Hay momentos para la prosa y el eufemismo. Este no lo es. Salvo muy pocas excepciones, quienes ocupan cargos gubernamentales parecerían no percibir lo siguiente:

1-. Cuanto más dramática sea la ruptura de la vida cotidiana, más fácil será que la gente logre darse cuenta de aquello que los gobernantes hicieron o dejaron de hacer.

La publicidad política, la censura a las redes, los datos no revelados, los troll centers o los videos promocionales no bastarán para evitar ese descubrimiento… y la indignación.

2-. Las decisiones tomadas tardíamente no podrán ser justificadas. Las cifras serán demasiado contundentes.

No se requerirá ser un experto en epidemiologia o estadística para darse cuenta que así fue. Tampoco será necesario pensar desde la izquierda.

3-. Estados Unidos, Brasil y Ecuador serán recordados por tener actores, clases y sistemas políticos que negaron la gravedad de las consecuencias de la pandemia.

Y lo hicieron o bien porque no les convenía electoralmente reconocerla desde un principio, o bien porque implementaron políticas públicas para “favorecer la economía”.

Esta última frase no confortará a quienes hayan perdido a un amigo o un familiar. Tampoco lo hará a quienes vean frustrado el futuro de sus hijos.

4-. El entuerto causado por la indecisión será más difícil de justificar cuando la población conozca, entienda y asimile que otros países reaccionaron a tiempo y pusieron primero a la gente.

Emmanuel Macron (Francia), Angela Merkel (Alemania), Boris Johnson (Reino Unido) u otros gobernantes que suelen ser considerados “neoliberales recalcitrantes”, están estableciendo formas concretas e inmediatas para mantener niveles mínimos de consumo y bienestar para la población.

No se requiere aquí recordar lo que ellos proponen. Miles lo harán a través de las redes.

5-. El tamaño de la economía no servirá como pretexto para justificar la estrechez de comprensión y sentimientos de quienes gobiernan.

Para entender lo anterior, no se requerirá mencionar a Cuba y sus ejemplos de solidaridad con el mundo. Las elites latinoamericanas han quedado como incorregibles y trogloditas frente a las decisiones tomadas por el empresario Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, un país dolarizado y con una economía pequeña y abierta.

6-. Aunque sea parcial y reducido, el pago de cualquier tramo de la deuda externa amplificará el rechazo a aquello que los gobernantes hacen.

No existe justificación que convenza ni perdure cuando la carencia deviene en escasez percibida. Lo subjetivo predominará incluso si la decisión de pago permitiese acceder a préstamos de las instituciones multilaterales.

Si otros países en desarrollo optan por el default de deuda, el bochorno será mayor. La gente recordará sus nombres… aunque no entienda un ápice de economía.

7-. Culpar al gobierno anterior de todo lo que sucede es, simplemente, evidenciar el fracaso discursivo.

La legitimidad no es un hecho material sino una creencia. Y solo creen aquellos que quieren creer… pero hasta eso tiene limites… los limites que impone el dolor y la desesperación.

8-. En situaciones difíciles, la gente aprende. No le queda otra opción. Nadie les creerá a las elites si hablan de sacrificio, comprensión o esfuerzo cuando ellas proceden en sentido contrario.

El absurdo, la prepotencia y el abuso solo empeoran su imagen.

9-. Por si no se dieron cuenta, el próximo presidente será aquella persona que proponga proteger a la sociedad de los designios del mercado y los embates de la naturaleza.

10-. Estas reflexiones comenzaron con una abreviación simbólica. Otto son todos Ustedes… Todos Ustedes que imaginan que podrán llegar a la presidencia (por medios electorales) ofreciendo “Más Mercado y Menos Estado”.

No soy profeta ni creyente… solo observo lo que pasa con Donald Trump y Jair Bolsonaro. Ustedes deberían también hacerlo.

Por Editor