Por Pablo Carrillo Hernández
Queridos conciudadanos y conciudadanas. Nuestro país vive una coyuntura política espeluznante. Casi un mes de paro nacional y muchos detenidos injustamente, heridos por violencia policial y militar. Un asesinato por parte del estado. No solo es eso. Este gobierno está detrás de desapariciones forzadas, torturas y violaciones a los derechos humanos ¡Aun así, falta algo! Este gobierno ha depredado la salud en el sistema público, ha desmantelado el sistema educativo y no hay trabajo. ¡Parece que se va convirtiendo en una tragedia de cepa!
Hay más, señores y señoras, siempre hay más porque los seres humanos somos deshonestos. O acaso, alguno de ustedes no dicho una mentirita blanca por allí. Por eso de salvarse ante la posibilidad de que su pareja le coja con las manos en la masa. O el niño, criatura noble y sin pecado, dicen los ingenuos; miente para salvarse de la paliza que la madre le va a meter por hacer cualquier cosa sin la menor importancia. Lo que importa es el castigo. Y como el castigo ha sido padre y señor nuestro en la honda subjetividad ecuatoriana, entonces es necesario hablar de aquello que está escondido. Es necesario decir, señores y señoras, que la nuestra es una sociedad acomplejada. Así es, nuestra historia de represión, tortura, asesinato y violación, nos ha convertido en seres acomplejados y miserables que reptan por un poquito de poder. Una caricia de aquellos que percibimos superiores, ya sea por plata, o por “raza”. Y, en este sentido, debería decir también, que somos una bola de racistas y que hundimos con crueldad y placer al que está a un lado, para después acercarnos y decirle que lo queremos. Bueno, no estamos tan mal, porque la hipocresía es patria de todas las nacionalidades.
Pero, señores y señoras, me parece que, en un acto de profunda levedad reflexiva, he logrado dar con una solución más que adecuada para este mal cultural que se ha proyectado en la historia. Pienso, que no debemos renegar de todo lo que nos constituye, pero entiendo que a nadie le gusta que le digan ¡indio hijueputa! O ¡Negro carbón!
En no abundantes ocasiones, la prudencia aristotélica recomienda que el fuego no se debe combatir con fuego. Pero, en contra de 2300 años de lógica, yo pienso que hay momentos históricos en los que la racionalidad ha sido apaleada. Por ese motivo, pienso que, para reconciliar el espíritu del pueblo ecuatoriano con nuestra realidad, es necesario acoger todo lo que somos en un acto catarquico. Acoger lo negro, lo indio, lo europeo. En este sentido, podríamos iniciar con la siempre digna justicia indígena, para después proseguir con esa fantástica tradición francesa que tanto bien hizo en tarea de ciencia, comercio y política: la decapitación por guillotina. La prosecución es clara, lo veo en los ojos de todos. Esa mirada de complicidad maliciosa y cruel que se da entre las partes humanas que se ha tratado de cercenar, pero que se acentúa a cada posibilidad de floración. ¡Así es! ¡señores y señoras! Hay que rendir homenaje a la Amazonía e incluir el arte minimalista de la tzantza en nuestro repertorio. Para finalizar, no debemos olvidar aquella practica africana magnifica que es, posiblemente, el inicio del alma humana como ente estético: degollar animales para utilizar su piel en la construcción de instrumentos de percusión. ¿Cuántas almas no han bailado con esta belleza de instrumento?
Pienso, ¡Señores y señoras! Que Danielito Noboa Azín, podría servir para algo.