El término bohemia alude al estilo de vida de ciertos sectores socioculturales, en particular de artistas e intelectuales que tienen una escala de valores diferente al de la burguesía. Los lugares de encuentro de los bohemios solían ser cafés de poca monta donde se discutía sobre las tendencias políticas o sobre cualquier área de la cultura.
Tradicionalmente el bohemio era un artista de apariencia descuidada, en contraposición con la ostentación material de los sectores pudientes de la sociedad, que el bohemio consideraba superfluos pues él se orientaba hacia el mundo de las ideas, del enriquecimiento intelectual, del interés por todas las manifestaciones de la cultura y de las creaciones artísticas.
Pero no todo en la bohemia fue hermoso, también hubo muchos escritores o artistas hambrientos que no se hallaban en la vanguardia sino en los lugares más sórdidos del barrio latino de la capital francesa, y cuya existencia entre la mugre, la marginalidad, las deudas, el frío, el alcoholismo, las prostitutas y la depresión fueron un hecho bastante común. Así, vivir a lo bohemio exigía mucho dinero.
París fue durante el siglo XIX y parte del XX el lugar de peregrinación y el lugar soñado de todo aquel que se consideraba artista; triunfar en París era sinónimo de triunfar en el mundo. La bohemia parisina era la quintaesencia de la vida bohemia, donde los románticos rebeldes hicieron con su estilo de vida una verdadera leyenda en un mundo que cambiaba de fisonomía por la influencia cada vez más fuerte del desarrollo industrial de la época. El triunfo rotundo de la vida burguesa hizo que los artistas bohemios se replantearan el viejo dilema. ¿Es lícito y correcto vender el arte y que el mismo sea transformado en una mercancía más?
En París hubo dos barrios que dieron cobijo a la vida bohemia: Montmartre, lugar de afamados pintores, entre ellos Toulouse-Lautrec, que pintó a las bailarinas de can can del Moulin Rouge, y el Barrio Latino, adonde convergían los jóvenes del orbe entero que soñaban con la bohemia como el lugar idílico para su creatividad artística. Allí, los auténticos herederos del romanticismo vivieron en una atmósfera creativa. Se sentían incomprendidos, y lo eran, por eso despreciaban los valores morales de una sociedad que sentían y describían caótica.
El poeta Alfredo de Musset fue el mejor representante de los bohemios. Decepcionado de sus glorias literarias, su vida fue un verdadero peregrinaje por los salones literarios, los cafés, los cabarés y la noche parisina con sus desenfrenos. Siempre a punto de morir en duelos por mujeres que después abandonaba o lo abandonaban, para luego ir con sus amigos a verdaderas orgías de alcohol y drogas.
Théophile Gautier, intelectual de la misma época, desdeñaba su origen pequeño-burgués mediante vestimentas y actitudes excéntricas; estaba consciente de su vocación artística y se refugiaba en cuchitriles y recovecos de la gran ciudad para no contaminarse con la rapiña comercial de entonces. Junto a Gérard de Nerval fundó un pequeño cogollo que produjo obras críticas al estilo de vida de su generación. Ambos se refugiaban por la noche en los cafés o en los hoteles de mala muerte donde con Delacroix, Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Baudelaire experimentaban con opio.
Julio Verne, el autor que tanto deleitó a nuestra juventud con su desbordante fantasía, no pudo resistirse a la bohemia parisina; él había sido enviado por su padre a estudiar abogacía, y muchos conjeturan que sin la bohemia no hubiera llegado más allá de ser un abogado del montón. Sus años de estudiante fueron caóticos y su obra estaba en pañales cuando conoció a Alejandro Dumas hijo, el autor de “La dama de las camelias”, quien lo alentó y lo orientó en la escritura.
Baudelaire noctambulaba por París casi siempre pobre, casi siempre solo. Vio la otra cara de la ciudad, sus lacras y marginados, que la “Ciudad Luz” ocultaba bajo una espesa capa de tinieblas. Él encontró belleza donde otros solo veían miseria y en lugares donde el arte no se atrevía a entrar. “Las flores del mal” es un libro sin el cual no se puede entender la literatura moderna y cuya publicación le costó al artista un largo proceso y una fuerte multa.
Fue entonces cuando Montmartre adquirió una relevancia especial, y superó la reputación de ser un lugar de los bajos fondos para convertirse en el centro del ocio y la bohemia, cuya mejor época estaba por florecer.
Vale la pena mencionar que el término bohemia aparece por vez primera en el siglo XIX en la novela “Escenas de la vida bohemia”, de Henri Murger, publicada por el periódico El Corsario entre los años 1845 y 1849, y que sirvió de base para la ópera “La Bohème”, de Giacomo Puccini. El término alude a la cultura de los gitanos, llamados en ese entonces “bohemios” por haber llegado a París desde la región de Bohemia, famosa por sus cristales de roca.
Murger clasifica la bohemia parisina en varias categorías y llama a la más numerosa “la bohemia ignorada”, que está integrada por artistas pobres con una desmedida fe en el arte y un desprecio absoluto por el dinero y los convencionalismos sociales.
Para Murger “la bohemia ignorada no es un camino, es un callejón sin salida”, que acaba con las mejores inteligencias.
A la segunda categoría pertenece “la bohemia aficionada”, que está integrada por jóvenes burgueses que conservan algo de la rebeldía natural y que son atraídos por la vida bohemia, pero una vez que el espíritu rebelde se extingue, ya sea por cansancio o por la presión del entorno social, volvían a la clase que los engendró y a la que nunca pudieron renunciar.
Murger denomina al tercer grupo “la bohemia oficial”. Son aquellos que, sin que importara la clase social de la que provenían, tenían un talento singular y una vocación artística inquebrantable. Estos son los bohemios que van a triunfar en el mundo del arte y que lucharán contra todos los prejuicios para lograr integrarse en el mercado literario y artístico y así ganar el reconocimiento social.
En opinión de Aznar Soler: “El odio del escritor burgués por la actitud bohemia era un síntoma de la angustia con que el escritor de la clase dominante contemplaba el ascenso amenazante de una bohemia hosca, rebelde y militante.”
En cambio Rubén Darío cae en cuenta de que la bohemia se había contaminado por el mercado y escribe en una crónica sobre la época: “Montmartre ha cambiado. Hay una verdadera transformación de ese rincón de la alegría, donde hace algunos años todavía se soñaban sueños de arte y se amaba con menor desinterés. Se dice que los artistas de hoy, ¡los mismos artistas!, no piensan más que en la ganancia…”.
La bohemia sólo era posible en París, fue el singular modo de vida de esta ciudad lo que generó el tema de la ópera Louise, de Gustave Charpentier, Carmen, de Georges Bizet y la Bohemia, de Puccini; en esta última se reflejan las vivencias del autor en sus años de estudiante en el conservatorio de Milán, cuando compartía su habitación con Pietro Mascagni. La ópera está basada en la novela ya mencionada de Murger y fue estrenada en Turín en 1896.De lo que no se duda es que a este conflictivo mundo le hace falta una nueva Bohemia. Lo reclama Azanavour, el artista armenio-francés que hace poco nos dejó para siempre, al cantar: “Bohemia de París alegre, loca y gris de un tiempo ya pasado, donde en un desván con traje de can can posabas para mí y yo con devoción pintaba con pasión tu cuerpo fatigado hasta el amanecer, a veces sin comer y siempre sin dormir.”