contribuir a dar impulso a un proceso de integración que se fue enfriando en los últimos años no tan sólo por la aparición de gobiernos neoliberales y políticamente conservadores, sino también por un cambio de condiciones en la economía internacional.
Marea Rosa
En este sentido, la nueva “marea rosa” de gobiernos progresistas de la región no alcanzó aun a dinamizar una relación que, en términos duros y concretos, se expresa en alrededor de un 15 por ciento en materia de comercio intrarregional. Así, con gobiernos abocados a problemáticas locales, y con planes de estabilización económica que apuntan sobre todo a la pobreza y a la falta de condiciones básicas para las amplias mayorías, parece un momento en principio desalentador para encarar nuevas propuestas de integración.
Sin embargo, y a partir de experiencias que actualmente se están desarrollando, podrían generarse iniciativas orientadas a la explotación de recursos estratégicos, a la preservación del medio ambiente, sobre todo, frente al cambio climático, y a la creación de mejores condiciones para la producción y la exportación de bienes primarios y elaborados.
Así, podría considerarse la puesta en marcha de una organización internacional del litio que aglutine a Argentina, Chile, Bolivia, México, Brasil y Perú. De igual modo, resulta necesario reimpulsar el funcionamiento del Tratado de Cooperación Amazónica en el que intervienen ocho países de la región responsables directos de la preservación de la principal cuenca de agua dulce del planeta. Así como también la constitución de corredores bioceánicos que, por medio de obras de infraestructura, contribuyan a solidificar y a expandir el entramado productivo de la región.
Por otra parte, la actual coyuntura global puede ser propicia para encarar procesos de integración a partir de un conjunto de fórmulas que se mantienen más vigentes que nunca en un escenario como el latinoamericano.
En efecto, la defensa de la región como una “zona de paz”, de acuerdo con el compromiso asumido por la CELAC en 2014, constituye una excepción a un mundo que se encamina peligrosamente a una conflagración global de nuevas características. Al mismo tiempo, la defensa de la multipolaridad podría proporcionar a la región un marco de actuación ajeno a intereses externos y a la intervención directa de potencias militares como los Estados Unidos y el Reino Unido.
En todo caso, resulta imperioso partir de un concepto de integración que resulte novedoso y original, que apunte a rescatar lo mejor de experiencias como la UNASUR y a fortalecer a la CELAC, antes que reproducir modelos ajenos, y con propuestas simples, concretas y estratégicas antes que a imponer amplias agendas temáticas compuestas por diversas políticas públicas.
Se trata así de rescatar y de recrear un concepto de integración orientada a fortalecer una idea realista de América Latina, sin la intromisión de poderes externos, y que, aun en medio de sus múltiples diferencias, permita la construcción de ejes vertebrales y articuladores en materia económica, social y cultural.
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