Por Daniel Kersffeld
El pasado 6 de enero se produjo la entrada violenta al Capitolio en Washington de un numeroso grupo de seguidores de Donald Trump en el contexto de la manifestación conocida como “Make America Great Again” (MAGA).
La estrategia violenta apuntó a generar visibilidad, capacidad de convocatoria y, sobre todo, a medir el grado de influencia del todavía presidente, a poco menos de dos semanas de abandonar el poder, el día en que se revisaba el número final de electores que posibilitaría al Partido Demócrata su regreso al gobierno.
Crecientemente aislado dentro del Partido Republicano, Trump se niega a reconocer su derrota electoral y en cambio apunta a entorpecer el traspaso con el candidato triunfante, Joe Biden, que debería concretarse el próximo 20 de enero por mandato constitucional.
El accionar violento de los manifestantes, que derivó en destrucción del patrimonio, saqueos y en cuatro muertes, era contemplado por el comando de Biden, al menos desde hace seis meses, cuando en Estados Unidos se vivía el apogeo de las protestas antirraciales llevadas adelante por Black Lives Matter.
En las protestas del 6 de enero tuvo un protagonismo incuestionable la extrema derecha que reconoce a Trump como su principal líder. Más allá de las diferencias entre todas sus vertientes, la derecha ultranacionalista ha logrado coincidir en el reclamo del “robo de la elección presidencial”, por la que se ven perjudicados a manos del Partido Demócrata, de su candidato Joe Biden y, más ampliamente, de lo que consideran como la “izquierda estadounidense”.
Hasta ahora, el grupo más conocido dentro de este nuevo universo conocido como “trumpismo” es QAnon, que supone que Donald Trump es el “elegido” para pelear y triunfar en contra del “Estado Profundo” y la conspiración secreta liderada por el Partido Demócrata y de la que también forman parte traficantes y, especialmente, pedófilos.
Sin embargo, en las protestas del Capitolio tuvieron su presentación pública otros grupos de creciente ascendencia dentro de la extrema derecha.
Proud Boys: Los “chicos orgullosos” se consideran a si mismos como el “ejército de choque” de Donald Trump. Se calcula que habría habido entre 2000 y 2500 miembros en las manifestaciones frente al Capitolio. Son ultranacionalistas y rechazan la participación de las mujeres en sus filas. Son fuertemente islamofóbicos y creen el que el “hombre blanco americano” se encuentra asediado. La organización glorifica la violencia política contra los izquierdistas y reivindica figuras como el dictador Augusto Pinochet.
En el primer debate presidencial de las pasadas elecciones de 2020, pese al pedido del moderador y del por entonces candidato demócrata Joe Biden, Donald Trump no sólo no condenó a los Proud Boys sino que les sugirió “retroceder y esperar”, frase adoptada desde entonces como consigna de la organización. Los Proud Boys han sido prohibidos por las principales redes sociales.
Su principal líder es el empresario de ascendencia cubana Enrique Tarrio, presidente de la organización de base “Latinos por Trump» en el estado de Florida, y encarcelado por disturbios durante las protestas antirracistas de 2020.
Groypers: Tal vez es la principal aparición sobre el fin del mandato de Trump. Su principal objetivo es darle un giro a la base electoral conservadora y republicana, trabajando dentro de ese movimiento desde el “entrismo” para llevarlo a posturas de extrema derecha, denunciando a aquellos dirigentes que se muestren más dialoguistas y moderados frente a los demócratas y lo que ellos consideran como la “izquierda”.
Los groypers tienen una estructura interna muy débil y no reconocen líderes, aunque en principio cuentan con algunos pocos referentes. Los groypers son ampliamente reconocidos como nacionalistas blancos, antisemitas y homofóbicos, contrarios a la inmigración y al globalismo, y opositores al reconocimiento de los derechos de género.
Sus miembros intervienen en redes sociales, pero también en ámbitos como universidades y medios de comunicación, para polemizar y dar una batalla cultural en lo que denominan “guerras groyper”.
Neoconfederados: también conocidos como “separatistas blancos”, algunas de las organizaciones que la componen, como la Liga del Sur, continúan abogando por la secesión de los ex Estados Confederados que participaron en la guerra civil estadounidense del siglo XIX.
Así, defienden el “nacionalismo sureño”, el derecho a la secesión de los estados frente al poder central encarnado en Washington y son contrarios al movimiento de derechos civiles. Defienden a la “civilización blanca y cristiana” en contra la presencia de judíos y afroamericanos, y poseen lazos con el Ku Klux Klan.
En 2020 cobraron una renovada vigencia oponiéndose a las protestas antirracistas en los estados sureños, y en los debates generados en torno a monumentos, bases militares, etc. que reivindican a las figuras confederadas de la Guerra de Secesión. Sus manifestantes suelen hacerse visibles en las protestas portando la bandera confederada. Los neoconfederados y, sobre todo, sus vertientes extremas fueron catalogados como una amenaza terrorista doméstica por el Departamento de Seguridad Nacional.
¿Qué pasará con la extrema derecha una vez terminado el gobierno de Trump?
Entre los analistas, existe un pensamiento común de que sin un líder en el poder que la inspire y la guíe, la extrema derecha se debilitaría a los niveles anteriores a la llegada de Trump al gobierno (aunque esos niveles eran más sustanciales de lo que comúnmente se cree). Las diferencias entre las interpretaciones, en cambio, varían en el tiempo: algunos investigadores suponen que tal enfriamiento podría llevar un año. Otros, en cambio, suponen que podría durar varios años.
En todo caso, existen coincidencias en que uno de los principales desafíos del gobierno de Joe Biden consistirá en la progresiva desactivación de los grupos de ultraderecha, al menos, de los más violentos.