Cada vez que lo veo me pregunto: ¿Qué tiene este hombre que provoca, convoca y pone a pensar? ¿Cómo hizo para convertirse en el estadista con las cifras macroeconómicas positivas más importantes de América Latina? ¿Por qué ahora lo tachan de dictador, tirano, déspota y no se cuántas cosas más, nacidas desde el odio y racismo más procaz?
Una sola ocasión hablé con él y fue en Cochabamba en el año 2010. Viajamos en un avión de carga de la FAE y fuimos a una cumbre de los pueblos a la que las grandes cadenas internacionales de televisión nunca van ni hacen una pequeña reseña. Hubo miles de delegados y en la cena nocturna, en un hotel modesto, llegó Evo Morales. Con ropa sencilla: una camisa de manga corta, pantalones de lana, zapatos de cuerina y un “séquito” de seguridad mínimo. Sus ministras indígenas se sentaron en mi mesa y fue gracias a una de ellas (¡cómo quisiera que mi me memoria no me falle porque estoy seguro que ahora estará perseguida, escondida o fuera del país y me gustaría ayudarla¡) se acercó a hablar con nosotros el Presidente Constitucional de la República Plurinacional de Bolivia. No fueron muchos minutos, pero parecieron eternos para entender, en su sencillez y modestia, a quien pasará a la historia como uno de los próceres de América Latina del inicio del siglo XXI.
Ahora es víctima de un golpe de Estado. Y una persecución implacable indefinida y seguramente una de esas muy parecidas a la impuesta a Lula o a Rafael o a Cristina o a Jorge o a Paola o a Virgilio o a Milagro Sala. Ya son muchos. Lo mismo harán con Álvaro García Linera o con Gabriela Montaño. Pero el objetivo a aniquilar es él: Evo Morales Ayma.
En esa ocasión, cuando hablamos por pocos minutos, en Cochabamba, nos referimos obligatoriamente a la prensa. Estábamos junto a su ministra de Comunicación. Y no ha variado su percepción de cómo los medios construyen “verdades” a partir de las mentiras. Y se reía con gusto cuando le comentaba mis propias experiencias en medios donde prevalecía una moral sobre la verdad y me dictaban órdenes para no decir algo o evadir un tema. (jamás me olvido aquel personaje que ahora funge de sacerdote de la moral liberal que dirigía un diario y guardó en la caja fuerte una investigación sobre los contratos de los carbones del sistema eléctrico del trole de Quito, en la alcaldía de Jamil Mahuad).
Cálido y receloso al mismo tiempo, Evo tiene esa sospecha ancestral de los mestizos porque ha sido víctima de ellos. A pesar de eso, toda su gestión gubernamental no fue excluyente y quizá, me atrevo a decir, quienes más se beneficiaron de sus exitosas políticas públicas sean precisamente los mestizos y los blancos bolivianos (si se puede denominar así a personas que se quieren distinguir de otras solo por el color de la piel, como la usurpadora de ahora: peliteñida, blanqueada, tuneada y con supuestos orígenes caucásicos, quien además califica de ritos satánicos las celebraciones indígenas).
Le acusan de fraude y de pretender perennizarse en el poder. ¿Y las pruebas? Hasta ahora los supuestos grandes medios, tan dados a rigurosos con la verdad y con el periodismo de investigación, no han probado nada. De haberlo, no me imagino todo lo que habrían dicho y hecho. Ganó las elecciones y la reacción fue quemar casas de gobernadores, secuestrar a sus familias y amenazar de muerte a los legisladores del MAS. Incluso fueron a la casa de Evo y la destruyeron. Ya de todos es conocido lo que mostraron y luego calificaron de lujos de jeque árabe. ¿Han tomado alguna foto de una residencia de algún jeque árabe para compararla? Una delicada y lenta observación muestra los “lujos” y no hay más que llorar del racismo y odio impreso en quienes incluso llevaron a sus hijos a destruir la casa del primer presidente indígena de Bolivia.
Duele mucho ver ahora cómo matan a los bolivianos y ni siquiera dejan enterrar en paz a sus muertos. Durante los mandatos constitucionales de Evo nunca hubo un muerto por represión en esas manifestaciones y concentraciones políticas (en absoluta libertad) que hizo la oposición en Santa Cruz en decenas de ocasiones en los últimos 14 años. Y sin embargo esos que ahora matan y reprimen se declaran demócratas y a Evo lo tachan de tirano.
Evo está por encima de todo eso y su legado será reconocido por la historia. Ya tiene bien ganado su lugar en esa historia que no será escrita por los racistas y odiadores. Si todos aquellos neoliberales ven los procesos económicos y políticos con base en las cifras, solo bastaría recordar los niveles de desarrollo alcanzados por Bolivia en los años de administración de Evo para colocarlo en un pedestal de la historia y los reconocimientos. Pero será muy difícil. El odio y el racismo, de por sí irracionales, ya sabemos que nubla la visión de los auto denominados demócratas y hasta especialistas en diversas ramas de la economía y la sociología. Incluso en aquellos izquierdistas puritano y puristas que creen en la democracia como una categoría absoluta, sin matices ni en su objetivo final: el bienestar colectivo.