“Creo que la gente debería correr riesgos, entender exactamente cuáles son, cuáles son las oportunidades, y asegurarse de que todo eso esté balanceado. A veces, los riesgos pueden ser altos, pero las oportunidades pueden ser muy buenas también. Cuando digo ‘oportunidades’, me refiero a las cosas que te importan… El riesgo de la inacción es excesivamente alto y, con cada día que vives tu vida, pierdes otro día. ¿Cuál es el riesgo de sentarte ahí? Acabas de perder un día. Acabas de morir un día… Si no luchas por las cosas en las que crees, y cada día desaparece, entonces estás perdiendo la pelea”. Estas son algunas de las palabras que más me impactaron del documental Risk (Laura Poitras, 2017). Son, por supuesto, de Julian Assange, fundador de WikiLeaks, quien después de un asilo de casi siete años en la embajada ecuatoriana en Londres (aunque el último año fue aislado como si fuera un preso castigado) acaba de ser entregado por el gobierno de Lenín Moreno a la policía británica. Assange muy probablemente será extraditado a los Estados Unidos, donde será duramente castigado (incluso con su propia vida) por la osadía de haber hecho públicos miles de documentos que ponen en evidencia los crímenes del aparato de guerra norteamericano en diferentes partes del mundo: principalmente en Irak y Afganistán (60 mil muertes de civiles tan sólo en este último país); en la base militar de Guantánamo, convertida desde 2002 en centro de detención ilegal de los Estados Unidos en Cuba, donde se practicó la tortura de inocentes; o dar a conocer las actividades de espionaje y guerra informática de la CIA a nivel global, como se desprende de las filtraciones conocidas como Vault 7, altamente comprometedoras sobre las actividades igualmente ilegales de la Agencia.
¿Cuál fue el pretexto de la entrega del comunicador australiano, nacionalizado ecuatoriano en enero de 2018, a quien también se le ha retirado arbitrariamente la nacionalidad? El supuesto incumplimiento de un protocolo imposible de cumplir: ni Assange ni WikiLeaks podían ejercer su derecho a la libertad de expresión en ningún asunto que le resultara incómodo al gobierno de Moreno. Como sostiene Santiago O’Donell de Página 12, Assange fue entregado por razones estrictamente políticas que responden, seguramente, a los compromisos serviles de Moreno con Washington; compromisos que fueron parcialmente dados a conocer a la opinión pública a raíz del encuentro que tuvieron el Vicepresidente Mike Pence y el propio Moreno en junio de año pasado, entre los que destacó el alineamiento total de la política exterior ecuatoriana con la de los Estados Unidos respecto al aislamiento a Venezuela.
No obstante, el proceso de subordinación del actual gobierno a la agenda imperial, no comenzó con dicho encuentro. Como lo dijimos en su momento, la intromisión norteamericana en asuntos internos no es algo novedoso. Sin embargo, es posible ubicar un punto de quiebre importante en lo que respecta a la actitud de nuestros gobiernos para lidiar con ella. Poca duda cabe que la administración de Moreno decidió dar un giro de 180 grados respecto a la política de recuperación de la soberanía del periodo anterior, convirtiéndose en el más fiel vasallo del imperio en la región. Si durante el año pasado se estrecharon los lazos policiaco-militares entre Ecuador y los Estados Unidos y comenzó el viraje de la política económica y comercial, hoy coronada por el acuerdo (aún secreto en sus detalles) con el FMI; la decisión de retirarle el derecho de asilo a Julian Assange y entregárselo en bandeja de plata al gobierno norteamericano, por intermedio de Gran Bretaña, confirma lo que ya hace un tiempo se sospechaba: Moreno y sus compinches no tienen empacho en cumplir las tareas que el Norte les ha asignado, aún a riesgo de violar la legalidad nacional e internacional, como sostiene Carlos Poveda, uno de los abogados de Assange, para quien la medida constituye una “transgresión flagrante a las disposiciones del derecho internacional, como una afectación a la Constitución, como una violación a la opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y una burla al sistema de Naciones Unidas”.
¿A cambio de qué se decidió la entrega de uno de los trabajadores de la comunicación que más ha aportado a enriquecer el derecho de la humanidad a estar bien informada? ¿Fue por un puñado de monedas para mal cubrir una desastrosa gestión económica? ¿Por la protección futura de una camarilla de políticos que más temprano que tarde tendrán que dejar el poder? No sé si tendremos respuestas prontas y claras a estas interrogantes. Lo que por el momento es seguro, es que el gobierno ecuatoriano ha entregado a un ser humano que valientemente asumió los riesgos de trabajar sin descanso para sacar a la luz los abusos de los poderosos. No puede sentirse menos que indignación y rabia por tan miserable acto; malestar que se suma a otra decisión gubernamental que también socava la libertad de expresión en el país: la ilegal desconexión de la frecuencia FM de Radio Pichincha Universal, que ha sido castigada, en última instancia, por la misma razón que Assange: atreverse a denunciar la arbitrariedad y los abusos de los poderosos. Para ellos, nuestro respeto y solidaridad.