Por Juan Fernando Terán
¿Qué se necesita para que el movimiento indígena y la revolución ciudadana se acerquen entre sí? Esta interrogante fue planteada en las redes sociales días atrás. Esbozaré una respuesta realista intentando ser lo menos disonante posible.
1-. El acercamiento aumentará posibilidades estratégicas para ambos. La mayoría de quienes se dedican a la política calculan opciones de acción basándose en “el aquí y el ahora”. Ese es su mérito y también su desgracia. Miran el árbol que tienen en frente para poder esquivarlo… aunque después se encuentren obstruidos por un bosque aún más tupido.
Por eso, incluso en este instante, muchos dentro del movimiento indígena y de la Revolución Ciudadana supondrán que pueden seguir marchando sin apoyarse mutuamente. Ambos actores se sienten fuertes y creen que serán aún más fuertes. En términos fácticos, ciertamente, estas dos fuerzas políticas pueden marchar por separado. Ya lo han hecho.
En el 2023 o en el 2025, ambos pondrán representantes en la Asamblea Nacional y mantendrán capacidades como grupos de presión. Seguir caminando separados es factible y deja réditos.
La unión de fuerzas solo deviene viable cuando las partes asumen que les conviene hacerlo. Y para eso, lamentablemente, sobran egos y falta madurez.
Por un lado, el movimiento indígena no ha logrado asumir que la sociedad ecuatoriana es profundamente racista. Este país no tendrá un presidente indígena en la próxima década. Siglos de opresión han generado conductas perversas que se reflejan en el comportamiento electoral de quienes se creen más blancos que los vikingos aunque su piel tenga color café.
Por otro lado, los correístas esperan regresar al poder por sus propios medios. Cuanto más destruya Guillermo Lasso la vida cotidiana de millones de ecuatorianos, más fácil será que la Revolución Ciudadana logre un buen bloque parlamentario y la Presidencia de la República. La expectativa correísta no es infundada pero es incompleta.
Su limitación radica en suponer que aquello que los correístas tienen ahora les bastará para gobernar a futuro. Y eso no será así… incluso suponiendo que Rafael Correa estuviese en la primera línea de la conducción cotidiana del proceso político.
Las “mayorías móviles”, el reparto de cargos u otros mecanismos similares de “gobernabilidad” no le bastarán a la Revolución Ciudadana o al movimiento indígena para construir un Estado que sea mínimamente funcional para generar algún nivel de bienestar entre grupos históricamente desatendidos.
Los cambios culturales entre la población más joven, la nueva geopolítica mundial y la presencia del narcotráfico en las esferas de poder, nos obligan a conformar alianzas que rebasen las ilusiones emanadas de la percepción inmediata.
2.- El desarrollismo y el pachamamismo están en la base de la separación histórica. La política no es el reino de la racionalidad. Si así fuese, no estaríamos discutiendo la necesidad de conformar alianzas a largo plazo. Aquellas ya habrían surgido por sí solas por el sufrimiento causado por gobiernos controlados por los banqueros y sus secuaces.
Desde un comentario hasta el voto, el ciudadano experimenta la política como un asunto relacionado con “su identidad”, es decir, con aquello que la persona cree que es o quiere ser. Esta dimensión “no razonable” de la política suele vencer a cualquier cálculo individual basado en la discriminación de costos y beneficios.
“La política es pasión” es una frase que resume lo anterior y permite entender por qué amigos o familiares, que se identifican a sí mismos como “gente de bien”, se convocan apresurados a defender su urbanización, su ciudad o su país frente a los indios o los correístas que “ya regresan”.
Indudablemente, la política basada en identidades permite movilizar a miles de personas que se sienten definidas por valores supremos que les parecen irrenunciables. Pero también la política identitaria tiene sus limitaciones porque no permite encontrar aquello que podría unirnos a pesar de la multitud de cosas que nos separan.
Desde la década de los noventa, el movimiento indígena se ha conformado reivindicando discursos y símbolos de “la ecología profunda”. “NO a la minería, NO a la extracción petrolera, NO a lo agrotóxicos, NO a la contaminación del agua, NO a la violencia contra los animales, NO a los monocultivos”.
Todos esos “NO” moldean identidades poderosas que sirven para que muchísima gente se sacrifique heroicamente por “Otro mundo posible”. Mientras eso sucede, sin embargo, los “dueños de este mundo” siguen haciendo lo que quieren con una desgarradora impunidad.
“La calle” necesita complementarse con el control efectivo del poder político. Mientras el movimiento indígena no asimile eso, seguiremos aplaudiendo sus movilizaciones y contando sus difuntos. Las canciones y las fotos inmortales no bastarán. El saqueo de recursos naturales y la destrucción de ecosistemas continuarán.
En esta etapa del capitalismo, América Latina vuelve a ser el escenario de las “guerras por recursos”. En estas circunstancias, no se podrán lograr importantes objetivos ambientales o sociales sin que las fuerzas populares alcancen un “pacto redistributivo” a largo plazo.
En Ecuador, esta tarea atraviesa necesariamente por resolver el problema de qué hacer con la extracción petrolera y la minería a gran escala. Obviamente, este asunto no es problema para las oligarquías locales. Su identidad se define con referencia al dinero y punto. No hay nada que dudar ni problema a resolver… simplemente se extrae los recursos y se reprime a quien se oponga.
Las “actividades extractivas” devienen en problema para las fuerzas políticas que se plantean objetivos de bienestar a largo plazo, como sucede con la Revolución Ciudadana y el movimiento indígena. Estos no encontrarán fundamentos perdurables para una alianza mientras no “deconstruyan” sus identidades con respecto a este tema. Y conste que digo “AMBOS”.
Muchos en la Revolución Ciudadana deben asumir que “el pachamamismo” no es simplemente un discurso radical sino un elemento constitutivo de quienes lo enarbolan. Y eso implica practicar e implementar un respeto real.
Muchos en el movimiento indígena deben asumir que “el desarrollismo” no es simplemente un disfraz para el avance del capitalismo por otros medios. Pero dejar de satanizar a esa postura implica mirar al otro y dejar de creerse en centro del universo.
Pero no se confunda. El “entendimiento” no es aquello que disolverá la situación de incomunicabilidad entre las partes.
La conformación de un bloque histórico requiere discutir cuáles podrían ser las características de un “fondo intergeneracional” para canalizar hacia los pueblos y nacionalidades los excedentes generables a partir de la extracción de recursos naturales.
Necesitamos algo parecido a los fondos macro-económicos creados en Noruega o Alaska pero con alcances más ambiciosos, con mayor control social y con más beneficiarios. La idea no es nueva pero NO se implementó ni siquiera cercanamente en Ecuador.
Los “fonditos” que existían a propósito del petróleo no buscaban cumplir objetivos de bienestar intergeneracional, ni alcanzar transformaciones productivas. Nuestros “fonditos” no eran mecanismos “desarrollistas” sino simples instrumentos de saqueo a favor de unos cuantos comensales.
La política es una actividad a través de la cual se define quién recibe, cuándo recibe, qué recibe y cómo recibe. Hacer política es responder concretamente a problemas distributivos.
La Revolución Ciudadana y el movimiento indígena no marcharán ni próximos ni juntos mientras no se garantice un mecanismo no discrecional ni arbitrario de distribución de la renta natural.
Cuando se defina un mecanismo de ese carácter, ambas fuerzas tenderán a poner en segundo plano sus identidades más profundas en función de objetivos menos abstractos. Y si no lo hacen sus líderes, lo harán sus bases que buscarán respuestas efectivas al uso del excedente social.
3.- No hay soluciones mágicas ni insurrección contundente. El capitalismo cambia y sus métodos de control también. Y esas transformaciones no dan lugar para la esperanza basada en factores extraordinarios.
En Colombia con Duque, en Bolivia con Añez, en Chile con Piñeira, en Ecuador con Moreno y Lasso, en Perú con Boluarte, en Brasil con Bolsonaro o en Francia con Macron… la historia es prácticamente la misma. Miles de valientes personas lanzadas a las calles, luchando durante semanas, buscando contener el avance del neoliberalismo, poniendo los muertos y la sangre, demostrándonos que la dignidad no ha desparecido… y… nada pasa.
El sistema crea mecanismos de inmunidad que siguen el mismo patrón: militarizar a la policía y sacar al ejército a las calles, vincular las protestas con conspiraciones internacionales, presentar a los ciudadanos como terroristas y a los represores como victimas, enviar “asistencia internacional” y municiones a gobernantes corruptos y estigmatizar la solidaridad entre los pueblos.
Por eso, no podemos esperar que la próxima huelga nacional solucione nada. No lo hará.
Lo que paso en Colombia, Bolivia, Chile y Brasil, sin embargo, si dejó abierta una salida. Después de las protestas, los ciudadanos convirtieron a sus votos en instrumentos a favor de sus seres queridos, de aquellos que sobrevivieron a la violencia de la política económica y de aquellos que sucumbieron ante el terrorismo estatal.
En las próximas protestas, el movimiento indígena mal haría en seguir viviendo de glorias pasadas. Mal haría en suponer que saldrá “ganando” imagen con miras a las elecciones presidenciales. Los correístas mal harían también en evitar pronunciarse frontalmente a favor de las movilizaciones.
Plantemos con firmeza la solidaridad entre nosotros y para nosotros… pero sin olvidar que no nos conviene apostar por una solución mágica que no llegará y que si llega… seguramente llegará cocinada para garantizar que las elites continúen con el asalto a los ecuatorianos.
La mejor forma de prepararnos para volver a tener un país para todos es reconstruir nuestras identidades mediante un diálogo sobre aquello que parece separarnos: la oposición entre crecimiento económico y protección de la naturaleza.
Solo reconstruyendo lo que somos, sin miedo a dejar de ser lo que somos, podremos volver a soñar pisando bien fuerte y sacudiendo la tierra.